El feminismo en el sanchismo: del dicho al hecho…

Las reivindicaciones en la lucha por la igualdad real han ido modificándose en base a los intereses particulares y políticos de Pedro Sánchez

05 de Diciembre de 2025
Actualizado el 09 de diciembre
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La dirección del PSOE atraviesa uno de sus momentos más delicados en materia de igualdad desde que Pedro Sánchez situó el feminismo como eje político de su partido. La revelación de que dos denuncias internas por acoso sexual contra Paco Salazar, exdirigente socialista, no fueron gestionadas con la diligencia debida ha abierto una grieta en el discurso oficial y ha desencadenado días de tensión interna.

El episodio expone no sólo un fallo de procedimiento, sino un choque entre la imagen pública de un partido que se presenta como referente en igualdad y la realidad de unos mecanismos internos que, según admiten ahora en Ferraz, no han estado a la altura.

Una reunión “rara”

La noche anterior, en una reunión telemática convocada de urgencia, las responsables de Igualdad del PSOE vivieron un encuentro que una de las asistentes definió, según ha publicado la Agencia EFE, como “raro” y marcado por “mucha tensión”. Era la primera ocasión en la que las dirigentes territoriales podían preguntar directamente a Ferraz cómo habían desaparecido las denuncias de las dos militantes del canal interno del partido.

En esa cita, Pilar Bernabé, secretaria de Igualdad de la Ejecutiva Federal, admitió que el partido pudo haber sido “más diligente”. Una frase que vino a confirmar lo que ya era imposible negar: la gestión del caso Salazar no sólo había sido deficiente, sino que además había generado desconfianza entre las propias responsables de Igualdad del PSOE.

La elección de quién podía intervenir y durante cuánto tiempo también generó incomodidad. Apenas cinco responsables regionales tomaron la palabra, en intervenciones breves. Ferraz culpó al horario nocturno; varias asistentes vieron otro síntoma del malestar.

El origen de la crisis se remonta al pasado julio, cuando las denuncias fueron presentadas en el canal interno contra el acoso, justo el mismo día en el que el partido celebraba el Comité Federal. En esa dirección renovada, Salazar debía ocupar un puesto relevante como adjunto a la nueva Secretaría de Organización.

Cuando se hicieron públicos los testimonios en elDiario.es, el PSOE actuó de inmediato: apartaron a Salazar de todos sus cargos, pese a que no existía denuncia formal ante la policía. Ese movimiento, que Ferraz presentó como contundente, contrasta ahora con la revelación de que las denunciantes no se sintieron acompañadas y de que el rastro de sus denuncias desapareció del canal interno.

La contradicción entre la contundencia pública y el desorden interno ha golpeado al núcleo mismo del discurso socialista y muestra la constante contradicción en que vive el partido desde el año 2014, año en que la democracia directa dio paso a la autarquía más cruel.

En el PSOE reconocen que “no es un momento fácil” y que estos fallos evidencian la necesidad de “mejorar” los protocolos y sistemas de denuncia. La frase que más se repite entre los cuadros del partido —“se ha hecho mucho, pero no es suficiente”— resume la sensación de que la maquinaria ha fallado en un punto crítico: la protección efectiva de las denunciantes.

La polémica llega en un contexto donde el PSOE ha defendido durante años ser la fuerza política más comprometida con el feminismo. Pero esta crisis interna ha puesto de manifiesto una contradicción incómoda: los protocolos que el partido exhibía como ejemplares no han funcionado cuando más se los necesitaba.

El feminismo maleable de Pedro Sánchez

La historia reciente del PSOE es, en buena medida, la historia de cómo Pedro Sánchez ha moldeado el feminismo institucional como un recurso político maleable, adaptable a sus necesidades de cada momento, y sorprendentemente resistente a los escándalos que, desde 2014, han horadado la autoridad moral del partido en materia de igualdad y derechos de las mujeres.

Bajo la superficie de discursos altisonantes, declaraciones solemnes y campañas de comunicación y marketing cuidadosamente calibradas, late una contradicción profunda: el partido que se autodefine como vanguardia feminista ha convivido, sin una reacción proporcional, con una serie de casos que habrían resultado devastadores para cualquier organización que hiciera del feminismo un principio y no un eslogan.

Lo ocurrido en la última década revela un patrón: el feminismo sanchista no se guía por convicciones éticas, sino por cálculos de poder.

Los escándalos vinculados a prostitución, abuso de poder, acoso sexual y presunto tráfico de influencias no son episodios aislados: forman una secuencia sostenida que sitúa al PSOE en una contradicción permanente con su relato feminista.

El “Tito Berni”

El caso Mediador estalló en 2023 como una novela negra escrita en tiempo real: cenas, comisiones, favores políticos, alcohol, drogas y mucha prostitución. La investigación judicial describió un ecosistema en el que el exdiputado socialista Juan Bernardo Fuentes Curbelo, apodado “Tito Berni”, ejercía un poder informal que mezclaba influencia política y consumo de prostitución en encuentros con empresarios.

