Sánchez y Gallardo, dos lastres que arrastrarán al PSOE al abismo

El PSOE afronta el problema de que su candidato, Miguel Ángel Gallardo, está procesado en la causa del hermano de Pedro Sánchez lo que contraviene el código ético del PSOE, que exige apartar de manera inmediata a cualquier cargo investigado judicialmente

07 de Diciembre de 2025
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Sánchez Extremadura
Pedro Sánchez en un acto de campaña en Plasencia | Foto: Eugenia Morago / PSOE

El primer efecto de la presencia de Pedro Sánchez en la campaña electoral de Extremadura no ha sido el esperado impulso simbólico para su partido, sino la reactivación del desgaste acumulado de la marca PSOE. A diferencia de otros ciclos electorales, la figura del presidente ya no se interpreta como la encarnación de la estabilidad o de la protección social, sino como el epicentro de un agotamiento político que en esta región se percibe con especial nitidez. Lo que debía funcionar como galvanización del electorado socialista se convierte en un recordatorio permanente de los problemas que han marcado su legislatura.

A este cansancio general se suma la crítica persistente hacia la ineficiencia social del Gobierno. Extremadura, territorio donde la prestación de servicios públicos opera muchas veces en el límite de sus capacidades, observa con impaciencia cómo las políticas de Sánchez en materia de vivienda o empleo han avanzado de forma errática. El discurso presidencial sobre la “defensa del Estado del bienestar” pierde fuerza cuando el votante percibe que la ejecución real está plagada de retrasos, improvisaciones y falta de resultados medibles. En este contexto, la presencia del presidente no simboliza un proyecto social robusto, sino la distancia creciente entre la retórica de Ferraz y la vida cotidiana de los ciudadanos.

A este malestar se añade el impacto corrosivo de los escándalos de corrupción que han sacudido al sanchismo. La campaña extremeña se desarrolla en paralelo a una crisis de credibilidad interna que el PSOE no ha logrado gestionar con transparencia. El deterioro reputacional del Gobierno, lejos de apagarse, se intensifica con cada aparición pública del presidente, que arrastra consigo un clima de sospecha y fatiga moral que contamina a quienes se alinean con él. En lugar de generar confianza, el paso de Sánchez por Extremadura activa un reflejo defensivo en sectores moderados del electorado, recordándoles que el partido vive en un estado de alarma ética casi permanente.

El otro factor tóxico para el PSOE regional reside en los pactos con el independentismo, especialmente con Junts. En Extremadura, una de las comunidades más alejadas del eje identitario catalán, estas alianzas se perciben como concesiones realizadas a costa del interés general del país. Para numerosos votantes socialistas tradicionales (incluso para militantes), Sánchez se ha transformado en un presidente dispuesto a hipotecar la estabilidad institucional con tal de asegurar su supervivencia parlamentaria. La visita del propio Sánchez convierte al candidato autonómico en depositario de ese malestar: la percepción de que quien gobierna en Madrid ha hecho depender las grandes decisiones del país de actores políticos cuyos objetivos no coinciden con los de la España interior.

En medio de este contexto ya de por sí enrarecido, el PSOE se enfrenta a un problema adicional: su candidato extremeño, Miguel Ángel Gallardo, está procesado en la causa del hermano de Pedro Sánchez. Su continuidad contraviene el propio código ético del PSOE, que exige apartar de manera inmediata a cualquier cargo investigado judicialmente. La organización ha preferido mirar hacia otro lado. El silencio del presidente durante su visita, evitando cualquier referencia a la situación procesal de Gallardo o victimizándose con la teoría de una conspiración, transmite la imagen de un partido dispuesto a relativizar sus compromisos éticos cuando el afectado pertenece al círculo orgánico. Esta indulgencia mina aún más la credibilidad del mensaje de regeneración democrática que intenta sostener la dirección federal.

Así, la presencia de Pedro Sánchez en Extremadura opera como un catalizador de los problemas que el PSOE intenta minimizar. En lugar de fortalecer al candidato, su intervención exhibe de manera involuntaria todas las contradicciones del proyecto político socialista: la brecha entre discurso social y resultados, el deterioro ético, la dependencia del independentismo y la vulneración explícita del código interno del partido. Nada de esto pasa desapercibido para un electorado que ha mostrado históricamente sensibilidad ante la coherencia política.

El riesgo para el PSOE en Extremadura es evidente. En una región donde la moderación y la estabilidad institucional siguen siendo valores centrales, la asociación con un presidente desgastado y un candidato procesado se convierte en un factor decisivo de retroceso electoral. Las encuestas, incluso las del CIS de Tezanos, ya muestran que el partido afronta un deterioro significativo, no tanto por la fortaleza de su competencia, sino por la incapacidad de desvincular su campaña regional del peso de los errores cometidos en Madrid.

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