Feijóo ya tiene candidato a ministro de Vivienda para su próximo gabinete de Gobierno, si es que llega a la Moncloa algún día: Santiago Abascal. Durante el Pleno de ayer en el Congreso de los Diputados reveló su plan ante las risotadas de incredulidad de la bancada progresista. Fue entonces cuando Abascal subió a la tribuna de oradores para frenar su euforia y de paso aconsejarle que no se precipite “repartiendo ministerios”, ya que lo hizo en las últimas elecciones y “aquello no salió bien”. De esta manera, el líder ultra marcó distancias con el dirigente popular. Las encuestas le van bien a Vox y no quiere que el votante conservador se percate del chalaneo en el reparto de sillas y sillones. En plena batalla cultural, en plena ofensiva de la ira y el odio, cualquier ramalazo de tolerancia o diálogo con la “derechita cobarde” puede ser interpretado como un síntoma de debilidad. Y por ahí no pasa el Caudillo de Bilbao.
Feijóo y Abascal pueden reunirse un cuarto de hora para hablar del nuevo Gobierno de la Comunidad Valenciana con Juanfran Pérez Lorca a la cabeza, pero hasta ahí. Cuando el dirigente popular le pide más roce y cariño, más amistad, compadreo y confraternidad, el otro huye de él como de la peste. No es un buen negocio que se les vea demasiado juntos. Y no extraña. Con la que está cayendo en Valencia con el espectáculo denigrante del inútil Mazón, o en Andalucía con el escándalo de las mamografías, mucho mejor marcar distancias. Que corra el aire.
La historia nos enseña que el fascismo primero alterna con la llamada derecha moderada y después la engulle vorazmente para plantear la batalla final, cuerpo a cuerpo, con el auténtico enemigo socialista. Ya ocurrió con la CEDA durante la Segunda República. El partido de José María Gil-Robles experimentó una paulatina radicalización interna y poco a poco sus juventudes se fueron acercando a la estética y prácticas del nazismo. Finalmente, tras el estallido de la Guerra Civil, se disolvió y muchos de sus militantes se integraron en el régimen franquista. El movimiento ultra absorbió a la derecha parlamentaria. Lo fagocitó.
Algo parecido le está pasando al Gil-Robles de 2025, o sea Feijóo. El gallego necesita a la extrema derecha como el aire para respirar. Sabe que su supervivencia política depende de Vox. Una coalición del PP con PNV y Junts es prácticamente imposible y su única esperanza de llegar a la Moncloa es que el partido ultraderechista esté fuerte (no demasiado fuerte, no la vayamos a fastidiar con el sorpasso) para que pueda hacer las veces de robusta muleta. De ahí que tenga que sentarse a negociar propuestas y proyectos. Y en ese punto es donde Abascal le está metiendo el programa político con calzador. Feijóo se lo compra todo, y ya le ha dicho que sí a esa rancia idea de volver a la España del Plan Nacional de Obras Hidráulicas aprobado en 1939. Los de Vox, como buenos negacionistas anticientíficos del cambio climático que son, creen que construyendo más pantanos, como hizo Franco, se resolverá el problema de las inundaciones y riadas, las danas cada vez más destructivas. Pobre gente. Piensan que se le puede poner puertas al mar. Llenar España de presas y diques no servirá de nada. La ciencia ha elaborado modelos predictivos casi infalibles sobre el calentamiento global provocado por la actividad industrial del ser humano y nos dice que las lluvias torrenciales serán cada vez más fuertes y frecuentes. No habrá pantano que pueda frenar las barrancadas que están por venir en forma de nuevo Diluvio Universal.
Sin embargo, pese a las patrañas de los engañabobos neofascistas, Feijóo traga con todo y ya se ha abierto a ejecutar esas obras que “salvan vidas”. ¿Pero qué vidas pueden salvar semejantes construcciones faraónicas, ineficaces y costosísimas ideadas a mayor gloria de un dictador del pasado? Ninguna, hoy la dana caerá sobre Valencia y mañana sobre Murcia o el Ampurdán. El cambio climático provoca consecuencias impredecibles y solo con medidas de gran calado como la transformación del modelo industrial globalizador de capitalismo salvaje se puede lograr suavizar o ralentizar su impacto, que no revertirlo, ya que el daño está hecho y perdurará durante décadas, probablemente siglos.
Inaugurar pantanos en cada pueblo y en cada barrio, como hacía el Tío Paco, es una forma de recuperar las esencias del franquismo, como también lo es reabrir el antiguo Instituto Nacional de la Vivienda de la Falange. Abascal ya se ve como el Pedro González-Bueno del nuevo régimen posfascista. El constructor de los cuarenta años de orden y prosperidad que en realidad fueron cuarenta años de pobreza y miedo. Le pone mucho ese carguete ministerial que promete mucha burbuja inmobiliaria, pelotazo urbanístico y capitalismo de amiguete a mansalva, además de que le da pie para hacer realidad su sueño de desempolvar la vieja plaquita metálica con el yugo y las flechas que se clavaba en el portal de cada modesto bloque de viviendas para que los españolitos vivieran la ficción de que el Estado fascista les daba un techo de cemento malo donde caerse muertos. “Un propietario más es un comunista menos”, rezaba el eslogan de aquel Ministerio de la Vivienda de infausto recuerdo. Esa idea, la de recuperar un emblema que ha sido retirado en cumplimiento de la ley de Memoria Histórica, le hace babear de gusto al líder de Vox. A Abascal le importa poco si los jóvenes logran salir del zulo, del alquiler a precio de riñón y del cuartucho sin ventana de mil pavos al mes, para poder comprarse una vivienda digna. Su objetivo consiste única y exclusivamente en devolvernos a una España en blanco y negro con mucho cura, torero y flamenca paseando por la calle. Ese es su programa de Gobierno para el país. Pura autarquía donde no cabe nadie que no sea español de raza ibérica, además de católico, apostólico y romano. Un programa que Feijóo ya ha hecho suyo sin hacerle ascos.