Génova 13, el ausente más presente en la protesta del PP

La protesta de Feijóo se mezcla con los discursos de Vox, alimentando la idea de una derecha cada vez más unificada en el tono y en el marco

01 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 14:38h
Guardar
Génova 13, el ausente más presente en la protesta del PP

La política española tiene momentos que se explican solos. El PP volvió este domingo a la calle para exigir la dimisión de Pedro Sánchez y convocar elecciones. Desde el Gobierno respondieron con un recordatorio preciso: si la protesta iba contra la corrupción, el escenario apropiado estaba unas paradas de metro más al norte, en Génova 13, cuya historia judicial sigue siendo una carga política que Feijóo no logra disipar. El contraste ha sido inevitable: una multitud en el Templo de Debod y el recordatorio de que la “caja B” no pertenece a un pasado remoto, sino a una estructura que aún proyecta sombra.

El Gobierno no ha desaprovechado el ángulo. La portavoz, Pilar Alegría, lo resumió sin rodeos: si el PP quería manifestarse contra la corrupción, “se ha equivocado de sitio”. La frase, más allá del golpe político, devolvió al debate algo que la oposición preferiría no repasar: la sentencia firme de la Audiencia Nacional que certificó el uso de fondos ilegales para financiar la reforma de Génova. Ese edificio sigue ahí, en el centro de Madrid, convertido en una referencia involuntaria cada vez que el PP intenta enarbolar la bandera de la limpieza institucional.

La estrategia de Feijóo y el riesgo de confundirse con su aliado incómodo

La concentración de este domingo —la séptima que Feijóo promueve en un año— buscaba exhibir músculo frente al Gobierno en un momento en el que la oposición necesita volver a controlar el relato tras las últimas informaciones judiciales. Pero el propio planteamiento ha reforzado otro debate que recorre discretamente las filas conservadoras: el PP se acerca tanto a Vox que cada día resulta más difícil distinguirlos. Lo expresó con cierta sorna el ministro Félix Bolaños: “Dicen lo mismo, se manifiestan en el mismo sitio, insultan igual. Son lo mismo”.

La foto del Templo de Debod, con discursos prácticamente intercambiables entre PP y Vox, ha reactivado un interrogante que Feijóo no logra despejar. Cuando el discurso se mimetiza, el votante termina optando por el original y no por la versión corregida y reducida de ese original. Es un riesgo conocido en la derecha europea, donde los partidos tradicionales han comprobado que intentar disputar el espacio ideológico a la extrema derecha suele derivar en la pérdida del propio.

El cálculo del PP al convocar una protesta de nuevo corte “cívico”, sin siglas pero con propósito inequívoco, parece perseguir un objetivo doble: desgastar al Gobierno y reordenar a su electorado. Pero las cifras de asistencia —siempre disputadas— muestran una tendencia involuntaria: el entusiasmo decrece a medida que se repiten las convocatorias. Como ironizó Alegría, “escogen escenarios cada vez más pequeñitos”. Y algo de eso late: el partido intenta recrear un ambiente social que hoy no acompaña.

 La incapacidad del PP para cerrar su propio capítulo

La paradoja de esta protesta es evidente para cualquiera que observe con cierta distancia la evolución del PP. Cada vez que Feijóo pronuncia la palabra “corrupción”, resurge el eco incómodo de un pasado que no ha sido completamente procesado, ni interna ni públicicamente. Su insistencia en situar al Gobierno en el centro de todas las sospechas choca con la hemeroteca y con una sentencia que sigue siendo el punto de apoyo de sus adversarios.

Incluso dentro de la derecha moderada, algunos empiezan a advertir que esta estrategia tiene un coste: si Feijóo no logra redefinir el PP como un partido inequívocamente alejado de aquellas prácticas, cada ofensiva se convertirá en un recordatorio involuntario. El Gobierno lo sabe y juega esa carta con la tranquilidad de quien posee un argumento jurídicamente blindado.

De fondo, el PSOE interpreta este movimiento como la reacción desesperada de una oposición que no consigue articular un proyecto alternativo. “El PP solo tiene un objetivo: asfixiar los servicios públicos para favorecer intereses privados”, resumió Alegría ante los jóvenes socialistas. Más allá del recurso retórico, lo cierto es que Feijóo apenas ha logrado construir una narrativa propositiva. Su discurso descansa en la negación del adversario, pero no termina de ofrecer un relato propio que trascienda el marco emocional que comparte con Vox.

Y ahí aparece la clave del día: el PP denuncia el clima político mientras lo alimenta, acusa al Gobierno de división mientras convoca protestas cada vez más frecuentes y recurre a un tono que Alegría y Bolaños señalan como indistinguible del de la ultraderecha. El enfrentamiento retórico con Sánchez se ha convertido, precisamente, en la coartada con la que evita abordar cuestiones internas, desde la redefinición ideológica hasta la gestión de su propia herencia judicial.

Lo que deja esta jornada no es solo una protesta más, sino la evidencia de un partido que intenta escapar de su pasado mientras lo lleva consigo como un lastre visible. El Gobierno lo sabe. Y cada vez que el PP intenta instalar el debate en la corrupción ajena, le recuerdan el lugar —Génova 13— donde comenzó la grieta que aún no logra cerrar.

Lo + leído