Israel no solo arrasa infraestructuras y viviendas. En Gaza, el sistema sanitario ha sido minado desde dentro, bajo fuego constante, hasta colapsar por completo. Ya no hay operaciones, ni partos, ni curas. Solo listas de espera hacia la muerte.
Clínicas cercadas, neonatos sin oxígeno
La decisión de Médicos Sin Fronteras (MSF) de abandonar Ciudad de Gaza no ha sido política, ni logística: ha sido forzada por una realidad militar que sitúa a los hospitales en el centro del campo de batalla. Sus clínicas, cercadas por tanques y sometidas a bombardeos ininterrumpidos, han dejado de ser lugares seguros. El personal sanitario ha tenido que elegir entre el compromiso profesional y la supervivencia.
La consecuencia inmediata es la desaparición del último soporte médico mínimamente operativo en el norte de la Franja. No es solo una salida: es una sentencia. Bebés prematuros sin incubadoras, pacientes oncológicos sin tratamiento, heridos graves sin posibilidad de cirugía. No hay traslados. No hay electricidad. No hay espacio.
Israel niega la existencia de una estrategia deliberada contra los servicios de salud, pero los hechos hablan con más claridad que los comunicados: los hospitales han sido sistemáticamente inutilizados, asediados, evacuados o directamente bombardeados. La presencia de civiles no ha frenado el fuego. La de médicos, tampoco.
El cerco como método
La asistencia sanitaria no colapsa por azar. Colapsa porque se corta el suministro de combustible. Porque se destruyen ambulancias. Porque se impide la evacuación de pacientes. Porque se criminaliza a quien intenta mantener abierto un quirófano.
En Gaza, cada paso hacia el sur es una huida sin destino. Cada intento de permanecer en el norte es una forma de exponerse al ataque. Y en medio, los profesionales sanitarios han tenido que operar bajo condiciones imposibles: sin antibióticos, sin agua potable, con generadores en los huesos de la reserva, mientras crecen las listas de amputaciones evitables y muertes por desnutrición.
No hay “daños colaterales” cuando se dispara sobre un hospital rodeado de desplazados. Hay una elección consciente de destruir los últimos restos del entramado civil. Y esa elección, que sigue ocurriendo con regularidad, no puede separarse de una voluntad punitiva que castiga colectivamente a la población civil.
Una ciudad sin médicos
Gaza ya no es un territorio bajo ocupación. Es un espacio sin ley, sin garantías, sin servicios esenciales mínimos, donde se calcula que aún viven cientos de miles de personas —sobre todo ancianos, enfermos y quienes no tienen recursos ni para desplazarse a una zona apenas menos devastada—.
Lo que Médicos Sin Fronteras deja atrás no es una clínica cerrada. Es una ciudad sin asistencia médica en medio de una ofensiva militar. Un lugar donde no se puede nacer, ni curarse, ni morir con dignidad. Un territorio donde la vida se sostiene a solas, sin recursos, sin refugios, sin nadie a quien llamar si se sangra, se rompe o se arde por dentro.