El indómito juez Peinado se ha convertido en un problema más que una solución para las derechas empeñadas en erradicar el sanchismo. Tal es así que en el Partido Popular hay quien considera que el magistrado titular del Juzgado de Instrucción Número 41 de Madrid, más que ayudar a acabar con Pedro Sánchez, está proporcionándole un oxígeno precioso. Y es cierto. En buena parte de la sociedad española cunde la idea de que Sánchez y su esposa están siendo víctimas de un linchamiento, una persecución política, mártires, más que culpables de algo delictivo. La pareja de enamorados sometida a los caprichos y abusos de un juez antipático y autoritario al que se le ha ido la mano con la ley. Cuidado con ese relato que el PSOE empieza a explotar y a sacarle rentabilidad electoral.
El tema de los amantes perseguidos injustamente siempre ha vendido mucho en la realidad y en la ficción, en la política y en la literatura. Cleopatra y Marco Antonio desafiaron al Imperio Romano con un ejército de acólitos del amor; Romeo y Julieta se enfrentaron al poder familiar y a las convenciones sociales; y Winston y Julia mostraron su rebeldía frente al Estado vigilante totalitario de 1984, la novela distópica de George Orwell que hoy se convierte en triste realidad. Hasta las parejas al margen de la ley caen simpáticas al personal y empatizan con el lector o espectador, como Bonnie and Clyde, aquellos dos forajidos que sedujeron al gran público durante la Gran Depresión. No estamos diciendo aquí que Pedro y Begoña sean los nuevos outsiders que van de gasolinera en gasolinera y de banco en banco con el pañuelo en la boca, la gabardina y el revólver en la guantera del coche. Lo que queremos decir es justamente lo contrario: que así es como trata de retratarlos la derecha trumpizada de este país y que esa caricatura empieza a ser contraproducente para el discurso de Alberto Núñez Feijóo.
Cabe la posibilidad de que el juez Peinado se esté cebando injustamente con el matrimonio monclovita. Que les esté apretando las clavijas en demasía. Que se esté pasando tres pueblos. Tratar de meterle la perpetua a la esposa de todo un presidente del Gobierno (aunque sea en minoría parlamentaria) solo porque la primera dama le pidió a su asesora que le enviara unos cuantos correos electrónicos (poca malversación veo yo ahí) puede terminar generando el efecto inverso al que se pretende conseguir, un efecto contrario, un efecto indeseado o bumerán. Demasiado ricino o purgante nunca es bueno para el paciente. Como tampoco se antoja buena idea sentar a la esposa del premier ante un jurado popular. El juez Peinado está convencido de que, como en Madrid son todos de derechas, o sea patriotas nacionalistas, la odiosa imputada será condenada más pronto que tarde. Pero el cine nos recuerda que eso no siempre es así. Un juicio con jurado lo carga el Diablo y puede ocurrir cualquier cosa. En Doce hombres sin piedad, la película de Sidney Lumet, por ejemplo, los miembros de un jurado deben decidir sobre un adolescente, un latino de barrio bajo acusado de haber matado a su padre maltratador. Todos entran en la sala con prejuicios sobre la inocencia y la culpabilidad, con ideas preconcebidas por los titulares de prensa y convencidos de que no cabe otra que enviar a la silla eléctrica al presunto homicida. Todos menos uno: el personaje del ciudadano honrado encarnado por el siempre magistral Henry Fonda. Así que poco a poco, el disidente va convenciendo a los otros, uno a uno y con argumentos racionales, de que la pena de muerte quizá sea injusta. Hasta que al final el jurado cambia el sentido del voto y el chico se salva de la horca.
Se sabe cómo se entra a un juicio con jurado, pero no cómo se sale. Cualquier cosa puede ocurrir, hasta que un rojo infiltrado, un honesto con dudas, un racional con conciencia, invite a sus compañeros a empezar a analizar las pruebas contra Begoña Gómez con sentido común, con objetividad e imparcialidad, sin dejarse seducir por los titulares sensacionalistas de OK Diario, dejando a un lado la rabia antisanchista propagada por los bots de Abascal en las redes sociales, evitando caer en los bulos de Manos Limpias, Alvise, Vito Quiles y el de Desokupa. Entonces, quién sabe, quizá el jurado empiece a variar su opinión sobre la película que le han contado y la primera dama salga absuelta. El día de la vista oral contra la mujercísima, que será todo un juicio dentro de la causa general contra el sanchismo, ya poco importarán las pijadas de Ayuso sobre la libertad, las terrazas y las cañitas, o los bulos de MAR sobre el fiscal general del Estado. Entonces ese puñado de ciudadanos se sentará ante los despojos de una mujer a la que unos poderes fácticos siniestros han deshumanizado, triturado y destrozado la vida por haber tenido la infeliz idea de organizar un máster universitario y continuar con su vida laboral (en mala hora). Tendrán que valorar, en una decisión que les acompañará toda la vida, si envían a la procesada a Soto del Real por una chorrada salida de la mente retorcida de los letrados de la extrema derecha o si la absuelven por falta de pruebas. Y esa moneda al aire puede terminar en cara o cruz.
Haría bien el PP en centrarse en el caso Koldo, un asunto de corrupción tan grave como lo fue en su día la trama Gürtel. Porque el caso Begoña, un sumario cogido por los pelos, da buenos argumentos de lawfare a Pedro Sánchez y hasta Esquerra está con él en su estrategia de defensa. Es pronto para saber si Begoña Gómez superará la prueba, ese auto de fe que Peinado le ha preparado al más puro estilo inquisitorial o medieval. Lo que sí sabemos es que tratar de hacer caer al Gobierno de socialcomunistas a toda costa, retorciendo la ley y cebándose con la pareja de enamorados a golpe de maza, auto y providencia, puede que termine haciendo salir el tiro por la culata.