El arte afroamericano conquista Londres: Kerry James Marshall devuelve la mirada a siglos de silencio

Un recorrido monumental por “The Histories” en la Royal Academy que cuestiona quién decide la belleza, el gusto y el poder

19 de Octubre de 2025
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Kerry James Marshall The Histories

Entrar en “The Histories”, la gran retrospectiva de Kerry James Marshall en la Royal Academy de Londres, es atravesar un espejo: lo que el canon europeo acostumbró a ocultar —la presencia plena, cotidiana y compleja de las personas negras— aparece por fin en primer plano, a escala de museo y con vocación de permanencia. Durante más de cuatro décadas, Marshall ha tensado los códigos de la pintura figurativa para corregir la ceguera de una tradición que convirtió en excepción lo que era vida común. Su respuesta no ha sido marginal ni tímida: es un proyecto pictórico ambicioso, erudito y popular a la vez, que dialoga con seis siglos de arte occidental para desmontar sus jerarquías y construir una crónica alternativa.

Londres reescribe sus murales: Kerry James Marshall devuelve a la historia lo que la historia borró

Nacido en 1955 en Birmingham (Alabama) y formado en Los Ángeles, Marshall aprendió pronto que el relato visual dominante no era neutro. Su obra entera puede leerse como una contra-cartografía: una forma de ocupar salas, formatos, técnicas y temas “nobles” —historia, retrato, alegoría— sin pedir permiso. En Londres, once salas temáticas ordenan ese esfuerzo en el tiempo y lo exhiben con claridad: del autorretrato inicial, casi un espectro sobre negro, a los grandes lienzos corales donde la comunidad toma literalmente la escena; de los interiores domésticos y los locales de barrio a la memoria de la travesía atlántica; de la crítica al mercado del arte a la reapropiación lúdica de la cultura popular.

Kerry James Marshall
Kerry James Marshall

El giro decisivo y una paleta que afirma

Un pequeño cuadro temprano, de dimensiones casi íntimas, marca el punto de inflexión: el artista se enfrenta a sí mismo y, de paso, fija una declaración formal que se volverá distintiva. La piel es negra sin concesiones, saturada, “negra a conciencia”; lejos de la caricatura, Marshall trabaja esa negritud con capas, matices y brillos que rehúyen el cliché del plano único. A partir de ahí, la figura negra deja de ser excepción o alegoría sometida a mirada ajena: adquiere densidad, humor, deseo, ironía y una vida interior que el museo ya no puede ignorar.

Esa apuesta cromática no es un gesto aislado; está sostenida por una conversación directa con los viejos maestros. Marshall no renuncia a la composición clásica ni a los trucos de taller: los convoca y, al hacerlo, los actualiza. En sus salones de peinado, bodegones de escaparate, espejos que multiplican ángulos y miradas, late Velázquez, asoman Van Eyck y Holbein, y se dejan ver también Manet o Mondrian. Pero la cita no es un guiño erudito para iniciados: sirve para decir que ese linaje también le pertenece a quienes nunca fueron invitados.

Kerry James Marshall, School of Beauty, School of Culture , 2012. Photo by Sean Pathasema . © Kerry James Marshall. Courtesy of the artist and Jack Shainman Gallery, New York.
Kerry James Marshall, School of Beauty, School of Culture , 2012. Photo by Sean Pathasema . © Kerry James Marshall. Courtesy of the artist and Jack Shainman Gallery, New York.

Barrios, museos y parques: la vida cotidiana como pintura de historia

Pocas obras explican mejor el programa de Marshall que sus escenas de peluquería y barbería. Allí se cuidan cuerpos y se fabrican estilos; es decir, se modela identidad. En esos espacios, la conversación —política, sentimental, musical— construye comunidad y deja huella. Marshall los pinta con escala de retablo, como si fuesen capillas laicas de una ciudad que se piensa a sí misma. Las referencias a la gran pintura están ahí —los juegos de espejos, los encuadres, las poses—, pero lo que domina es la sensación de estar asistiendo a un rito ordinario y, por eso mismo, trascendente.

