Elecciones en Extremadura, la muestra de cómo la extrema derecha bloquea a la democracia

Las elecciones que se celebran hoy en Extremadura no son una casualidad, sino que están enmarcadas en una estrategia de desgaste de la ciudadanía con un objetivo claro: que la extrema derecha alcance el poder a través del agotamiento y la desafección

21 de Diciembre de 2025
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La moral de cartón piedra de Vox
Santiago Abascal en un acto de Patriots.eu | Foto: Vox

La crisis financiera de 2008 inició un periodo en el que las democracias liberales viven atrapadas en un bucle que combina fragmentación política, desconfianza ciudadana y una sucesión casi permanente de procesos electorales. Lo que en apariencia es una intensificación de la participación democrática se ha convertido, en muchos países, en su contrario: un sistema incapaz de gobernar. En ese terreno fértil, la extrema derecha ha desarrollado una estrategia eficaz y poco ruidosa para bloquear la democracia desde dentro, sin necesidad de golpes de Estado ni rupturas formales del orden constitucional.

El método no es nuevo, pero sí su sofisticación: convertir la ingobernabilidad en una herramienta política.

Crisis económica y atomización del voto

La crisis de 2008 marcó un punto de inflexión. La quiebra del contrato social implícito (prosperidad a cambio de estabilidad) erosionó la legitimidad de los partidos tradicionales. El resultado fue una fragmentación del sistema político: surgieron nuevas fuerzas, se debilitaron los grandes partidos y se normalizó la idea de parlamentos sin mayorías claras.

La extrema derecha no creó este escenario, pero aprendió a explotarlo. A diferencia del populismo de izquierda, que aspiró a recomponer mayorías, la derecha radical entendió que no gobernar también es una forma de poder. En sistemas parlamentarios, la fragmentación convierte a minorías disciplinadas en actores decisivos. Y pocas fuerzas son tan cohesionadas como las de extrema derecha.

Elecciones como arma de desgaste

La repetición constante de elecciones, como ha sucedido en Extremadura o Aragón, tiene efectos corrosivos. Fatiga electoral, abstención creciente y una percepción extendida de que “nada cambia” debilitan la confianza en la democracia representativa.

Aquí la extrema derecha encuentra su oportunidad. Su narrativa es simple y eficaz: “El sistema no funciona”, “los políticos son incapaces”, “la democracia es un fraude”. Cada elección fallida refuerza ese marco mental. Cada gobierno efímero confirma su diagnóstico.

No buscan necesariamente ganar; buscan demostrar que nadie puede gobernar.

Minoría intensa, mayoría dispersa

La atomización del espacio político produce una paradoja central del momento democrático: mayor pluralismo, menor capacidad de decisión. Mientras el centro se fragmenta en múltiples opciones, la extrema derecha mantiene mensajes simples, identitarios y emocionalmente cargados.

En un entorno de elecciones repetidas, la disciplina importa más que la amplitud. Una base movilizada del 15 o 20% puede convertirse en árbitro permanente del sistema. La extrema derecha entiende que bloquear presupuestos, vetar investiduras o forzar nuevas elecciones desgasta mucho más a sus adversarios que a sus propios votantes, que interpretan el conflicto como prueba de coherencia ideológica.

Gobernar menos para influir más

A diferencia de los partidos tradicionales, la extrema derecha no paga altos costes por la parálisis institucional. No gestiona ministerios o consejerías complejas, no rinde cuentas sobre políticas públicas y no se expone a la erosión del poder ejecutivo. Su estrategia consiste en maximizar influencia minimizando responsabilidad.

En este esquema, la repetición electoral es funcional. Cada nuevo ciclo ofrece una tribuna, una campaña permanente y la posibilidad de radicalizar el discurso. La democracia se transforma en una sucesión de campañas sin gobierno, donde el debate se empobrece y la polarización se intensifica.

El bloqueo, antesala de la “solución autoritaria”

El objetivo final no es la ingobernabilidad per se, sino su consecuencia política: la demanda social de orden, decisión y autoridad. Cuando la democracia se percibe como ineficaz, crece la tolerancia hacia soluciones excepcionales: líderes fuertes, reducción de contrapesos, desprecio por el pluralismo.

La extrema derecha no necesita destruir la democracia; le basta con dejarla exhausta. En ese punto, su promesa de simplicidad y mando encuentra un público receptivo.

A diferencia de las crisis democráticas del siglo XX, esta no se produce por un colapso repentino, sino por agotamiento. No hay tanques en las calles, sino urnas reiteradas. No hay censura explícita, sino ruido constante. La democracia no muere de un golpe, se paraliza hasta perder sentido.

Desde 2008, la combinación de crisis económica, fragmentación partidista y estrategias de bloqueo ha creado un ecosistema ideal para la extrema derecha: uno en el que la democracia sigue en pie, pero ya no avanza.

El dilema de las democracias liberales

Responder a esta estrategia exige algo más complejo que ganar elecciones. Implica reconstruir mayorías funcionales, reducir la lógica de veto permanente y recuperar la idea de que la democracia es un instrumento para decidir, no solo para competir.

Mientras tanto, la extrema derecha seguirá explotando la paradoja central de nuestro tiempo: cuantas más elecciones fallidas, más débil parece la democracia; y cuanto más débil parece, más plausible resulta su alternativa autoritaria. Hoy, Extremadura, parece que va camino de la repetición electoral y ya está demostrado que "el pueblo salva al pueblo" es un eslogan pervertido. 

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