El final de año ha vuelto a dejar al descubierto una constante de la legislatura: la batalla por el marco. Mientras el líder del Partido Popular dibuja un país al borde del colapso, el Gobierno responde con indicadores económicos y políticas sociales como contrapeso a lo que considera una estrategia de deslegitimación sistemática. La ironía de Félix Bolaños al calificar el discurso de Alberto Núñez Feijóo como “catastrofismo apocalíptico” no es solo una réplica verbal; es una forma de disputar el relato en un momento de desgaste político acumulado.
El ministro de la Presidencia optó por el sarcasmo para responder al decálogo de fracasos presentado por Feijóo en su balance de 2025. Al señalar que “solo le faltó recomendar refugios nucleares”, Bolaños apuntaba a algo más profundo que una exageración retórica: la desconexión entre el discurso opositor y una realidad económica que el Ejecutivo considera objetivamente favorable. No es una reacción improvisada, sino una línea discursiva cada vez más asentada en el Gobierno: la oposición no critica políticas concretas, niega el país.
Feijóo centró su intervención en un catálogo amplio de reproches —vivienda, migración, juventud, mujeres, fondos europeos, pobreza, apagones, corrupción— que busca transmitir una idea de fracaso estructural. El problema para el PP no es tanto la enumeración como la coherencia del conjunto. El discurso pivota sobre una premisa implícita: nada funciona. Y cuando todo se presenta como ruina, el mensaje corre el riesgo de perder capacidad de interpelación social, especialmente en un contexto donde los datos macroeconómicos no acompañan ese diagnóstico.
El uso político del pesimismo
La respuesta del Gobierno no se limita a desmentir punto por punto. Bolaños contrapone el marco general: crecimiento económico, creación de empleo y refuerzo del Estado del bienestar. No es casual que haya insistido en que España es “la mejor economía desarrollada del mundo” en 2025, una afirmación que bebe de informes internacionales repetidos en los últimos meses y que el Ejecutivo ha convertido en pilar defensivo frente a la erosión política.
Este choque de discursos revela una diferencia de estrategia. El PP opta por un relato de emergencia permanente, confiando en que el desgaste acumulado y los escándalos judiciales acaben imponiéndose sobre los indicadores económicos. El Gobierno, por su parte, se aferra a la idea de rentabilidad social, consciente de que el malestar existe pero convencido de que no se traduce automáticamente en una percepción de desastre.
La ironía, en este contexto,sirve para desactivar la solemnidad del discurso opositor y para señalarlo como exagerado, incluso impostado. El riesgo de esta táctica es evidente: puede ser leída como frivolización. Pero el Ejecutivo parece asumirlo como coste calculado ante una oposición que ha elevado el tono hasta convertirlo en ruido constante.
Vox como sombra permanente
La intervención de Óscar Puente, recurriendo a una viñeta de Gallego y Rey, introduce otra dimensión del debate: la relación estructural entre PP y Vox. La imagen de Feijóo como Papá Noel del que emerge un sonriente Santiago Abascal no es solo humor gráfico; es una síntesis política. El Gobierno insiste en que cualquier balance del PP está condicionado por su dependencia parlamentaria de la ultraderecha, incluso cuando Feijóo afirma aspirar a gobernar en solitario.
La negativa del líder popular a establecer un cordón sanitario a Vox, mientras sí lo plantea respecto a Bildu, refuerza esa lectura asimétrica que el Ejecutivo explota con insistencia. No se trata solo de alianzas coyunturales, sino de normalización discursiva. Y ese es un terreno donde el Gobierno cree tener ventaja frente a un electorado que, pese al cansancio, sigue mostrando reservas ante determinadas derivas.
Un cierre de año sin tregua
El intercambio de finales de diciembre no es anecdótico. Marca el tono con el que ambas partes encaran 2026. El PP endurece su discurso y apuesta por un relato de colapso, confiando en que la acumulación de conflictos acabe imponiéndose. El Gobierno responde reafirmando datos, políticas y una idea de país que funciona pese al ruido.
No hay conciliación posible entre ambos marcos. La disputa no es solo por la gestión, sino por la descripción misma de la realidad. Y en esa pugna, cada palabra, cada ironía y cada viñeta cuentan como parte de una estrategia más amplia: convencer a la ciudadanía de que vive en un país que se hunde o en uno que, con dificultades, avanza.