El posicionamiento justo del gobierno de Pedro Sánchez respecto al genocidio israelí en Gaza ha provocado que tanto el Partido Popular como Vox se hayan alineado con las líneas básicas de la propaganda del ultrasionismo. Hoy mismo, la portavoz de la formación de extrema derecha en el Congreso, Pepa Rodríguez de Millán, ha negado que Israel esté cometiendo un genocidio en Gaza porque, según ella, lo que está sucediendo en la Franja es “una guerra por un territorio”. Esta misma afirmación supone que confirma que el Estado hebreo está vulnerando la legalidad internacional y, si es una guerra, entonces se estarían cometiendo crímenes de guerra.
Sin embargo, lo que sorprende es cómo la extrema derecha ha cambiado de opinión respecto al conflicto israelí-palestino para obtener rédito político, exactamente lo mismo que critican a Pedro Sánchez. Para entenderlo no hay más que analizar la historia de determinados movimientos ultras.
En Occidente, suele asociarse el apoyo a la causa palestina con la izquierda progresista, el anticolonialismo y los movimientos estudiantiles. Sin embargo, la historia revela un ángulo menos evidente: importantes sectores de la extrema derecha también han encontrado motivos para abrazar, en mayor o menor medida, la causa palestina. No por afinidad humanitaria, sino por intereses ideológicos y geopolíticos propios.
Tras la Segunda Guerra Mundial, grupos neofascistas europeos vieron en el naciente Estado de Israel un símbolo de lo que detestaban: cosmopolitismo, influencia judía en la política global y apoyo incondicional de Washington. En ese espejo invertido, los palestinos se convirtieron en aliados útiles, no tanto por lo que representaban, sino por a quién combatían. Durante los años setenta, organizaciones de ultraderecha en Francia, Alemania e Italia tejieron contactos informales con facciones palestinas, en parte para mostrar solidaridad con el “antiimperialismo” árabe, pero sobre todo para reforzar sus propios discursos antisemitas.
En España, el mismo Franco intentó vender armas a la Liga Árabe para su guerra contra Israel. Según un documento de la CIA, al que Diario Sabemos ha tenido acceso, el gobierno español de Franco intentó vender armas a la Liga Árabe en pleno inicio del conflicto con el Estado de Israel. La oferta fue tan suculenta que, incluso, el gobierno libanés de Bisharah Khuri, condecoró al dictador con la Orden de Mérito del Líbano. El ministro de Asuntos Exteriores, Alonso Caro, viajó de El Cairo a Beirut para, en correspondencia a la condecoración, entregar al presidente Khuri la Orden de Carlos III.
Sin embargo, el viaje de Caro a la capital libanesa coincidió, además, con un especial encargo de Franco: la oferta de armas fabricadas en España a los países árabes. En estas negociaciones no sólo estuvieron representantes del gobierno libanés, sino de otros estados y de la Liga Árabe, según se indica en el informe de la CIA.
Sin embargo, hubo presiones externas. Los representantes españoles expusieron a los árabes que, a pesar de los fuertes deseos de Franco de suministrar las armas ofrecidas, surgieron serias razones para retrasar el consumo del acuerdo. Una de las razones expuestas, según el informe de la CIA, fue la amenaza de problemas con Gran Bretaña de romper el acuerdo comercial anglo-español si España suministraba esas armas.
A pesar de los esfuerzos de los delegados árabes para generar estrategias para que España pudiera entregar las armas ofrecidas, no lograron obtener ninguna promesa firme y concreta de la representación de Franco.
La entrega de las armas fue, por tanto, paralizada por Franco por un tiempo indefinido. Su única promesa era llevar a Madrid los planes y estrategias elaboradas por los árabes para la entrega secreta y eficiente de las armas.
Ya en la época democrática, sectores de la ultraderecha celebraban los atentados en Israel o exaltaban a líderes como Yaser Arafat y movimientos como Septiembre Negro. Ahora, la extrema derecha española se ha alineado con Israel. Si Franco levantara la cabeza…
En Estados Unidos, la relación ha sido más ambigua. Sectores supremacistas blancos que ahora sostienen a Donald Trump han enmarcado a Israel como parte del establishment liberal y cosmopolita al que se oponen. Figuras del movimiento “alt-right” han hecho públicas sus simpatías por Palestina, en parte como gesto de provocación contra el consenso bipartidista de Washington.
El apoyo de la extrema derecha a la causa palestina nunca ha sido desinteresado ni estable. Más que solidaridad, se trata de instrumentalización: los palestinos como vehículo para atacar a Israel, y a través de Israel, a los judíos, a Estados Unidos y al liberalismo occidental. En algunos casos, esa convergencia ha brindado a la causa palestina un eco inesperado en círculos que de otro modo le serían hostiles. Pero también ha contaminado la narrativa con elementos conspirativos y xenófobos, dificultando una defensa universalista de los derechos palestinos.