Los gobiernos suelen celebrar los buenos datos macroeconómicos como si fueran una garantía automática de bienestar social. España no es la excepción. Con previsiones de crecimiento cercanas al 3% y un discurso oficial que reivindica solidez fiscal, la coalición liderada por Pedro Sánchez esperaba un trámite relativamente cómodo en la votación de la senda de estabilidad para 2026-2028. Pero la política rara vez se somete dócilmente a la aritmética económica.
La decisión de Podemos de abstenerse ha convertido ese trámite en un recordatorio incómodo de la distancia creciente entre indicadores y percepciones. Sus cuatro diputados no bastarían para tumbar el plan presupuestario, pero combinados con los votos en contra del PP, Vox y Junts lo hacen matemáticamente inviable. El gobierno deberá presentarlo de nuevo en un mes, quizá con mejor suerte, pero no necesariamente con menos fricciones.
Macroeconomía ascendente, microeconomía del tercer mundo
Ione Belarra, secretaria general de Podemos, presentó la abstención como una advertencia: las “magníficas” cifras macroeconómicas no están llegando a la economía de las familias. La denuncia, formulada con la sobriedad indignada que caracteriza a la nueva izquierda populista, no es solo un eslogan. Es también un diagnóstico político: los indicadores agregados no capturan la realidad de hogares que siguen tensados por alquileres imposibles, alimentos encarecidos y presupuestos familiares en constante reducción.
"¿De qué sirve que las grandes cifras macroeconómicas sean magníficas y que haya previsiones de crecimiento del 2,9% si eso no llega a las familias, que no pueden pagar alquiler, que tienen que dejar los huevos en las cintas de los supermercados porque son impagables o que tienen que quitar a los niños de las extraescolares?», ha señalado Belarra.
El contraste es útil para entender la narrativa. La economía crece al 2,9 %, pero muchas familias siguen dejando productos básicos en el supermercado y recortando gastos clave. La inflación se ha moderado, pero la percepción de vulnerabilidad persiste. La desigualdad se contiene muy lentamente, pero la precariedad no retrocede. En ese terreno ambiguo, las fuerzas de izquierda radical encuentran un nicho discursivo: el de quienes sienten que el país prospera en gráficos y presentaciones, pero no en el recibo del alquiler.
Senda del déficit
La senda de estabilidad que el Congreso debía avalar fija un límite de déficit del 2,1% en 2026, 1,8% en 2027 y 1,6% en 2028. No supone grandes sorpresas respecto al plan fiscal ya remitido a Bruselas. Pero en la política española, los números fiscales funcionan tanto como herramienta de disciplina presupuestaria como de definición ideológica.
Para el gobierno, la senda es un mensaje dirigido a Europa: España es capaz de combinar ambición social con responsabilidad fiscal en un contexto de regreso de las reglas presupuestarias. Para Podemos, en cambio, se trata de un símbolo de prioridades desalineadas: la consolidación fiscal avanza mientras persisten dudas sobre si se extenderá la moratoria a los desahucios de familias vulnerables, a un mes de su expiración.
Es un choque más político que técnico. Pero en tiempos de coaliciones frágiles, los desacuerdos simbólicos pueden tener efectos legislativos muy reales.
Sánchez atrapado entre Bruselas y la calle
El pulso revela una tensión crónica de los ejecutivos de izquierda en Europa: gobernar con un pie en Bruselas y otro en la calle. El primero exige credibilidad fiscal, el segundo demanda protección social inmediata. Sánchez ha intentado navegar entre ambos mundos: metáforas de “justicia social” para el electorado, compromisos medibles para las instituciones europeas. Pero el equilibrio es inestable, especialmente cuando aliados parlamentarios como Podemos necesitan diferenciarse para sobrevivir políticamente.
La abstención no representa una ruptura definitiva, pero sí una señal de advertencia. La izquierda que acompañó al PSOE en su llegada al poder ya no tiene incentivos para sostenerlo sin condiciones. Y, sin embargo, tampoco puede permitirse derribarlo. La política española, siempre dada al dramatismo, se mueve ahora en una zona gris de simulados sobresaltos y negociaciones discretas.
Trasfondo electoral
Si la macroeconomía mejora mientras la percepción social no lo hace, el gobierno afronta un desafío complejo: su narrativa de éxito corre el riesgo de sonar desconectada de la experiencia cotidiana. La oposición, por su parte, se beneficia de un clima de fatiga económica aunque sus alternativas fiscales sean, en el mejor de los casos, ambiguas o peores que las de Sánchez.
Podemos capitaliza el malestar desde un ángulo distinto: el de la demanda de protección inmediata. La moratoria de desahucios, los precios de los alimentos o el coste de la vivienda han reemplazado a los grandes debates ideológicos como terreno de disputa. Son temas en los que las promesas son más fáciles que las soluciones.
La votación fallida de la senda fiscal no alterará la trayectoria de la economía española ni modificará sustancialmente los planes presupuestarios del gobierno. Pero sí revela algo más profundo: la creciente incomodidad de una ciudadanía que observa cómo la economía mejora en los informes, mientras su poder adquisitivo sigue atenazado por dinámicas que no atienden a los ciclos gubernamentales.
En esa brecha entre el Excel y el supermercado, entre la previsión de crecimiento y la cinta del supermercaado se juega hoy una parte importante de la política española. Las grandes cifras, como recordó Belarra, no votan. Las familias sí.