3I/ATLAS, el periodismo amarillo y los marcianos de la política española

Desde su descubrimiento, el tercer cometa interestelar ha generado todo tipo de especulaciones y relatos disparatados en los medios de comunicación

22 de Octubre de 2025
Actualizado el 24 de octubre
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Imagen del cometa 3I/ATLAS, captada por el Telescopio espacial Hubble, que ha disparado al periodismo amarillo
Imagen del cometa 3I/ATLAS, captada por el Telescopio espacial Hubble, que ha disparado al periodismo amarillo

El cometa 3I/ATLAS es el tercer objeto interestelar oficialmente confirmado que visita nuestro sistema solar. Desde su descubrimiento en julio de este año, ha despertado la curiosidad de astrónomos y científicos, así como de la opinión pública mundial siempre ávida de historias sobre extraterrestres que la evadan del agobio de los problemas mundanos. Es cierto que el famoso cometa presenta unas características especiales que lo convierten en el objeto más rarito que ha pululado ante nuestras narices, como su procedencia de recónditas galaxias, su vertiginosa velocidad capaz de recorrer la distancia entre Júpiter, Marte y la Tierra en apenas tres meses, su composición química (presumiblemente formada por metales poco abundantes en la naturaleza) y su extraordinaria luminosidad. Pero de ahí a que ATLAS sea una nave espacial tripulada por ET hay todo un abismo sideral, nunca mejor dicho.

Para empezar, convendría saber a qué viene el nombre del nuevo cometa. Y la explicación no tiene nada que ver con extrañas profecías, misteriosas contraseñas o códigos secretos lanzados por robots o lejanas inteligencias artificiales. Todo es mucho más sencillo. Lo de “3I” tiene que ver con que es el tercer objeto interestelar, o sea llegado de otras estrellas, que hemos detectado hasta la fecha (antes que él fue Oumuamua y 2I/Borisov). En cuanto a la etiqueta “ATLAS” con la que ha sido designado, se debe a que fue descubierto por el sistema de telescopios Asteroid Terrestrial-impact Last Alert System, de ahí las siglas. Por tanto, ya lo tenemos bautizado. Así es la ciencia, primero clasifica, luego analiza, después saca conclusiones comprobables empíricamente.

Lo más normal es que ATLAS sea lo que parece (un cacho de roca lanzada al espacio desde los confines del universo) y que haya caído por simple casualidad en nuestro mediocre barrio situado en los mediocres extrarradios de una galaxia mediocre como la Vía Láctea. Pero el ser humano es una mezcla de imaginación desbordada, obsesa curiosidad y miedo a lo desconocido y no ha podido quedarse indiferente ante el avistamiento de algo así. De ahí que, desde el mes de julio, cuando el cometa fue detectado, se hayan lanzado especulaciones de todo tipo, y no solo en los medios friquis, amarillistas o sensacionalistas enfrascados en la estúpida batalla por el clickbait (mucho mejor ciberanzuelo o cibercebo, ya está bien de anglicismos), para hacer picar a los lectores y disparar el número de visitas en la página digital de turno. En estos tres meses de conjeturas rocambolescas e historietas sobre hombrecillos verdes divulgadas en la prensa mundial, aún no hemos conseguido saber si 3I/ATLAS es la avanzadilla de una civilización extraterrestre (amistosa u hostil), pero sí hemos podido comprobar que los marcianos más peligrosos quizá estén aquí, en la Tierra, entre nosotros. Solo así se entienden titulares de lo más arriesgado sobre el dichoso cometa como “¿Es 3I/ATLAS tecnología extraterrestre? Lo que debes saber”; o “¿Cometa o nave espacial?, el visitante misterioso que tiene en alerta a los científicos” (ambos aparecidos en USA Today); u otros como “¿Está enviando señales a casa? Esto dice la NASA”. De locos.

Sobre el misterioso pedrusco de órbita hiperbólica se ha dicho de todo, bulos propalados en las redes sociales, mentiras como que “podría alterar el clima terrestre, según los teóricos del caos” (¿quiénes son estos tíos?); que quienes viajan en su interior nos están observando (poco interés puede despertar una especie animal como la humana que tiene como líder supremo a un tipo entretenido en fabricar vídeos donde aparece pilotando un avión desde el que arroja mierda líquida sobre grupos de manifestantes); o que el cometa es una cápsula del tiempo o un mensajero del fin del mundo “que nadie esperaba”. Lo de asociar la presencia de un cometa con calamidades y catástrofes de proporciones bíblicas es un clásico que viene de lejos, tanto como la Edad Media, cuando ya se escribían auténticos tratados al respecto. Así que, en ese aspecto, no hemos salido del medievo.

Entre tanta chorrada mediática disfrazada de supuesta información científica hay interpretaciones realmente divertidas, como que ATLAS es la avanzadilla de una “caravana cósmica” (o sea, muchos pioneros o vaqueros alienígenas camino del Oeste terrícola con una especie de duro John Wayne con escafandra abriendo paso al frente con su espada láser) o ese titular aparecido en un prestigioso periódico de la derecha española en el que se proclama que, de confirmarse que el cometa es una nave espacial extraterrestre, ello supondría una de las “noticias más importantes de los últimos tiempos”. ¿Cómo que “una de las noticias más importantes de los últimos tiempos”? Sería la maldita noticia más relevante de la puñetera historia de la humanidad desde que el mundo es mundo. ¿O qué quiere decir ese redactor de la caverna, que el procesamiento de Begoña Gómez a manos del juez Peinado debe ir primero en la portada, incluso por encima de los marcianos que nos están invadiendo?

Todo lo que rodea al evento cósmico 3I/ATLAS es ceremonia de la confusión, amarillismo periodístico y disparate colectivo, algo muy acorde con los tiempos distópicos que vivimos. La guerra cultural de la extrema derecha era esto. Manipulación, burricie, ignorancia, negacionismo anticientífico e irracionalismo a mansalva. Y no nos vale con que nos saquen la opinión de un supuesto super experto de Harvard como Avi Loeb convencido (“al 40 por ciento”) de que nos enfrentamos ante una tecnología alienígena. Científicos locos los ha habido siempre y lo único cierto es que la mayoría de astrónomos y físicos de la comunidad internacional consideran al cometa como un fenómeno natural. También nos dicen los economistas de Vox que España está llena de okupas y menas y no se ven por ninguna parte, como los marcianos de Loeb. En la edad de la posverdad ya no importa el dato, solo el relato.

Los extraterrestres existen, claro que existen, pero conviven entre nosotros desde hace tiempo. Para marcianadas las que sueltan Feijóo, Ayuso o Moreno Bonilla (este para escaquearse del escándalo de las mamografías); o las que vomita Josemari Figaredo, mano derecha de Abascal, que quiere hundir el Open Arms para acabar con la inmigración ilegal; o Rocío Aguirre, hermana de Espe Aguirre y también diputada voxista, a la que 48 mujeres asesinadas al año por el terrorismo machista le parecen pocas. De momento, no tenemos noticias de los aliens de ATLAS, tampoco de Gurb, el famoso marcianillo de Eduardo Mendoza que se transformaba en Marta Sánchez (enhorabuena por el Princesa de Asturias, maestro). Sin embargo, seres de otros mundos, haberlos haylos. La política española es un nido de ellos. Marcianos marcianos con todas las letras.

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