El Premio Nobel de la Paz no será para Donald Trump, sino para María Corina Machado por “su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano” y “por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”, según anunció este viernes el Comité Nobel noruego, con sede en Oslo.
Machado es una ultraliberal de manual: hace de la propiedad privada una cruzada personal, el libre mercado es su fe y su religión. Cree que el Estado de bienestar deber ser limitado. Es anticomunista y antichavista. Ha sido una de las voces más firmes contra el modelo socialista instaurado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro. De alguna forma, es la representante del trumpismo en Venezuela.
Machado propone una transición democrática y pacífica del país, así como una ruptura total con el régimen chavista, sin cohabitación ni negociación que implique reconocimiento político. Pero intriga y conspira para derribar el régimen. No es ese símbolo de la concordia que se pretende, es más sectarismo, aunque de otro color. Promueve la paz, pero se conjura para la guerra entre venezolanos. La CIA está con ella. Si Milei arremete contra “los zurdos” en Argentina y Bolsonaro contra la izquierda de Lula, Machado no se queda a la zaga en su ideología conservadora. Sueña con una Venezuela ultracapitalista, tradicionalista y monocolor. La paranoia anticomunista va en sus genes. Nadie así debería ser acreedora de tan alto galardón como el Nobel, un certamen que sigue degradándose y cayendo en el desprestigio cada año que pasa. Lo de este año ha sido esperpéntico. Nadie en el jurado ha salido a desmentir que un personaje tan zafio como Trump podía recibir el diploma. Y no lo han hecho porque las presiones del lobby sionista para regalárselo al presidente norteamericano han sido terribles hasta última hora. Un fuerte aroma a tongo ha planeado por el comité noruego. Al final no se lo han dado al inquilino de la Casa Blanca (hubiese sido un escándalo) pero de alguna manera el trumpismo sale vencedor: el galardón va a parar a manos de una derecha latinoamericana que es como para perder la esperanza en la democratización real del continente. Desde ese punto de vista, Machado es una decepción para el futuro de Venezuela.
No ha ganado Trump, por suerte, pero gana una trumpista latinoamericana que dará mucho que hablar. Es cierto que el régimen de Maduro la ha inhabilitado, que le ha prohibido participar en elecciones alegando causas administrativas, ampliamente denunciadas como arbitrarias, y que ha sido víctima de campañas de desprestigio, amenazas, vigilancia y agresiones físicas durante actos públicos. Su partido Vente Venezuela no ha sido legalizado por el Consejo Nacional Electoral, lo que limita su participación formal. Pero de ahí a que sea la víctima, la mártir, la luchadora por la libertad que pretende retratar en ella el comité del Nobel hay todo un abismo.
En los últimos días Trump ha atacado intereses venezolanos. Ha ordenado hundir barcazas de ese país en alta mar, algo que va contra el Derecho internacional, además de ser un delito. El Nobel a Machado es una forma de legalizar esa política de hechos consumados para derrocar el chavismo. Legitima el próximo golpe de Estado o la próxima invasión yanqui. Es el certificado/diploma para un desembarco de los marines que ya está en los planos del Pentágono. En Caracas primero entrará la bandera del Tío Sam, luego Corina con su premio Nobel, la mejor propaganda para el golpe antichavista.
Corina es más golpista que activista. Hace política, no defensa de los derechos humanos. Fundadora de Súmate (2002), organización dedicada a la defensa del voto y la transparencia electoral, diputada a la Asamblea Nacional (2011–2014), electa con récord de votos, Machado se ha enfrentado a Maduro cara a cara. Incluso ha denunciado un breve secuestro durante una manifestación en enero de 2025. Una retención que duró apenas unas horas, pero que supo explotar internacionalmente en una gran campaña de publicidad anticomunista y promoción de su imagen personal.
En 2023 ganó las primarias opositoras con más del 90% de los votos, pero fue bloqueada como candidata presidencial. Apoyó a Corina Yoris como su reemplazo, quien también fue censurada por el régimen a la hora de postularse. Ha sido reconocida como una de las cien mujeres más influyentes por la BBC (2018) y por Time (2025). Su liderazgo ha sido respaldado por universidades, legisladores y organismos internacionales. Es un premio Nobel algo más decente que Trump (que era una broma macabra) pero tampoco es como para sentirse orgulloso. No es esa mártir por la libertad que pretenden pintarnos los ancianos del jurado sueco. Es una heralda de esa enloquecida “guerra cultural” contra la izquierda emprendida por la ultraderecha internacional. Las presiones políticas han terminado por adulterar un premio que ha dejado de ser noble, además de Nobel.