La crudeza del caso no sólo evidenció comportamientos individuales, sino un ecosistema de impunidad donde la moral pública del partido chocaba frontalmente con la vida privada de uno de sus cargos.

El PSOE reaccionó con una rapidez milimétricamente calculada: expulsión del investigado y relato de “manzana podrida”. Pero la secuencia reveló algo más profundo: el partido no estaba preparado para aplicar sobre sí mismo las exigencias éticas que imponía a los demás.

José Luis Ábalos

El caso de José Luis Ábalos supuso una crisis interna de magnitud inédita. En el partido mucha gente sabía quién era Ábalos y cómo era su vida personal. En el PSOE de Pedro Sánchez no era una noticia que Ábalos era un pródigo consumidor de prostitución. Sin embargo, todo el mundo calló. Los testimonios y documentos recogidos en los sumarios judiciales sobre fiestas, excesos, contratación de prostitutas casi por catálogo mostraban un estilo de vida ajeno a la supuesta estricta ética pública que el PSOE predica.

La reacción de Sánchez no fue un acto ético, sino estratégico. Ábalos, antaño imprescindible, se convirtió de repente en un estorbo reputacional. El feminismo como herramienta de profilaxis política.

El feminismo como recurso personal y político

Pedro Sánchez ha sido extraordinariamente eficaz en la construcción de una marca personal feminista, especialmente desde su llegada al poder en 2018. Sin embargo, un examen atento revela que este impulso ha sido menos un compromiso moral que un instrumento político estratégico, útil para blindarse ante la oposición, reforzar su liderazgo interno y proyectar una imagen internacional progresista.

Tres dinámicas permiten comprender el “feminismo a la carta” de Sánchez. En primer lugar, el feminismo como diplomacia interna, es decir, el discurso feminista ha permitido dividir y disciplinar a competidores internos y socios parlamentarios. Por otro lado, el feminismo ha sido utilizado como pararrayos, dado que cualquier crítica al Gobierno se presentaba como un ataque “antifeminista”, desviando así el foco de escándalos reales. Además, Sánchez ha utilizado al feminismo como una operación de branding. En foros internacionales, el ha construido una imagen cosmética de España como “referente global en igualdad”.

El contraste entre este relato y los casos que han afectado a su partido resulta abismal.

El episodio de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual (la célebre Ley del Solo Sí es Sí) constituye el ejemplo más devastador de cómo el feminismo sanchista, impulsado sin matices, puede convertirse en un error histórico.

La reforma penal, diseñada con una ambición simbólica más que jurídica, derivó en un fenómeno sin precedentes: la rebaja de penas y la excarcelación anticipada de más de mil agresores sexuales, incluidos violadores reincidentes.

Este error legislativo, expuso la debilidad técnica del Ministerio de Igualdad de Irene Montero (y el error de prescindir de Carmen Calvo), reveló la incapacidad del Gobierno para prever consecuencias básicas del Código Penal, y dejó a Sánchez en una situación inédita: ser responsable político de la mayor liberación involuntaria de agresores sexuales en democracia.

La reacción de Sánchez fue, de nuevo, estratégica: desplazar la responsabilidad a Podemos, minimizar el fallo y reorganizar el relato. Pero la sombra permanece. La ley que debía ser el emblema del feminismo progresista terminó siendo la prueba de fuego de un feminismo improvisado.

Si la Ley del Solo Sí es Sí sacudió la credibilidad jurídica del Gobierno, la Ley Trans fracturó el propio corazón feminista del PSOE, sobre todo porque Sánchez se puso en contra de la lógica de su partido. Era el precio que estuvo dispuesto a pagar, y no le tembló la mano, tal y como se comprobó en los lamentables sucesos del 40 Congreso Federal del PSOE.

Sánchez permitió que la norma se aprobara sin consenso dentro del feminismo socialista, con la oposición explícita de referentes históricas del PSOE, y con informes internos que advertían de riesgos legales, especialmente en menores y en las víctimas de violencia de género.

El impulso de la ley no respondió a un consenso social o científico, sino al cálculo político de Sánchez: conservar la alianza parlamentaria con Podemos en un momento crítico.

La consecuencia fue la ruptura del feminismo español en dos corrientes irreconciliables. El resultado: una ley aprobada contra el propio feminismo del PSOE, un hecho que difícilmente encaja en la narrativa de “liderazgo feminista” que el Gobierno pretende sostener.

Pedro Sánchez ha demostrado ser un maestro en la manipulación del lenguaje feminista como herramienta de poder. Pero la acumulación de contradicciones empieza a pesar más que los eslóganes y el marketing personal de alguien que ha utilizado al feminismo del mismo modo que hizo en su momento Ana Botín.

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