La derrota de Feijóo

El líder del PP vive una campaña electoral extremeña agónica, entre las encuestas que dan una fuerte subida de Vox y las advertencias de Ayuso para que deje de ser "tibio"

17 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 16:19h
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Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso en un acto público
Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso en un acto público

La campaña en Extremadura se le está haciendo muy larga a Feijóo. Vox subiendo como la espuma en las encuestas, el PP estancado y para colmo de males Ayuso animándole a ser menos “tibio” (“es el momento de quemarse”, le ha sugerido la lideresa). ¿Está quemándose Feijóo? ¿Está quemado? ¿Es lo mismo estar quemado que estar quemándose, parafraseando a Cela y su famoso “no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo”? Esa es la cuestión, esas son las cuestiones.

Por momentos, Feijóo transmite una alarmante apariencia de debilidad, de falta de liderazgo. Sabe que tiene por delante una dura travesía en el desierto antes de llegar a la Moncloa. Elecciones extremeñas, elecciones aragonesas, elecciones en alguna que otra comunidad autónoma más, un test de estrés tras otro, un examen de competencia tras otro para el gallego. En cada parada electoral una auditoría a su gestión, en cada estación una prueba, en cada cita con las urnas el aliento de Ayuso en su cogote recordándole el destino fatal que corrió Pablo Casado, su antecesor cruelmente defenestrado. “No puede ser que uno se ponga tibio en estos momentos…” Tibio, suave, ni frío ni caliente. Lo peor que se le puede decir a un español de derechas como Dios y la Santa Madre Iglesia mandan. No hay nada más grave que un conservador le pueda afear a otro. Tibio, templado, ni fu ni fa, ni chicha ni limoná. Un tipo con sangre de horchata, un sinsangre o insustanciado, un maricomplejines. Hay amenazas de la mafia calabresa mucho menos inquietantes que eso que Ayuso le ha espetado a Feijóo. Es hora de “quemarse”, le ha susurrado al jefe la lideresa castiza, aunque, quizá, bien mirado, lo que realmente le estaba diciendo es que ha llegado la hora de “quemarlo”. En algunas culturas orientales prenden fuego a objetos como ofrendas a los antepasados y a los dioses. Así, en China se queman “papeles votivos” en representación de dinero, casas, ropa o incluso coches. De esta manera, los difuntos reciben esos bienes en el Más Allá. Es un ritual funerario. ¿Esta preparándole Ayuso el entierro político, en plan vietnamita, al jefe? Da la sensación.

Las cosas no van tal como Feijóo había soñado. Según sus planes, trazados cuando llegó de Galicia para apaciguar el partido, a estas alturas de la película ya tendría que estar en la Moncloa. Tiene a toda la caverna mediática a pleno rendimiento y destilando titulares sobre corrupción del PSOE, mañana y tarde, verdaderos y falsos; tiene a los jueces conservadores dándolo todo y echando el resto (incluso jugándose el cuello en cazas de brujas con sentencias sin pruebas); y tiene a Aznar echando una manita y a Pedro Sánchez maniatado por el chantaje de Ábalos, Koldo y Santos Cerdán, la banda del Peugeot. Y, sin embargo, el Gobierno de coalición resiste. Las elecciones en Extremadura van a ser un mal trago para el PSOE, sin duda. En pleno vendaval de escándalos no puede ser de otra manera. Sin embargo, el PP también se juega mucho en el envite. Tanto como que Vox no termine dándole la dentellada final. Tanto como que la extrema derecha termine ocupando el lugar de la derecha convencional vigente desde el Congreso de la Refundación de 1989, cuando Manuel Fraga transformó Alianza Popular en el Partido Popular, integrando a neofranquistas, liberales y democristianos. Con el tiempo, aquel proyecto –marcado por la idea de enmascarar la derechona falangista bajo el disfraz de la democracia– fue una historia de éxito (victorias electorales arrolladoras, transformación de la España socialista en conservadora, perpetuación de los privilegios de las élites y poderes fácticos). Hoy el partido se encuentra en una encrucijada crítica. Lo moderado no se lleva y el vuelco sociológico hacia lo ultra convierte al PP en una fuerza política desdibujada, anacrónica, en tierra de nadie.

Las mayorías absolutas se han acabado y a Génova le ha salido un serio competidor por la derecha que empieza a colocar un producto más vendible para el nuevo votante posmoderno y egoísta, individualista y narcisista, xenófobo, polarizado y hater. Ante ese panorama, Feijóo sabe que la victoria arrolladora en Extremadura y en los comicios que se avecinan en las demás regiones es poco menos que una quimera. En sus mítines de campaña, su baronesa María Guardiola hace el paripé de que está en guerra abierta y sin cuartel contra Santiago Abascal. Todo es un puro teatrillo antes del epílogo final con baño de realidad. “En la España actual, es muy muy muy difícil conseguir una mayoría absoluta”, se lamenta lacónicamente el presidente del PP (todavía lo es, no sabemos por cuánto tiempo). Mientras tanto, Abascal sigue a lo suyo cual martillo pilón. Lo tiene fácil, no necesita de programa político alguno. Con rentabilizar el desgaste del Gobierno por el descontento social e identificar al PP con el PSOE (“los mismos perros con diferentes collares”), le sobra y le basta. “Ni mafia de unos ni estafa de otros”, ha proclamado en un reciente acto en Mérida. Los vientos de la historia soplan a su favor. Nos encontramos en medio de una diabólica anaciclosis, tal como la predijeron Platón, Aristóteles y Polibio: primero democracia, después demagogia, finalmente dictadura o tiranía. Ahora estamos en la segunda fase.

Feijóo está sentenciado desde que Federico Jiménez Losantos lo llamó “cateto” por mendigar los votos de Junts ante los prebostes de la patronal catalana. Ya es la viva imagen de la derrota. No es María Guardiola quien se juega su futuro político en estas elecciones extremeñas, es el propio Feijóo, para quien cada proceso electoral a partir de ahora va a ser un auténtico calvario. Y no será porque no se lo advertimos tantas y tantas veces en esta misma tribuna: pactar con Vox, renunciar al cordón sanitario que los liberales europeos llevan años practicando con los neonazis, era un suicidio lento y a largo plazo. Feijóo es un político amortizado, quemado antes de tiempo. Ya lo dijo el maestro José Luis Coll: tremendo contraste entre el crepitar del fuego en su comienzo y la paz de la ceniza.

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