Según se desprende de las grabaciones sobre el interrogatorio del juez Hurtado al jefe del gabinete de Isabel Diaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez reconoció que había acusado al fiscal general del Estado de haber cometido un delito a sabiendas de que no fue así y justificó esa manera de ser en que “tiene el pelo blanco”. En Román paladín, son suficientes canas como para saber como tiene que actuar. Y luego hay quien dice que no hubo conspiración. Según la Real Academia Española, conspiración es la acción de conspirar que, a su vez, define como la “acción secreta o planificada de un grupo de personas para manipular situaciones o eventos en beneficio propio”. El alto cargo de la presidencia de la Comunidad de Madrid maniobró para calumniar a Álvaro García Ortiz y contó con la complicidad de los medios de comunicación que difundieron su bulo, el primero de ellos el conservador El Mundo, provocando la reacción que esperaba. García Ortiz se enfangó. Si eso no es conspiración que venga Dios y lo vea. Y encima con la complicidad del juez instructor que, en lugar de deducir la acción delictiva y remitirla a un juzgado para derivar las responsabilidades penales, miró para otro lado llevando a juicio, por primera vez en la democracia, a una alta institución del Estado.
Veremos cómo reaccionan, a partir del 3 de noviembre, unos jueces, la mayoría conservadores que avalaron la actuación de su compañero, cuando vuelvan a escuchar las manifestaciones de MAR, esta vez en vista oral por lo que no puede incurrir en un contradictorio falso testimonio porque entonces sí puede acabar en un juzgado. Si Rodríguez se vuelve a ratificar en los términos en los que lo hizo durante la fase de instrucción y los miembros del tribunal sentencian la culpabilidad del fiscal general por una revelación de secretos en la que ni cree el propio testigo, el escándalo será mayúsculo. Los magistrados se habrán puesto del lado de esa maniobra cada vez más evidente en la cual la principal protagonista, la presidenta de la Comunidad de Madrid, pide ayuda a su jefe de gabinete para acabar con las consecuencias que estaba generando la actuación de su pareja al que la Agencia Tributaria estaba investigando por haber defraudado, presuntamente, algo más de 350.000 euros en las declaraciones del Impuesto de Sociedades de 2020 y 2021.
Miguel Ángel Rodríguez, que no hace más que repetir que le pintan canas, se informó bien. Habló con Alberto González Amador y éste le comentó que su abogado o lo que sea, Carlos Neira, había presentado a varias instancias, entre ellas al fiscal anticorrupción de Madrid, Julián Salto, una oferta de acuerdo de conformidad cuando ni siquiera se había abierto un procedimiento judicial. El empresario, pareja de Ayuso, dejó el asunto en manos de Rodríguez. Esperaba que la prensa nunca conociera sus presuntos delitos para no perjudicar a la presidenta. “Que la cosa sea rápida y sin ruido”, manifestó según consta en las grabaciones de su declaración ante el juez Hurtado.
Y, a partir de ahí empieza “la conspiración”. MAR “con pelos blancos”, suficientemente experimentado en materia de manipular la comunicación, según el mismo había declarado al periodista Manuel Jabois unos años antes, diseñó la jugada perfecta. Lo primero de todo, había que provocar la reacción de la cúpula fiscal. Para ello se daba la vuelta a la versión que le habían facilitado. No sería el abogado de González Amador el que hizo la oferta, sino el fiscal anticorrupción. Y la guinda se pondría al asegurar que el ministerio público la había retirado “por ordenes de arriba”. Lo que todavía queda por saber si esas órdenes a las que se refería MAR procedían de Fortuny, la sede de la FGE, o de Moncloa. Y ese secreto probablemente se lo llevará la tumba como buen profesional “con el pelo blanco” que sabe tirar la piedra y esconder la mano.
La jugada era perfecta. Si García Ortiz se daba por aludido intervendría, y si era Pedro Sánchez peor todavía porque MAR estaba seguro de que en Moncloa darían las ordenes oportunas para que interviniese en el asunto el mismísimo García Ortiz. La estrategia era perfecta, el cebo para que picase la máxima autoridad del ministerio público de este país estaba muy elaborado.
Lo que hay que criticar al fiscal general es su ingenuidad a la hora de caer en la trampa. Un profesional que se supone ha pasado por numerosas situaciones semejantes no debía de haber entrado al trapo. No debió de elaborar la nota de desmentido, ni haber comentado este asunto con las jefas de la fiscalía madrileña sabiendo que una de ellas es una enemiga personal capaz de cualquier cosa para derribarle.
Si de algo se puede acusar a Álvaro García Ortiz es de ser demasiado ingenuo, tanto como para renunciar al puesto que ocupa. Pero de ahí a meterlo en la cárcel va un abismo, aunque es verdad que en los penales españoles hay muchísimos reclusos que han sido los tontos útiles y han acabado en la cárcel para pagar por los platos rotos de sus jefes, los verdaderos delincuentes.
Lo que pasa es que García Ortiz es la víctima de la maniobra conspiratoria de un gran manipulador, probablemente el miembro de la clase política de este país más preparado para llevar a cabo este tipo de actuaciones. Lo hizo con Aznar del cual fue, primero, su jefe de prensa, llevándole con todo tipo de artimañas a La Moncloa, y ocupando la secretaría de Estado de Comunicación donde algún día se sabrán todas las maniobras que llevó a cabo contra la prensa que osó contradecirle. Todo un verdadero conspirador que acaba de hacer uno de sus servicios mas importantes al sector reaccionario de España. Su capacidad es tal que merecería estar en la MAGA de Trump más que en este miserable territorio. Rodríguez se merece mucho más.