Daniel Da Silva ya ha logrado despertar la atención de la industria y del público con una propuesta que no entiende de etiquetas. Artista total, capaz de unir danza, música, interpretación y una estética única, Da Silva transforma cada obra en un universo sensorial. Su debut, Bailando en la luna, inspirado en la ópera Turandot de Puccini, es solo el inicio de una carrera que promete romper moldes y emocionar a toda una generación.
Charlamos con él sobre sus orígenes, sus referentes y el futuro de un proyecto que quiere ser vivido, no solo escuchado.
Desde niño imitaba a estrellas en fiestas y a los ocho años descubrió a Nina Simone. ¿En qué momento sintió que quería dedicar su vida al arte?
Todavía no tenía uso de razón y esa chispa ya estaba haciéndose grande, cuando me di cuenta esa vocación por crear y buscar luz a través del arte ya me había enamorado irremediablemente.
Su single “Bailando en la luna” nace del universo de Puccini, pero lo lleva a un terreno pop y contemporáneo. ¿Cómo fue ese proceso de transformar una tragedia clásica en una historia que conecta con la juventud de hoy?
Pues todo nació de una conversación con Capi sobre lo operística que era mi vida, de estas charlas que tienes con amigos reflexionando sobre la vida en la noche y mirando el cielo. En ese momento los dos nos dimos cuenta de que debíamos traer a nuestro terreno la mejor aria de ópera que se ha escrito hasta el momento y darle los tintes universales de las crisis internas humanas con los de mi vida.
Nos basamos en las armonías y ahí llamé a Lex y a Miguel Dantart para buscar la mejor adaptación a lo que teníamos en mente. Igual que en la ópera, creo que las grandes cosas se construyen cuando todos aportan lo mejor de ellos a algo en común. Las óperas son corales.
Pasó de bailar en la calle con una gorra para costear sus estudios a colaborar con figuras como “El Capi”. ¿Qué aprendizajes le dejó ese camino lleno de esfuerzo?
Como no ha sido un camino de vida “normal” las situaciones que me tocaron vivir fueron bastante singulares. Cuando uno tiene una vocación, en este caso la música y el show, es mayor que uno mismo, así que te lanzas a la vida bastante kamikaze porque tu propósito es más importante que la tranquilidad mental. Una de las cosas más fundamentales que aprendí es que la vida no es lo que aparenta ser con los ojos, que es necesario utilizar la intuición y rodearte de buenas personas (y más listas que tú) que crean en ti. Es un mundo de sinergias, si creces con referentes, creces mejor y más fuerte.
Sus referentes van desde Carmen Amaya a Michael Jackson. ¿Qué ha aprendido de ellos y cómo consigue que su voz artística siga siendo auténtica y distinta?
Creo que en común fueron personas adelantadas a su tiempo. De Amaya aprendí lo que es la sangre, el corazón, el duende. De Michael aprendí la parte espiritual del ser humano, muy ligado al alma artística de uno. Y con el amor que estos artistas me despertaron me empujan a encontrar qué es lo que quiero hacer, en qué me quiero convertir y desde qué punto partir.

En sus canciones no solo canta: construye mundos. ¿Qué siente cuando sube al escenario y todo ese universo se hace real frente al público?
Creo que podría explicar qué se siente, pero no cómo se siente. Hay cosas que son inefables y deben permanecer así
Este debut es solo el inicio. ¿Cuáles son sus próximos proyectos y cómo le gustaría que el público recordara a Daniel Da Silva en unos años?
Llevo 3 años trabajando en este proyecto y cada canción es completamente distinta, muy ecléctico, quizá porque vengo de otras disciplinas, quizá porque lo hice de alguna manera así sin darme cuenta. El caso es que lo siguiente probablemente sea muy de bailar, con el punto teatral que me gusta añadir siempre.
El cómo me gustaría que me recordasen… creo que todavía me queda mucho recorrido para tener un pensamiento formado acerca de ello, pero si puedo despertar algo dentro de la gente que les incentive a vivir la vida en su máximo esplendor, en dar amor, en construir, me daré por satisfecho.