Tal como se esperaba, la Flotilla de la Libertad fue asaltada anoche a pocas millas de Palestina. Un crimen de guerra más de Israel, un delito más, el de piratería, que añadir a la larga lista de burradas cometidas por el Gobierno de Netanyahu. De las 44 embarcaciones cargadas de alimentos y medicinas con destino a Gaza, seis ya están en manos de los israelíes. Pero el resto continúa una travesía heroica rumbo al puerto gazatí, una expedición que puede cambiar el curso de la historia.
Lo de ayer frente a las costas palestinas quedará como una de las grandes gestas humanitarias contemporáneas. La Flotilla consiguió romper el bloqueo que mata de hambre a la población palestina, sus ocupantes retransmitieron en directo el asalto, y el shock en la opinión pública mundial fue total. Apenas una hora más tarde, Roma se llenaba de manifestantes exigiendo la puesta en libertad de los retenidos. La oleada de protestas pronto se extendió, como la pólvora, por todo el país (Milán, Nápoles, el norte y el sur) y al poco tiempo miles de personas ya estaban desfilando por las principales vías de las ciudades italianas. Hermanos codo con codo entonando el Bella ciao frente al Coliseo. Una huelga general convocada para los próximos días en toda Italia hace temblar al Gobierno de Meloni. Un terremoto solidario que, sin duda, a corto plazo sacudirá al viejo continente. Europa despierta del letargo y la indolencia ante las matanzas de inocentes y el espíritu de resistencia contra los crímenes de guerra empieza a fundirse con el sufrimiento del pueblo palestino. Esto no ha hecho más que comenzar. Hoy empezaremos a ver las primeras réplicas del estremecimiento en todas partes. En España, en Francia, en Alemania y Portugal. El tsunami propalestino va a ser tan gigantesco que los políticos de la UE van a tener que aparcar sus tediosas agendas y ridículas cuitas domésticas para poner los ojos, al fin, en lo que está pasando en Palestina.
Al mismo tiempo que los europeos se echaban a la calle para gritar basta ya, la imagen de una militar israelí deteniendo a Greta Thunberg en la cubierta de uno de los barcos causaba indignación. El gran símbolo de la lucha contra el cambio climático y por los derechos humanos registrada, como una peligrosa terrorista, por una esbirra de Netanyahu. La foto de la niña frágil con la ranita verde por sombrero y la kufiya injustamente arrestada se replicaba anoche, millones de veces y a la velocidad de la luz, en todas las redes sociales del planeta. Pocas escenas pueden remover más conciencias en el mundo de hoy. El Gobierno sionista, consciente de la mala imagen que estaba trasladando a la comunidad internacional y de que la cosa se le podía ir de las manos, tuvo que emitir una apresurada nota de prensa para garantizar la integridad de la joven activista. “Greta y sus amigos se encuentran sanos y salvos”, aseguraba cínicamente el comunicado emitido a última hora de la tarde. Para entonces, los pacifistas ya habían ganado la batalla del relato. Netanyahu había caído en la trampa, por mucho que hubiese dado la orden a sus policías y militares de tratar con dignidad y respeto a los detenidos. El siniestro carnicero de Gaza debió pensar que permitiendo la emisión del abordaje en directo y en prime time trasladaría la sensación de cierta transparencia y respeto a la legalidad, un golpe de efecto global, un lavado de la maltrecha imagen de Israel tras meses de horror en la Franja. No fue así. Ya nada podrá borrar la idea de que estamos ante un ejército genocida y fascista que mata niños a mansalva y atropella a unos animosos utópicos que no hacen daño a nadie “ni suponen una amenaza para Israel”, tal como había sugerido a primera hora de la mañana el presidente Sánchez.
A lo lejos, sin entrar en la zona de exclusión, la fragata Furor, el buque de guerra enviado por la Armada española para proteger a la expedición solidaria, observaba la escena. Fue acertada la decisión de no adentrarse en aguas palestinas para no entrar en conflicto con los barcos de Netanyahu. Cualquier encontronazo y hoy estaríamos en guerra con Israel. Finalmente, el plan de la Flotilla de la Libertad funcionó a la perfección. Todos sabían lo que tenían que hacer. Ponerse el flotador en cuanto aparecieran las primeras patrulleras judías, arrojar sus ordenadores y teléfonos móviles al mar para no regalar información sensible a sus captores, levantar las manos al aire mostrando que no iban armados (esta medida era la más importante de todas, ya que los bárbaros soldados israelíes primero disparan y después preguntan) y resistir los dolorosos chorros de agua a presión lanzados, como cañonazos o ráfagas intimidatorias, por las lanchas hebreas. Ninguno de los tripulantes falló o cometió error alguno. Todos se comportaron como experimentados especialistas del activismo cívico y pacífico. La guinda fue el impactante vídeo de Ada Colau minutos antes del abordaje (“si estáis viendo esto es que hemos sido detenidos”), un nuevo golpe de efecto para sacudir conciencias. Pequeños detalles que pueden contribuir a frenar el genocidio. A esta hora, se desconoce el paradero de quienes viajaban en los barcos asaltados, entre ellos periodistas de varios medios de comunicación (todos de izquierdas, ninguno de derechas, por algo será). Los buques que quedan intactos prosiguen una singladura incierta que aún no ha terminado. Cualquier cosa puede ocurrir. Hasta que Abascal y el diputado Figaredo envíen un barco a la zona para hundir la Flotilla a torpedazo limpio.