Las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso en esRadio han encendido todas las alarmas. No es solo que haya acusado al presidente del Gobierno de “querer cargarse el régimen democrático”, sino que ha llamado a “arrasar en las urnas” con una retórica que recuerda demasiado a la de Donald Trump. Esta escalada verbal no es anecdótica: es un síntoma de que la presidenta madrileña ha decidido abrazar el discurso más extremista y polarizador para movilizar a los suyos, aunque para ello tenga que pisotear la convivencia, el respeto institucional y el dolor de las víctimas de Gaza.
Un discurso de buenos y malos
La entrevista de Ayuso estuvo plagada de frases que dividen a la sociedad en dos bandos: el de “los buenos” que ella encarna, y el de “los malos” que identifica con el Gobierno, los activistas y hasta los manifestantes que protestan contra el genocidio en Gaza. “No me pienso cruzar de brazos porque no puede ganar el mal”, dijo, en un tono mesiánico que convierte la política en una cruzada.
Este tipo de discurso es peligroso porque deshumaniza al adversario. Cuando se llama “gentuza” a quienes discrepan, cuando se acusa a Sánchez de querer instaurar un “régimen autocrático” y de “arruinar todas las instituciones”, se deja de debatir con ideas y se empieza a señalar enemigos a los que hay que eliminar políticamente. Es una estrategia conocida: victimizarse, acusar al contrario de lo mismo que uno hace y presentarse como la única salvadora.
Trumpismo castizo
Lo más preocupante es la apelación constante a “arrasar en las urnas” como única salida. No es la primera vez que Ayuso lanza este tipo de mensaje, pero ahora lo hace en un contexto en el que los disturbios en la Vuelta Ciclista y las protestas propalestinas han sacudido a Madrid. Culpar al Gobierno de lo ocurrido, como si hubiese alentado las manifestaciones, es un intento claro de reescribir los hechos.
El paralelismo con Trump es evidente: convertir cualquier protesta en un ataque contra el “régimen”, presentarse como víctima de una persecución mediática y judicial y alimentar el resentimiento de su base electoral. Pero, al contrario de lo que insinúa Ayuso, las encuestas no auguran ningún “arrase” del PP en Madrid. Solo el sondeo de Telemadrid, cuyo bruto ni siquiera se ha publicado, apunta a un crecimiento que las demás encuestadoras no confirman.
Gaza como cortina de humo
En medio de todo esto, Ayuso vuelve a justificar sin matices la ofensiva israelí en Gaza, insinuando que España “echará de menos a Israel” si se produce una “islamización masiva”. Esta narrativa es profundamente irresponsable. Vincular el apoyo a Palestina con terrorismo es una estrategia que criminaliza la protesta pacífica y convierte en sospechosos a quienes reclaman el fin de un genocidio retransmitido en directo.
El colmo es que mientras Madrid se compromete a gastar 45.000 euros para promocionar la última etapa de la Vuelta —suspendida por las protestas—, la presidenta aproveche la ocasión para culpar a Sánchez y no a los responsables de una guerra que ha dejado decenas de miles de víctimas civiles. Es un uso partidista del dinero público para reforzar un relato político y victimista.
Las instituciones no son el enemigo
Ayuso acusa al Gobierno de “colocar activistas inútiles” en las instituciones y de “arruinarlas”. Sin embargo, es ella quien desprecia la independencia de las mismas cuando no le dan la razón. Llama “infame” al delegado del Gobierno y compara Madrid con “Sarajevo en guerra”, una comparación desmedida que banaliza tragedias reales.
La política necesita crítica, sí, pero no insultos ni comparaciones grotescas que solo buscan agitar a los seguidores más radicales. España no está al borde de una dictadura, por mucho que lo repita la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y si realmente le preocupa la convivencia, debería empezar por moderar su propio lenguaje.
No hay datos que respalden su “arrase”
Lo más revelador es que el triunfalismo de Ayuso no se sustenta en datos reales. Madrid no está en llamas, como ella insinúa. Las encuestas no anticipan un vuelco histórico. El PP sigue fuerte, pero también crece el rechazo a sus políticas, sobre todo en vivienda y servicios públicos. Y el desgaste de Vox deja claro que el electorado madrileño no quiere un giro aún más extremista.
Ayuso se equivoca si piensa que ir más allá que Vox le dará más votos. La historia reciente muestra que la radicalización acaba movilizando también a quienes se sienten amenazados por ese discurso de odio. Si algo demuestran las protestas de La Vuelta es que la sociedad madrileña está viva, que se indigna y que exige que su dinero no se use para blanquear guerras ni para tapar tragedias.
Este tipo de intervenciones no deben normalizarse. Las palabras importan, sobre todo cuando las pronuncia la máxima autoridad de una comunidad. Llamar “mal” al adversario político, acusar de “infame” a un representante del Estado y anunciar que se va a “arrasar” en las urnas no es gobernar: es dinamitar el respeto institucional y dividir a la ciudadanía. Madrid necesita soluciones, no guerras culturales importadas de Estados Unidos.