El Gobierno ha recalculado estos días el relato sobre la Constitución: menos liturgia de aniversario y más memoria de cómo se escribió, quién la sostuvo en la calle y por qué. En ese empeño, Pedro Sánchez recuperó anoche la idea —incómoda para quienes invocan la Carta Magna como arma arrojadiza— de que fueron millones de ciudadanos movilizados, y no un puñado de intérpretes autoproclamados, quienes empujaron un país exhausto hacia un pacto constitucional que aún hoy sostiene lo esencial de nuestra convivencia.
Lo hizo durante los Premios Anastasio de Gracia, un escenario que facilita el contraste: sindicalismo que hunde sus raíces en la España que conquistó libertades a golpe de organización colectiva, frente a una derecha que se ha instalado en el reparto selectivo de certificados de constitucionalidad, práctica que no figuraba en ninguno de los artículos de 1978.
Sánchez no necesitó dramatizar. Le bastó recordar que la Constitución nació del diálogo, sí, pero también de la presión de una ciudadanía que sabía con precisión lo que quería dejar atrás. Y esa referencia, discreta pero nítida, se deslizó como contrapeso a quienes hoy presentan la democracia como un manual de instrucciones de uso partidista.
Los “mercaderes del miedo” y la erosión del pacto cívico
El presidente se permitió una pincelada de ironía —muy medida— al aludir a los “mercaderes del miedo”, esa constelación política que ha encontrado en la crispación su única estrategia de crecimiento. Ninguna sorpresa: llevan años instalados en la tesis de que el país solo avanza cuando ellos lo pastorean, aunque los datos económicos, sanitarios y sociales se empeñen en arruinar su argumentario.
No hubo enumeración de agravios, pero el mensaje quedó claro: se puede levantar la voz en nombre de la Constitución mientras se vacía de contenido el propio pacto constitucional. En el fondo, Sánchez apuntó a la dualidad de una oposición que proclama defender el espíritu del 78 al tiempo que cuestiona, un día sí y otro también, el resultado de sus instituciones cuando no le son favorables.
La intervención del presidente reservó un tramo amplio para Asturias, premiada por la fundación organizadora. Pero no se trataba solo de cortesía. Su repaso a los indicadores de desigualdad, gasto universitario y refuerzo de servicios públicos sirvió para deslizar un contraste político sin necesidad de nombrar a nadie: una comunidad que invierte en cohesión frente a otras que presumen de crecimiento mientras adelgazan lo común.
El guiño al Principado llevaba implícita una crítica: el debate territorial en España continúa secuestrado por el ruido, mientras los datos reales —no las consignas— muestran que hay modelos que reducen desigualdad y otros que la cronifican. El presidente no necesitó subrayarlo. La referencia a los “10.000 euros por estudiante” bastó para activar el subtexto.
El acto, de fuerte carga simbólica, también recordó que la memoria democrática no es un apunte del pasado, sino una tarea institucional permanente. Así lo defendieron tanto Sánchez como Adrián Barbón, consciente de que Asturias lleva décadas sosteniendo un compromiso que no responde a modas legislativas, sino a biografías familiares de represión y resistencia.
El propio secretario general de UGT, Pepe Álvarez, introdujo una nota de contundencia al aludir al mensaje grabado del rey Juan Carlos. Sin necesidad de extenderse, dejó claro que el elogio autocomplaciente de la Transición queda desmentido por determinadas conductas personales que aún exigen explicación.
La política como espacio de certezas, no de fuegos artificiales
El tramo final del acto, con el reconocimiento a Miguel Ríos y a Eric Domingo y su madre, devolvió el foco a la sociedad civil: ejemplos de compromiso sin estridencias, algo escaso en tiempos en que la política opositora se ha transformado en un catálogo de sobresaltos.
Sánchez aprovechó esa atmósfera para reiterar que el país ha avanzado no por la agitación calculada de algunos partidos, sino por un tejido institucional que resiste mejor de lo que auguran los agoreros profesionales. Frente al ruido, la persistencia; frente al alarmismo, los datos. Y frente a quienes reclaman monopolios de la Constitución, la memoria de un país que la conquistó más allá de los despachos.