El liderazgo de Alberto Núñez Feijóo en el PP viene siendo cuestionado desde hace tiempo en el seno del partido. No es ninguna novedad, ni un runrún o raca raca que haya surgido ahora. Lo llevamos escuchando desde hace años. No hace falta recordar las cosas que le ha dicho Isabel Díaz Ayuso, que ya se lo rebate casi todo al jefe (ahí está la hemeroteca rica en desplantes, ninguneos y humillaciones de la lideresa que Feijóo ha aguantado estoicamente porque no le quedaba otra). Y las andanadas que de cuando en cuando le envía Abascal, acostumbrado a hacer befa y mofa del gallego cada vez que le copia el discurso (“pronto va a dejarse barba como yo”, ironiza el ultra para bochorno de Feijóo).
Todas estas críticas internas y externas por la forma de llevar las riendas del principal partido de la oposición se han agudizado en los últimos días, especialmente tras la última sesión de control en el Congreso de los Diputados, donde el dirigente genovés salió seriamente trasquilado o malparado a manos de un Pedro Sánchez que le tiene tomada la medida parlamentaria.
Feijóo presentó una de sus habituales preguntas trampa para el jefe del Ejecutivo, e incluso llegó a interpelarle, algo cándidamente, para que contestara si ha habido financiación ilegal del PSOE. Sánchez, con desparpajo y como no podía ser de otra manera, le respondió con un rotundo “no”. Normal. ¿Qué esperaba el líder del PP, que el presidente del Gobierno se derrumbara allí mismo, en su escaño, y terminara cantando que le daba “chistorras y lechugas” a Ábalos, Koldo y Santos Cerdán cuando los cuatro viajaban en el famoso viejo Peugeot tratando de reconquistar la Secretaría General socialista? No se puede ser más bisoño. El dirigente popular se lo puso en bandeja a Sánchez, y no solo eso, le dejó la puerta abierta al inquilino de Moncloa para que le obsequiara con un zasca para la historia.
Feijóo trató de hacer chistecillos baratos con la célebre equivocación de Yolanda Díaz, quien en un vídeo subido a redes sociales aseguró que queda “Gobierno de corrupción para rato” (ella quiso decir “Gobierno de coalición”, pero se le fue la cabeza, como suele decirse). Feijóo, creyendo que olía el rastro de la sangre, pensó que era buena idea sacar el tema en el Parlamento para chotearse un rato de la ministra de Trabajo y de paso recabar el aplauso fácil de la bancada popular. Nada más lejos. En su turno de respuesta, Sánchez le metió un golazo por toda la escuadra. Un gol antológico. Un gol de esos que se recuerdan toda la vida. “Lapsus los tenemos cualquiera, usted es un campeón en lapsus. ¿O es que cuando usted dice que Huelva está en el Mediterráneo o que Orwell escribió su obra 1984 en 1984 no es un lapsus sino incultura?”. En ese momento, Feijóo enmudeció, su rostro se fue a fundido en negro y quedó petrificado y sonrojado. Tierra trágame, debió pensar. El de las saunas, el paria al que suele acusar de haber salido de algún prostíbulo, le había sacado los colores. En ese momento, las redes sociales empezaron a echar chispas. “Se ha quedao como un conejillo en la carretera cuando le dan las largas”, tuiteó la siempre perspicaz Anabel Alonso, mientas que Óscar Puente escribía: “Sale a KO por cada sesión de descontrol”.
Algún tuitero que otro con muy mala baba empezó a sacar el espinoso temilla del escaso empaque como orador y como líder de Feijóo, incapaz no ya de tumbar al tótem sanchista, sino de salir airoso de una esgrima matutina con él. La cuenta en X de Eau de Lacón lo clavó al concluir que “a Feijóo se le está poniendo cara de Pablo Casado”. Y ahí es donde queríamos llegar. En Génova empiezan a estar muy hartos de un jefe blandengue que cada dos por tres queda en calzoncillos, desnudo, aireando sus vergüenzas. Cuando Sánchez tiene el día bueno y acierta a darle un revolcón dialéctico al jefe de la oposición, más de un diputado popular mira con envidia a la bancada de Vox y suspira por Santi, ese hombretón, ese pecho palomo de traje ajustado, ese españolazo de pies a cabeza que da miedo solo oírlo cada vez que sube a la tribuna de oradores para soltar un discurso falangista propio de 1936. Los soldados de Feijóo se preguntan entonces por qué tienen que obedecer órdenes de un general maricomplejines con escasa habilidad para el florete retórico y mucha para meterse en charcos mientras se desaprovecha vilmente a ese macho hispánico con barba de califa.
A Feijóo le dan por todas partes, por fuera y por dentro (mayormente desde dentro) y cada mañana tiene que soportar los titulares descarnados y los comentarios hirientes de los tertulianos de la caverna que lo quieren enterrar ya para que Ayuso dé el paso adelante cuanto antes. Casimiro García-Abadillo, en El Independiente, asegura que Feijóo ha intentado girar a la derecha, especialmente en temas como inmigración, pero sin lograr entusiasmar ni a los empresarios ni a los votantes más conservadores. Federico Jiménez Losantos, por su parte, también ha dictado sentencia con expresiones como “la yunta es mala de solemnidad” al referirse a la debilidad del liderazgo del actual PP frente al Gobierno sanchista. Marhuenda afirma que “la derecha es un desastre” y que el PP “se ha convertido en el ejército de Pancho Villa”, en referencia a la desorganización interna y a la falta de estrategia clara. Y por último Eduardo Inda critica la “tibieza” de Feijóo frente al Gobierno y su incapacidad para capitalizar el desgaste del PSOE (incluso le ha afeado que “no conecte con la calle” y que su discurso sea “demasiado institucional”). Toda esta maniobra de acoso y derribo, mientras Ayuso se consolida y Vox sube como la espuma en las encuestas, solo puede tener una interpretación: Feijóo está caput, liquidado, finito. Listo papeles. Su semblante desencajado del otro día en el Congreso era la viva estampa del moribundo resignado a su suerte. Que suene ya el réquiem.