En un país donde el empleo crece pero el desempleo también, los indicadores económicos empiezan a parecer un espejo deformante. España cerró el tercer trimestre de 2025 con 118.400 nuevos ocupados, un récord que eleva la cifra total hasta 22,38 millones de personas trabajando, pero también con 60.100 parados más, lo que sitúa la tasa de desempleo en el 10,45%, por encima del 10,29% del trimestre anterior.
La paradoja, más empleo y más paro a la vez, no es un error estadístico, sino el reflejo de un mercado laboral bajo presión estructural. La población activa, es decir, quienes tienen o buscan trabajo, ha crecido superando por primera vez los 25 millones. En otras palabras: la economía crea empleo, pero no al ritmo suficiente para absorber a quienes se incorporan o reincorporan al mercado laboral.
Crecimiento excluyente
La tendencia tiene un nombre técnico, “efecto de ampliación de la fuerza laboral”, pero su lectura social es mucho más clara: España está generando empleo sin reducir la exclusión.
A pesar de que se crean puestos de trabajo, no bastan para absorber a todos los que buscan uno. Esta presión afecta especialmente a los jóvenes, los migrantes y quienes buscan su primer empleo.
Detrás de esa presión hay una serie de tensiones demográficas y económicas que el modelo español lleva décadas arrastrando. La recuperación pospandemia ha incentivado el retorno de trabajadores inactivos y el aumento de la participación laboral femenina, pero la productividad sigue estancada y los sectores que tiran del empleo (turismo, hostelería, servicios personales) ofrecen baja estabilidad y salarios muy bajos.
Brecha eterna
El dato más inquietante del informe del Instituto Nacional de Estadística (INE) es el salto en el paro femenino, que se disparó en 82.700 mujeres más desempleadas durante el trimestre, mientras el paro masculino descendió en 22.600 personas. El resultado es una brecha de género superior a tres puntos, con el desempleo femenino en el 12,11% frente al 8,97% masculino.
La divergencia no es coyuntural. Responde a un patrón que se repite cada vez que el mercado laboral se enfría: los empleos más vulnerables (a tiempo parcial, temporales o asociados a cuidados) son los primeros en desaparecer. Es inadmisible que con un gobierno progresista que presume de defensa de los derechos de la mujer el crecimiento del empleo no llegue por igual dado que las desigualdades estructurales siguen penalizando a las mujeres.
La explicación está tanto en la estructura sectorial como en la social. Las mujeres siguen concentradas en actividades con alta estacionalidad o salarios bajos, mientras la falta de políticas públicas de conciliación (servicios de cuidados, flexibilidad horaria, inversión en dependencia) las empuja, una y otra vez, fuera del mercado laboral.
Señales positivas pero insuficientes
También hay que señalar que el trimestre ofrece señales positivas. La contratación indefinida aumentó en casi 75.000 personas, elevando el total a 16,13 millones de trabajadores estables, y la tasa de temporalidad cayó por debajo del 13%, su nivel más bajo en dos décadas. Además, hay 240.000 hogares más con todos sus miembros ocupados, y 6.100 menos donde todos están en paro.
Pero detrás de estos datos alentadores se esconde una realidad circular: una rotación laboral crónica que mantiene a cientos de miles de personas entrando y saliendo del empleo sin alcanzar estabilidad real. Las cifras de ocupación crecen, pero a costa de una movilidad que erosiona la seguridad económica de las familias.
El resultado es un sistema que aparenta dinamismo pero produce incertidumbre: el empleo se multiplica, pero las condiciones de trabajo y la igualdad de acceso no mejoran al mismo ritmo.
Los parias: jóvenes y migrantes
El otro síntoma preocupante es el incremento de 49.400 personas que buscan su primer empleo, un grupo que combina juventud, precariedad y falta de oportunidades. El mercado laboral español sigue teniendo dificultades para absorber a los recién llegados: los jóvenes afrontan una tasa de paro cercana al 25%, y los migrantes soportan una volatilidad aún mayor.
En un contexto de envejecimiento poblacional, esta desconexión resulta doblemente preocupante. España necesita integrar más trabajadores para sostener su sistema de pensiones y su crecimiento económico, pero sigue sin ofrecerles una vía de acceso estable ni remuneraciones competitivas.
La farsa de la estabilidad
Los gobiernos suelen celebrar la creación neta de empleo como un éxito indiscutible, pero la fotografía actual sugiere que el pleno empleo en España sigue siendo un horizonte esquivo. La expansión de la población activa, alentada por la inmigración, la mejora económica y el retorno de trabajadores que habían abandonado el mercado, tensiona un modelo productivo que genera puestos de trabajo, sí, pero en sectores de baja productividad y con escasa resiliencia.
El desafío no es solo crear empleo a costa de lo que sea para maquillar las estadísticas, sino crear el tipo de empleo que permite vivir dignamente.
La paradoja del tercer trimestre de 2025 encapsula la tensión fundamental de la economía española: crecer sin incluir, contratar sin estabilizar, avanzar sin igualar. Las cifras pueden alimentar titulares optimistas de los órganos de prensa de Moncloa, pero el mercado laboral sigue siendo un espejo de las desigualdades que atraviesan el país.
Mientras la tasa de paro se mantiene por encima del 10% (el doble de la media europea), el empleo se multiplica en sectores donde la precariedad es la norma. España ha aprendido a crear trabajo; lo que aún no ha aprendido es a distribuirlo con justicia y a generar dignidad.
En la superficie, el mercado laboral late con vigor. Bajo esa superficie, la economía del “empleo insuficiente” sigue marcando el compás de la recuperación.