Carlos Mazón compareció hoy ante la comisión de investigación de Les Corts Valencianes con un discurso que parecía más una absolución personal que una rendición de cuentas. El todavía presidente en funciones de la Generalitat Valenciana defendió su gestión de la DANA del 29 de octubre de 2024, la catástrofe que precipitó su caída, con el tono desafiante de quien pretende convertir su dimisión en un gesto heroico. Pero sus palabras, cargadas de victimismo y reproches, dejaron más sombras que certezas.
“He asumido tal nivel de responsabilidad política que he terminado renunciando al cargo. Nadie más lo ha hecho. ¿Qué más quieren?”, espetó Mazón, elevando su renuncia a símbolo de responsabilidad ejemplar.
Sin embargo, tras el dramatismo retórico, lo que emergió fue un intento de reconstruir una narrativa política que la realidad ha desmentido una y otra vez: la de un líder que actuó con diligencia frente al desastre cuando, en los hechos, su gobierno reaccionó tarde, mal y entre versiones contradictorias.
La catástrofe que desnudó la mala gestión
El 29 de octubre quedó grabado en la memoria de los valencianos como una jornada de caos. Las lluvias torrenciales, previstas con días de antelación por la AEMET, desbordaron cauces, arrasaron carreteras y causaron víctimas mortales. Mientras tanto, Mazón participaba en una comida privada en el restaurante El Ventorro, un episodio que su equipo intentó minimizar y del que el propio presidente, meses después, sigue sin ofrecer una explicación convincente.
Su defensa ante la comisión fue un ejercicio de contorsionismo político: admitió errores sin concretarlos, apeló a la emoción sin aportar datos y culpó al Gobierno central de Sánchez de haber “mirado hacia otro lado”. “Moncloa estaba de lado”, dijo, obviando que la coordinación de emergencias, el CECOPI, dependía directamente de su Ejecutivo y que los primeros avisos se tramitaron con retraso.
La DANA no solo inundó pueblos y campos: sumergió también la credibilidad de un gobierno que se vendía como eficaz y moderno. Lo que debía ser una prueba de gestión se convirtió en el inicio del fin político de Mazón, devorado por la tormenta mediática, los informes técnicos y una opinión pública que lo percibió más pendiente de su imagen que de la emergencia.
Mazón ¿bueno y mártir?
Lejos de ofrecer una autocrítica sincera, Mazón adoptó en su intervención el papel de víctima de una conspiración política y mediática. “He soportado bulos, mentiras, ataques personales... pero sigo aquí, dando la cara”, insistió. Su frase resonó como una defensa más emocional que racional, más enfocada en redimirse que en asumir errores.
El expresident intentó erigirse en mártir del desgaste institucional, presentando su dimisión como un sacrificio en nombre de la responsabilidad, cuando en realidad fue una salida inevitable ante el deterioro político y la presión interna en el Partido Popular valenciano.
El gesto de dimitir, que Mazón vendió como un acto de nobleza, llegó solo cuando su continuidad se había vuelto insostenible. Las críticas por la falta de previsión, la descoordinación de los servicios de emergencia y la gestión opaca de los fondos de reconstrucción habían dejado a su gobierno sin autoridad moral.
Sánchez, el comodín
En la mente de Mazón el gobierno de Pedro Sánchez fue el antagonista perfecto. Mazón repitió que Madrid no actuó con la rapidez necesaria, que “dejó sola” a la Comunitat Valenciana y que sus adversarios políticos “han hecho de la desgracia una herramienta de ataque”.
Esa estrategia, desviar la atención y culpar al adversario, fue el hilo conductor de toda su comparecencia. Sin embargo, los hechos son tozudos: las competencias en materia de emergencias son autonómicas, y las demoras en la activación de los protocolos de alerta o la falta de previsión en infraestructuras críticas dependen directamente de la Generalitat.
El presidente valenciano en funciones no explicó, por ejemplo, por qué se tardaron más de seis horas en convocar la reunión de emergencia del CECOPI ni por qué no se estableció contacto con los alcaldes de las zonas afectadas hasta bien entrada la tarde. Tampoco aclaró la falta de comunicación pública durante las primeras horas del desastre, cuando las redes sociales se llenaban de mensajes desesperados de vecinos atrapados en sus viviendas.
Final anunciado
Más allá de las palabras, lo que dejó entrever la comparecencia de Mazón fue el cierre de un ciclo político. Su tono de “último hombre honesto” contrastó con la realidad de un mandato que acabó sumido en la improvisación, la falta de transparencia y la subordinación a los equilibrios internos del PP.
El dirigente alicantino no solo perdió el cargo: perdió también el relato. Su apelación a la “responsabilidad asumida” sonó hueca en un contexto donde los daños, las víctimas y los errores institucionales siguen sin una explicación clara.
Mazón quiso convertir su caída en una victoria moral. Pero lo que deja tras de sí no es un legado de valentía política, sino la constatación de que la rendición de cuentas en la Comunitat Valenciana sigue siendo una excepción, no una norma.
Cuando afirmó “estoy aquí, dando la cara”, Mazón pretendía reivindicarse como símbolo de integridad. Pero su espejo político, agrietado por la gestión y el desgaste, refleja otra imagen: la de un líder que confunde dimitir con redimirse, y eludir responsabilidades con asumirlas.