El hombre unidimensional

El líder del PP esgrime, ya sin complejos, un discurso populista típico de movimientos rupturistas y antidemocráticos

15 de Octubre de 2025
Actualizado a las 23:38h
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Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante una sesión de control en el Congreso
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo durante una sesión de control en el Congreso

“¿Por qué protege a los delincuentes mientras abandona y persigue a las personas honradas?” Con esa pregunta algo extraña y preñada de feroz populismo marca Vox, Alberto Núñez Feijóo subió hoy a la tribuna de oradores de las Cortes para arrojar su habitual dosis de bilis mañanera. De un tiempo a esta parte, el jefe de la oposición ya no sale del “váyase, señor Sánchez” emulando a aquel “váyase, señor González” de José María Aznar. Ni una sola propuesta, ni un solo proyecto de país, nada.

El gallego se mueve entre el bulo y el insulto. Está atravesado por su propia patraña. Habla de que han subido los impuestos tres veces y no aporta ni una sola cifra oficial. Habla de la caja B del PSOE y tiene la suya echando humo. Habla de lo mal que va la economía cuando el FMI le da a España un crecimiento del 2,9% para este año, cuatro décimas más que las últimas estimaciones. Ya no mantiene ni un solo debate serio con el Gobierno para abordar los problemas del país, prefiere sumarse a la moda antisistema y rupturista (es más cómoda y además triunfa en todo el mundo). Feijóo se ha dado al vicio de la perversión del lenguaje. En eso consiste el nuevo populismo ultra, en vaciar de contenido los conceptos e ideas y convertirlos en una jerga orwelliana. Sin embargo, no termina de dar la talla como aprendiz de controlador de mentes y Abascal se ríe de él cuando le recuerda que quiere copiarle el discurso y hasta la barba. Patético.

En El hombre unidimensional, el libro más subversivo del siglo XX, el filósofo Herbert Marcuse asegura que la sociedad contemporánea ha perdido la capacidad de pensamiento crítico, reducida por el modelo económico capitalista industrializado y de consumo, convirtiendo al ser humano en un ente que acepta sin cuestionar las normas, valores y necesidades impuestas por el sistema. Ha interiorizado un lenguaje alternativo sin base real. La gente que habla y acepta esa verborrea pervertida y vacía de contenido (la de la manipulación, el control y el totalitarismo) “parece ser inmune a todo y susceptible de todo”. Gente convertida en el hombre-masa, mentes unidimensionales que ni sienten ni padecen, seres de encefalograma plano. Vegetales, amebas sin capacidad alguna de reflexión ni espíritu crítico que solo viven para el culto al líder. El gurú ultra que construye su secta (por momentos Feijóo da la sensación de estar jugando precisamente a eso, a levantar su propio movimiento terraplanista en el rancho Waco de Génova 13) trata de retorcer el lenguaje al máximo hasta anular el principio de realidad, generando un efecto mágico e hipnótico en quien le escucha. No se esfuerza en decir la verdad, pretende impactar; no dialoga, trata de epatar (sorprender, confundir, escandalizar).

Y en esas está Alberto. Haciendo prácticas en la nueva escuela sofista, adiestrándose en la nueva ortodoxia ultraderechista, estudiando como un alumno aplicado para sacarse el carné de trumpista. El problema es que él no es como Isabel Díaz Ayuso. Para ser como ella tendría que tener tirabuzones zainos y cara de muñeca pepona y no es plan. Cuando Ayuso llama “machito” a Sánchez y se retrata a sí misma como una pobre mujer que ha abortado dos veces, todos la creen y le compran el cuento de Caperucita maltratada por el malvado leñador Pedro. Cuando Feijóo lanza su xenófobo plan migratorio, para parecer más duro, el personal bosteza. No le hace caso nadie.

El líder popular trata de agarrarse al clavo ardiendo del discurso reaccionario copiado íntegramente del manual trumpizado de Santiago Abascal. Según ese relato mítico, el sanchismo es la tierra volcánica, estéril y siniestra de Mordor y cuando él llegue al poder se restablecerá de nuevo el orden, la ley, el “mundo feliz”. Típico de embaucador o charlatán de feria. Y así es como va soltando frases delirantes y completamente fuera de la realidad del tipo “Los delincuentes le han dado el poder a usted, señor Sánchez, y ahora los delincuentes necesitan que usted permanezca en el poder” (una proposición absurda, el poder no se lo dio al Gobierno ninguna mafia, sino las urnas y los pactos de gobernabilidad legítimos en toda democracia); o cosas como “Usted abandona a los españoles honrados ante todo tipo de catástrofes, incendios, inundaciones y volcanes” (se salta que su delfín Mazón estaba en el Ventorro mientras 228 valencianos morían ahogados por la riada y que Mañueco hace oídos sordos a los forestales que reclaman más inversiones públicas para que Castilla y León no arda por los cuatro costados); o afirmaciones como “El dinero en su Gobierno corre como en un prostíbulo” (lo del prostíbulo de Moncloa le encanta, es una imagen potente y recurrente que epata mucho). Toda esa forma de comportarse es síntoma claro y evidente del mal de la trumpización que afecta a Feijóo, de que el líder popular no encuentra su lugar en el mundo (ni en el partido, ha perdido no ya el norte, sino el centro), de que está nervioso y va a la desesperada, a todo o nada, porque ve que la mayoría absoluta sigue quedándole muy lejos.

Demonizar o deshumanizar al rival, tal como hace el nuevo fascismo posmoderno, para eso se ha quedado el líder de la llamada derecha democrática moderada. Un Feijóo en tono catastrófico, hiperventilado y entregado a la hipérbole permanente y al zafio manual del lenguaje goebbelsiano (repite una mentira mil veces hasta que se convierta en realidad) ha vuelto a pasar por el Parlamento. Solo que aquí las verdades del barquero no las dice él, sino Rufián. “Con la vivienda se está traficando con un derecho fundamental. La gente vive en zulos pagando como si fuesen palacios. Intervención del mercado ya. Romper con el bucle tóxico de la especulación. Que un rico invierta en rólex y en criptomonedas, no en casas. Que pague. Si un rico quiere especular, que pague. Una familia, una casa”. Y todo esto ocurre mientras fuera, Ábalos desfila por el Supremo camino del trullo. Si la Justicia le quita el escaño, todo el edificio sanchista se desmorona. La democracia siempre pende de un hilo. Y la nuestra peligra y mucho.

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