En España tenemos una derecha con un talento indiscutible: negar lo evidente hasta convertirlo en dogma. Es una especie de gimnasia mental que les permite sobrevivir a cualquier contradicción. Negaron la corrupción hasta que los juzgados se llenaron de sus apellidos. Niegan el cambio climático mientras el país arde. Niegan la violencia machista aunque cada semana haya un funeral más. Y cuando ya no pueden negarlo, se inventan un culpable nuevo: Sánchez, los menas, Soros o la ONU.
Feijóo es el maestro zen del negacionismo elegante, habla con tono grave, como si recitase un manual de buenas costumbres, y mientras tanto su partido bloquea, recorta y destruye con la misma calma que un contable tachando números. Ayuso practica la versión madrileña del género, niega la contaminación, niega las listas de espera, niega los contratos de su hermano. Todo es mentira salvo alguna cosa, como diría su maestro espiritual.
Y luego está Abascal, que ha elevado el negacionismo a programa político: niega el feminismo, niega la diversidad, niega los derechos humanos. Lo único que no niega es su nómina. Cada barbaridad que pronuncia es recibida como revelación divina por quienes confunden patriotismo con crueldad y libertad con barra libre para odiar.
El problema es que este negacionismo no es solo retórico. Tiene consecuencias. Cuando se niega la emergencia climática, se recorta en brigadas forestales y se convierte el monte en ceniza. Cuando se niega la violencia de género, se recortan recursos de protección y se condena a más mujeres a la intemperie. Cuando se niega la corrupción estructural, se bloquea una oficina anticorrupción en el Congreso y se asegura que el cortijo siga en manos de los mismos.
Lo más perverso es que el negacionismo funciona como cortina de humo: mientras se discute si existe o no el problema, el problema se pudre. La derecha española prefiere discutir la realidad a resolverla. Así se ahorran trabajo, responsabilidades y, de paso, convierten cada catástrofe en munición política contra el Gobierno.
El negacionismo no es un error ni una torpeza. Es el sistema operativo de la derecha. Una forma de gobernar sin gobernar, de estar en la oposición incluso cuando ocupan el poder. Y mientras tanto, el país se quema, se vacía, se empobrece. Pero ellos sonríen, convencidos de que, si lo niegan lo suficiente, algún día desaparecerá.