Iñaki Glutamato, siempre vivo

10 de Octubre de 2025
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Iñaki Glutamato

Tengo dieciocho años, aún no se decía dieciocho tacos, y estoy en un pueblo de Lérida, Torres de Segre. Llevo dos días pero no puedo más, no lo aguanto. Voy paseando solo por las calles desiertas del pueblo a eso de las siete de la tarde. Hablando solo y casi a gritos. Pau Riba da un concierto en un pueblo cercano: Fraga (no confundir con alguna posible finca del político). Y yo quiero dejar de coger peras e irme a ver a Pau Riba. Eso es lo que voy gritando por las calles desiertas de Torres de Segre.

—¡Me quiero ir al concierto de Pau Riba! ¡Me voy a ir como sea!

Y entonces, para mi sorpresa y pasmo, escucho una voz que suena como recién salida de ultratumba.

—Tío, me voy contigo.

Miro a mi alrededor y no hay nadie.

—¿Quién es? ¿Quién ha hablado?

—Espera, espera, tío. Yo. Soy yo. Ahora salgo.

¿De dónde iba a salir?

Veo que en una casa de piedra sin cristales, ni siquiera un visillo en las ventanas, se mueve algo. No es algo. Es un ser vivo. Es Iñaki Fernández, algún día Iñaki Glutamato. Ha pasado una tuberculosis, me dice.

—Pero ya estoy mejor.

¿Mejor? Parecía un fantasma. (Todavía no era costumbre decir: “un puto fantasma”).

Y nos fuimos. Y al día siguiente nos duchamos con jabón en las duchas exteriores de una piscina. Y vimos el concierto. Y como teníamos frío, nos colamos en el vestuario del estadio (no existía la palabra polideportivo) y arramplamos con un montón de pantalones de chándal, que nos pusimos también en los brazos, y fuimos felices… y sobrevivimos. Yo, al día siguiente, me cogí un tren con dirección a Madrid (aún no lo llamaba Mad Madrid) y lo de coger peras “pa su primo”.

Volví a encontrarme a Iñaki meses después: era jardinero. Y otra vez, más meses después: era ejecutivo. Y aún más meses después: era Hare Krishna. Todas las veces me lo encontraba por el centro, por la zona de Sol.

—Tío, ¿cómo me has reconocido? —me preguntó el jarekrisna.

Fui sincero:

—Por la nariz.

Pasaron más meses y volví a encontrármelo. Esta vez no por la calle, sino en una casa, una casa que también era una editorial: La Banda de Moebius, donde acudía a diario porque estaba ayudando al gran Juan Luis Recio con el libro MÚSICA MODERNA (el único libro sobre “la movida” que se hizo cuando “la movida” aún estaba viva).

Después de lo que acabo de contar es evidente que no podía faltar al concierto homenaje que le dedicaron al tío de la nariz imposible que se vino conmigo desde un pueblo de recogeperas hasta Fraga para ir a ver a Pau Riba. Así que allí estuve. En el concierto, en un local de cuyo nombre no pienso acordarme, porque se permitieron la indelicadeza de no dejarme entrar con mi pase de prensa (que les haga publicidad el vecino del piso de arriba).

Patacho, el hermano de Juan Luis Recio (y también de Boli, de quien copié un gesto facial de exageración característico, nunca lo he hecho con nadie más, y que es alguien a quien nunca olvido), era el epicentro del terremoto, el alma del concierto. Estuvo genial todo. Y todos lo pasamos como verdaderos “negritos”.

“Todos los que aún estamos vivos
tenemos hambre y frío
todos los que aún estamos vivos
hacemos pío pío.”

Tendría mucho más que contar, como aquella vez que hice de cantante durante un ensayo con los Glutamato (Eugenio, Jacinto y Patacho), pero nunca me han gustado los artículos largos. Me aburre muchísimo cuando encuentro alguno, y jamás los leo enteros.
Iñaki Glutamato, te abrazo. En mí, y en todos los que te han conocido, o simplemente visto y escuchado, siempre estarás vivo.

Excelsior.

Patacho y Javier Puebla.
Patacho y Javier Puebla.

 

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