Del interior urbano pasamos a la calle y al parque. En una de sus telas más conocidas, una tarde de ocio junto a un lago se convierte en tratado de composición y en reivindicación del derecho al descanso, al deporte y a los placeres sencillos. Hay música, hay juegos, hay cuerpos relajados. Nada extraordinario salvo una cosa: en la sala donde cuelga, ese momento de felicidad negra ocupa el centro. El mismo circuito que durante décadas sólo compró o mostró escenas similares si eran blancas, hoy paga cifras récord por esta imagen. Que el mercado lo celebre no borra la crítica de fondo: la obra recuerda cuánto costó abrir esa puerta.

Fantasmas del Atlántico y talismanes del museo

La exposición no elude la herida. Marshall vuelve una y otra vez a la memoria de la trata, pero evita el didactismo: prefiere la alegoría, los símbolos fuera de lugar, los títulos con doble fondo. Un bote que entra en una atracción de feria conduce, en realidad, a un túnel de historia del que Europa y América salieron enriquecidas y millones de personas, encadenadas. La risa congelada del parque temático se agrieta. En la London de hoy, capital de un antiguo imperio, ese choque resuena con una fuerza particular.

Kerry James Marshall
Kerry James Marshall

En otro tramo del recorrido, el artista sitúa el foco dentro del propio museo. Un gran díptico muestra una sala abarrotada de visitantes negros: niñas sentadas en el suelo, parejas que comentan, amigos que señalan detalles. No hay exótico ni intruso; hay pertenencia. El dispositivo de la pintura —dos paneles, un “muro” central— imita la arquitectura expositiva y, con ese simple gesto, encaja a los protagonistas en un lugar que durante mucho tiempo se les negó. La pintura, que juega con grises y tierras como si fuese una “preparación” detenida en el tiempo, recuerda que toda imagen es construcción y que la historia del arte también puede re-imprimarse.

África, comercio y responsabilidad

La última sala abre un debate incómodo: escenas de costa africana muestran remos, bultos y transacciones. No es una absolución de Europa, sino un recordatorio de que el engranaje del horror tuvo muchos actores locales, intermediarios, cómplices. Marshall opta aquí por una narrativa más directa, casi clásica, para colocar objetos —copas, relojes, marcos— que delatan qué se compraba con vidas humanas. Frente a la tentación de simplificar, el artista complejiza: asumir la historia entera para poder transformarla.

Kerry James Marshall A Portrait of the Artist as a Shadow of His Former Self, 1980 Photo © Museum Associates/LACMA © Kerry James Marshall. Courtesy of the Royal Academy
Kerry James Marshall A Portrait of the Artist as a Shadow of His Former Self, 1980 Photo © Museum Associates/LACMA © Kerry James Marshall. Courtesy of the Royal Academy

Pintar contra el borrado

Lo verdaderamente radical en “The Histories” no es el tamaño de los cuadros ni el brillo de los colores, sino su insistencia: cuadro tras cuadro, Marshall multiplica escenas donde la experiencia negra ocupa el centro sin pedir perdón. Escuela, salón, parque, barca, sala de museo: todos esos lugares se vuelven escenario de una épica civil. La operación —política y estética— no es panfletaria. Es, sobre todo, una lección de pintura: composición exigente, materiales dominados, citas precisas, humor y, cuando conviene, ferocidad.

Que Londres, durante la semana de ferias y grandes inauguraciones, convierta esta muestra en visita obligada es más que un síntoma de moda. Es el reconocimiento de que la pintura, lejos de haber agotado su potencia, sigue siendo un medio capaz de discutir quién merece ser visto y en qué condiciones. Marshall no “incluye” a nadie; devuelve lo que fue arrebatado: historia, luz, escala, tiempo.

Salir de la Royal Academy después de este recorrido tiene un efecto curioso. Uno vuelve a mirar los cuadros antiguos —y las imágenes contemporáneas— con ojos menos ingenuos. ¿Quién no está? ¿Quién sostiene el encuadre? ¿Qué cuerpos ocupan el centro? “The Histories” no responde por nosotros: nos entrena para hacer mejores preguntas. Y, de paso, nos recuerda que mirar es también un acto de justicia.

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