Aznar habla desde el pasado y pretende que el presente le siga escuchando

El expresidente reaparece y repite el guion que lo hizo referencia, sin una sola mención a la factura social de sus decisiones

30 de Octubre de 2025
Actualizado a las 11:34h
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Aznar habla desde el pasado y pretende que el presente le siga escuchando
José María Aznar, presidente de FAES, donde Montoro impartía sus famosos seminarios

Aznar reaparece convencido de que su lectura del país sigue siendo la más válida. Habla desde la autoridad que se atribuye a sí mismo, no desde el análisis de lo que España es hoy.

La entrevista concedida a La Brújula tiene algo de viaje en el tiempo. Podría haberse emitido hace dos décadas y el guion sería el mismo: solemnidad controlada, frases cortas que pretenden sonar a doctrina y la convicción de que su mirada sigue siendo el punto de referencia desde el cual se debe leer el presente. Aznar habla como quien entra en una sala que nunca ha abandonado. Todo lo que dice se pronuncia desde esa certeza: la de que el país se ha extraviado y él, todavía, es la brújula legítima para devolverlo a la senda correcta.

Las consignas son conocidas. «Elecciones ya», «unidad nacional», «no pactar con quienes ponen en cuestión la Nación». La cadencia es casi litúrgica, como si bastara con repetir para restaurar el orden. Pero lo más significativo no es lo que afirma, sino lo que esquiva. No menciona la precariedad que empezó a consolidarse cuando su gobierno la llamó “flexibilización”, ni la privatización de servicios públicos convertidos en negocio, ni la concentración mediática que restringió el espacio de discrepancia. Ese pasado queda fuera de plano, como si no formara parte de su responsabilidad política.

Una memoria sin grietas

Cuando asegura que «en momentos críticos hay que dar un paso al frente», en realidad está hablando de sí mismo. Su relato autobiográfico es rotundo: él actúa donde otros dudan. Él comprende el país donde otros lo confunden. La épica personal se mantiene intacta.

Pero ese pasado tuvo efectos claros y palpables: un mercado laboral que normalizó la inseguridad como forma de vida, una idea de España entendida como bloque sin fisuras y una gestión territorial que trató la diversidad como ruido, no como realidad. Si el modelo fue tan estable como afirma, no se entiende por qué se desmoronó con tanta rapidez después. La explicación es sencilla, aunque él no la formule: lo impuesto sin acuerdo suele durar poco.

Quién pertenece y quién queda fuera

En su defensa cerrada de la unidad nacional, Aznar traza un límite. España es la que él entiende; lo que se desmarca de ese marco aparece como desviación o amenaza. La pluralidad no se reconoce como valor, sino como desorden. La discrepancia se tolera mientras no altere la armonía que él da por natural.

Lo interesante es lo que no contempla: millones de ciudadanos que ya no se reconocen en esa España uniforme. No por capricho ni por eslogan, sino porque vivieron el país desde las costuras, desde salarios que no alcanzan, alquileres imposibles y espacios públicos que se reducen. Aznar, sin embargo, no vuelve para escuchar. Vuelve para reafirmar. No para entender el país que existe, sino para recordar el que él quiso consolidar. Y lo hace con la seguridad de quien cree que la historia interrumpió su papel antes de tiempo. Habla sin estridencias. Sin elevar la voz. Pero con la firmeza de quien no contempla la posibilidad de que el país haya seguido adelante sin él.

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