Sánchez los trolea con gafas y sin gafas

El presidente del Gobierno sale vivo del interrogatorio sobre el caso Koldo por incompetencia y torpeza de los senadores de la derecha

31 de Octubre de 2025
Actualizado a la 13:13h
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Pedro Sánchez con gafas Dior, durante su comparecencia en el Senado
Pedro Sánchez con gafas Dior, durante su comparecencia en el Senado

La comparecencia de Pedro Sánchez en la comisión de investigación del Senado, para responder por el caso Koldo, ha dado aire al presidente del Gobierno. PP y Vox creyeron que el premier socialista saldría prácticamente muerto de la sala, como un toro tras el descabello y arrastrado por las mulillas, pero nada más lejos. Salvo algunos momentos de apuros, Sánchez se defendió bien, contraatacó con argumentos sólidos que hicieron mucho daño a los diputados que trataban de fiscalizarlo y hasta se permitió tirar de humor y sarcasmo para regocijo de su parroquia, que quedó satisfecha. Lejos de darle la puntilla, la derecha extrema y la extrema derecha, por torpeza y por exceso de odio antisanchista, no hizo otra cosa que revivir al moribundo.

En todo momento la comisión despidió un fuerte tufo a caza de brujas macartista y en ese escenario Sánchez se desenvuelve como pez en el agua. Para empezar, utilizar la mayoría que la derecha tiene en el Senado para convertir esta institución en una especie de segundo congresillo de los diputados, no contribuía precisamente a trasladar una imagen de imparcialidad, rigurosidad y ecuanimidad en busca de la verdad. Las comisiones de investigación deben organizarse en el Congreso de los Diputados, pero como la derecha no tiene mayoría decidió adulterar todo el sistema bicameral y montar su propia comisión a su medida. Así que por ahí ya empezamos mal. Ese vicio, ese error de origen, fue perfectamente aprovechado por Sánchez, un tipo astuto, inteligente y rápido en el zasca que sabe lo que tiene que hacer y decir en todo momento. Cada vez que el presidente de la comisión, Eloy Suárez, permitía el juego sucio de las derechas o cortaba una intervención interesante de algún senador de la izquierda, el líder socialista, entre muecas sarcásticas, le colocaba algún chiste demoledor como “agradezco su imparcialidad, señoría”. La ironía terminó por sacar de sus casillas al moderador poco moderado, a quien, en algún momento de la comparecencia, todo hay que decirlo, se le vio enfadado, fuera de sí y a punto de perder los papeles.

El escenario no era el más apropiado para darle un aire de solemnidad y seriedad al acto, esa pátina de organismo transparente e independiente que debe impregnar toda institución democrática, pero es que los personajes elegidos para interrogar al supuesto testigo del caso Koldo tampoco contribuyeron demasiado a generar esa sensación de veracidad. Tanto PP como Vox colocaron a dos inquisidores en lugar de a dos profesionales del Derecho avezados y expertos en interrogatorios y así les fue. La estrategia consistente en elegir a hooligans para destrozar al rojo-bolivariano-masón no surtió el efecto esperado, sino más bien al contrario. El que tenía que entrar como culpable salió como víctima y los senadores quedaron como lo que son: dos mamporreros algo burdos, dos personajes de Tarantino algo torpes y desmañados a la hora de acabar con su víctima.

Alejo Miranda de Larra, por el PP, dio la sensación de ser ese matarife demasiado ansioso y atolondrado que no sabe cómo descuartizar limpiamente a una presa. Sánchez lo llevó al borde, al límite, y finalmente quedó en evidencia. Tampoco ayudaba que el tal Alejo vaya a pasar a la historia como el responsable de la construcción del Hospital Zendal, un centro sanitario sin quirófanos cuyo sobrecoste triplicó lo presupuestado. ¿A quién se le ocurrió la infeliz idea de que este era el abogado/orador limpio, virgen e ideal para afearle la corrupción a otro? No producía demasiada sensación de credibilidad, por mucho que, por momentos, se pusiese el traje del fiero agente de la Gestapo capaz de echarle el humo del cigarro en la cara al detenido. Pero es que además al señor Alejo se le fue la mano al aplicar su ricino antisanchista y convirtió en mártir al ajusticiado. Es lo que suele ocurrir cuando se pone a un inquisidor al frente de un acto tan importante para la democracia como una comisión de investigación. A cada insinuación sobre el máster de la mujer del presidente, sobre la plaza a dedo para el hermano del presidente y sobre los negocios de los amigos del presidente, este respondía con el siempre eficaz “y tú más”, o sea los sobresueldos de Bárcenas, la caja B del PP, la sede de Génova comprada con dinero negro y la financiación ilegal de los populares en tiempos de Mariano Rajoy. Lamentable ese momento en que se le espetó al interrogado aquello de que mientras unos estaban “robando” (o sea la banda de Koldo y su gente), otros morían por covid. Enseguida, todas las cabezas medianamente informadas pensaron en cómo en el PP liquidaron a Pablo Casado por denunciar el trapicheo con las mascarillas del hermano de Ayuso. Demoledor.

Conclusión: Miranda de Larra terminó desquiciado, sin saber por dónde salir y soltando mítines sobre la Venezuela de Maduro y otras historias que no venían a cuento. No extraña que en el Partido Popular haya alguno que otro que crea que la sesión de tortura y tercer grado al presidente (alguien que no está imputado en nada hasta la fecha, y no por falta de ganas del sector reaccionario de la Justicia) fue más bien contraproducente, por mucho que toda Europa haya visto a un Sánchez forzado a hablar de corrupción.

En la misma línea de mediocridad se mostraron los demás senadores de la derechona, incapaces de ponerle el cascabel al gato. Del senador de Vox para qué hablar. Estos van a lo que van, a convertir las Cortes en un establo maloliente para desprestigio de la democracia, así que mejor no comentar. Para la historia quedará ese momento en que María del Mar Caballero Martínez, la portavoz de UPN, le preguntó a Sánchez cuántos “de la banda del Peugeot” cabían en el viejo coche en el que Sánchez visitó cada casa del pueblo de España para recuperar la Secretaría General del PSOE. “De verdad, señoría… Pues depende del día”, respondió con desparpajo el presidente del Gobierno. Pase de pecho, faena de aliño y a otra cosa.

En resumen, todo lo que ocurrió en el Senado el jueves acabó convirtiéndose en sainete, esperpento y vodevil. O sea, un circo. Sirvió para poco a la hora de aclarar si Sánchez estaba al corriente de las presuntas corruptelas de Ábalos, Santos Cerdán y Koldo. Eso sí, descubrimos las gafas Dior Monsieur vintage de 250 pavos que usa el inquilino de Moncloa y que ha enervado a las masas fascistas de las redes sociales convencidas de que un rojo no puede usar una montura de marca. A falta de pruebas concluyentes sobre las chistorras, las lechugas y los soles, la caverna está sacándole punta a la tontería de la “presbicia como herramienta de control” político, tal como ironiza Óscar Puente en uno de sus imprescindibles tuits. Qué pérdida de tiempo.

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