La conquista no siempre requiere un asalto frontal en la política actual. A veces basta con colonizar el lenguaje. El discurso de investidura de Juanfran Pérez Llorca, nuevo líder del PP valenciano y heredero político de Carlos Mazón, ofreció una clase magistral sobre cómo una fuerza tradicionalmente de centro derecha puede absorber el ideario de la extrema derecha mientras insiste, con estudiada serenidad, en que nada ha cambiado.
Lo que se exhibió en Les Corts no fue simplemente un programa conservador: fue la formalización, punto por punto, de las tesis de Vox sobre inmigración, seguridad, energía y relaciones con Bruselas. Y se presentó, además, envuelto en un barniz tecnocrático, casi gerencial, destinado a normalizar lo que hace una década habría resultado inimaginable en una cámara autonómica gobernada por el centro derecha.
El resultado es que la frontera ideológica de la derecha se ha desplazado otra vez sin necesidad de que Vox grite.
Inmigración: no necesita decir “Vox” para sonar como Vox
El núcleo del discurso de Pérez Llorca fue la inmigración. No es casualidad: es la moneda de intercambio preferida de Vox, y su principal condición para investir a un presidente autonómico del PP. Lo sorprendente no fue que el candidato la mencionara; fue que adoptara prácticamente todos los postulados del partido de Santiago Abascal, empezando por la premisa fundamental: España sufre una “llegada desordenada” de inmigrantes que amenaza la convivencia, la seguridad y la identidad cultural.
Pérez Llorca insistió en que “no es racista” pedir una política migratoria “ordenada”. Tampoco lo era, recordó, Salvador Illa cuando advirtió en Catalunya de que “no puede venir todo el mundo”(una estrategia retórica que buscaba blindar el discurso de cualquier acusación de xenofobia mediante un ejemplo socialista). Pero el argumento esencial seguía intacto: vincular inmigración con presión sobre los servicios públicos, alteración de valores culturales y riesgo para la seguridad.
Nada de esto forma parte del tradicional ideario del PP. Sí es, en cambio, el eje de la narrativa de Vox.
Más revelador aún fue el compromiso del candidato de hacer pública la nacionalidad de los delincuentes, una medida emblemática del partido ultra, que insiste en que la transparencia estadística es la llave para demostrar su tesis de que la delincuencia tiene origen foráneo. La propuesta, que en Euskadi o Catalunya no suscita polémica, adquiere otro peso cuando aparece en boca de un candidato a ser presidente investido gracias al partido que ha hecho de la “inmigración delincuente” uno de sus grandes tótems.
En línea con Vox, Pérez Llorca atacó el acuerdo estatal de reparto de menores migrantes no acompañados, una cuestión que el partido ultra ha convertido en una plataforma central de su crecimiento político.
El candidato a presidente valenciano denunció que el gobierno de Pedro Sánchez “beneficia a Cataluña y Euskadi” a costa de la Comunidad Valenciana y acusó al Ejecutivo central de “utilizar a los menores como mercancía”. Su solución, trabajar en mecanismos para “retornar” a los menores a sus países de origen, siempre “con sus familias”. Es decir, exactamente lo mismo que reclaman Vox y Alvise Pérez. La normalización del concepto de la devolución o extradición, antes circunscrito al discurso ultra, es, por sí sola, un síntoma del éxito de la ultraderecha en desplazar el centro de gravedad político.
Bruselas como enemigo
El programa económico de Vox, basado en una desconfianza profunda hacia lo que denomina “élites europeas”, también estuvo presente. Y no en boca de un diputado del partido verde, sino del propio candidato del PP.
Pérez Llorca declaró que el Pacto Verde Europeo es una “amenaza” para los agricultores, ganaderos y pescadores, y que Bruselas ha fracasado al imponer “cargas” al campo español mientras acepta productos de terceros países. La crítica a la asimetría regulatoria es, desde luego, legítima; pero el lenguaje y la lógica de confrontación con Europa como un bloque hostil al sector primario nacional es indistinguible del que Vox ha popularizado durante años.
La promesa de “eliminar todas las cargas derivadas del Pacto Verde Europeo” va incluso más allá de la crítica retórica: supone abrazar la estrategia climática euroescéptica de la extrema derecha continental, que ha encontrado aliados en los agricultores descontentos de media Europa.
En este punto, Pérez Llorca dejó de ser un dirigente autonómico para convertirse en un peón más de una revuelta mayor contra el proyecto verde europeo. Una revuelta liderada, precisamente, por las derechas radicales del continente.
Energía nuclear
La defensa de la central nuclear de Cofrentes también se enmarca en la estrategia común PP–Vox: presentarse como los defensores de una energía “racional” frente a los “dogmas ecologistas” de Bruselas.
El candidato llegó a plantear una dicotomía casi geopolítica: o Cofrentes, o depender energéticamente de Rusia. Una elección binaria que simplifica un debate mucho más complejo, pero que sirve para reforzar una narrativa emocional: la de un territorio en peligro ante decisiones tomadas “a miles de kilómetros”.
Es, de nuevo, un giro discursivo antielitista, anti-Bruselas, pro-nuclear que resuena más en los discursos de la extrema derecha europea que en el PP clásico.
El truco final: “ni derechas ni izquierdas”
El cierre del discurso fue una pieza retórica perfectamente calculada. Tras enumerar una por una las prioridades de Vox, Pérez Llorca aseguró que todo ello “no va de derechas ni de izquierdas”, sino “de sentido común”.
Es el último paso en cualquier proceso de normalización ideológica: convertir lo que hasta hace poco era considerado radical en un criterio de racionalidad política. No se impone el programa de Vox, simplemente, se disuelve dentro del PP hasta hacerse indistinguible.
El mensaje es claro: Vox ya no necesita entrar en el gobierno para gobernar. Le basta con que alguien más haga el trabajo.