El Gobierno propuso ampliar el permiso retribuido por fallecimiento y crear uno específico para cuidados paliativos, con la posibilidad de dividir el tiempo y adaptarlo a la situación de cada familia. La CEOE se niega a asumir el coste y bloquea la reforma, pese a que España sigue entre los países con menos días reconocidos para un proceso que, de forma inevitable, atraviesa todas las vidas.
No hay forma de pasar por el duelo en dos días. La regulación vigente lo intenta como si fuera posible suspender el impacto emocional, reorganizar la familia, atender gestiones, acompañar y despedir en apenas 48 horas. El tiempo humano se estira cuando ocurre una muerte cercana; el calendario laboral, en cambio, lo reduce a un trámite.
La negociación abierta entre el Ministerio de Trabajo, CCOO, UGT y la patronal para ampliar el permiso retribuido por fallecimiento responde a esa evidencia básica: el duelo es trabajo, trabajo emocional y de cuidados, que también tiene lugar fuera del espacio productivo. Pero la CEOE se aferra a los costes. La discusión no está en la necesidad —nadie discute que la muerte sucede— sino en quién asume el impacto económico de reconocer ese tiempo como derecho.
Una propuesta que acompasa vida y cuidados
El texto impulsado por Trabajo plantea ampliar el permiso por fallecimiento hasta 10 días para cónyuges, parejas de hecho y familiares de hasta segundo grado, con la posibilidad de fraccionar ese tiempo a lo largo de cuatro semanas. Es decir, adaptarlo a lo que realmente ocurre: tan importante puede ser estar presente en las primeras horas como acompañar días más tarde cuando se disipan las llamadas y comienza el silencio.
La otra parte del decreto se centra en situaciones de cuidados paliativos, donde el acompañamiento es continuo, desgastante y suele recaer siempre en las mismas personas dentro de una familia. La propuesta reconoce hasta 15 días retribuidos, divisibles, para acompañar a un familiar en esa fase final. Es una medida que no pretende sustituir servicios sanitarios, sino reconocer que el acompañamiento afectivo y cotidiano también es esencial.
Y hay un punto que ha pasado casi desapercibido: el derecho a un día retribuido para acompañar en un proceso de eutanasia, con independencia de parentesco. Una forma de reconocer que las redes de apoyo no siempre son sanguíneas.
La patronal se atrinchera en el argumento del coste
Las organizaciones empresariales rechazan que sean las empresas quienes asuman el coste íntegro de la ampliación. Argumentan que diez días son excesivos y que una medida así afectaría especialmente a pymes y sectores con plantillas reducidas.
La respuesta sindical es directa: la vida ya está costando tiempo y dinero a las familias, que actualmente deben recurrir a días personales, bajas médicas dudosas o directamente renunciar a ingresos para poder cuidar. El coste existe, solo está externalizado y lo sostienen quienes menos margen tienen.
La ampliación del permiso plantea, por tanto, quién financia las necesidades que el mercado laboral da por inexistentes.
Un país que envejece no puede tratar la muerte como una incidencia administrativa
La demografía no es neutra en esta negociación. España envejece. Esto significa más fallecimientos cercanos por persona, más cuidados en el final de la vida y más familias que deberán reorganizarse. Lo que hoy parece un debate laboral afectará a casi toda la población trabajadora en la próxima década.
La desigual distribución de los cuidados también está sobre la mesa, aunque nadie lo diga en voz alta en la ronda negociadora. Cuando un permiso es insuficiente, son siempre las mismas personas —generalmente mujeres— quienes lo compensan con reducción de jornada o abandono temporal del empleo. La negativa a ampliar el permiso no solo afecta al duelo: profundiza desigualdades laborales ya existentes.
La negociación sigue, pero la vida no espera
Tras la última reunión, el diagnóstico es claro: hay distancia política y económica. Los sindicatos presionan para que, si no hay acuerdo, el Gobierno legisle igualmente. La patronal pide tiempo. Y el Ministerio intenta sostener la mesa sin renunciar al objetivo.
Mientras tanto, cada semana alguien se sienta en su puesto de trabajo después de una muerte cercana, haciendo esfuerzos por mantener el gesto y la productividad, como si atravesar una pérdida fuera compatible con la normalidad administrativa.
El debate no es técnico ni sentimental. Es una decisión sobre qué entendemos por tiempo digno en una sociedad que también se organiza en torno al trabajo. El duelo existe. La pregunta es si el orden laboral puede seguir actuando como si no.