Edward Bernays, sobrino de Freud, consiguió implementar en EEUU técnicas de manipulación de masas aplicadas al control de hábitos de consumo, alterando las preferencias naturales de los estadounidenses.
A finales de los años 20 Bernays consiguió para la American Tobacco inducir el hábito de fumar en las mujeres aplicando la idea psicoanalista de que el cigarrillo podría empoderar a las mujeres con ese "pene" de nicotina.
Consiguió para la cárnica Beech-nut sustituir el típico desayuno norteamericano (café, zumo de naranja y tostadas) por huevos con beicon tras manipular la interpretación de una encuesta hecha a miles de médicos que tan sólo habían respondido que era preferible un desayuno fuerte a uno ligero. (Ver artículo "Bernays y la manipulación de masas", de Carlos Sanz de Andino en Anuncios.com).
Para la infame United Fruit Company -quien instituyó la estrategia golpista de creación de sanguinarias "repúblicas bananeras" en Sudamérica-, vendió la idea de que sus bananas curaban la celiaquía y la obesidad y eran “el alimento ideal para su bebé”, llegando a crear el personaje de animación “Señorita Chiquita Banana”, inspirada en la actriz brasileña Carmen Miranda, famosa por sus "sombreros de frutas". (Ver “Un hito en la siniestra historia de la United Fruit, los golpes de Estado y las «repúblicas bananeras»”, de Andrés Gaudin en Tiempo argentino )
Indujo a toda la población del planeta a llevar un reloj en la muñeca, o a introducir un deshecho nuclear -el flúor- en los dentífricos.
Edward Berneys diseñó la ingeniería del consentimiento, para programar ideas en la población (que decide por emociones y no por razonamiento) creyendo que es idea suya. Hoy día es conocido como "padre de la desinformación".
En los tiempos actuales, en que nos creemos a pies juntillas la información oficialista sin cuestionar nada, con una inmensa mayoría de la población que, tal como reza el artículo de El Confidencial, “España, ¿un país de rebaño? El 80% prefiere seguir a la mayoría (aunque no esté de acuerdo)” va donde va Vicente, aunque se tire por un barranco (bueno, ahora lo llaman balconing), ya no puede ponerse en duda que manipular desde nuestros hábitos hasta invertir nuestras convicciones acerca de lo agradable o desagradable, lo atractivo o lo repulsivo, se ha perfeccionado de una forma tan sibilina como profunda. Pero ¿hasta qué punto van a hacernos tragar cosas hasta hace poco impensables y encima convencernos de que es una idea propia?
Le aconsejo no seguir leyendo si acaba de comer, amigo lector, lo digo en serio.
La asociación de juristas Eleuteria, una entidad sin ánimo de lucro que defiende la libertad y los derechos fundamentales ante la situación de emergencia social surgida por la gestión del coronavirus, reproducía el 10 de enero en su canal de Telegram ELEUTERIA Libertad & derechos fundamentales, este sorprendente texto de una publicación del Boletín Oficial del Estado:
“BOE.es- DOUE-L-2023-80005 Reglamento de Ejecución (UE) 2023/5 de la Comisión de 3 de enero de 2023 por el que se autoriza la comercialización de polvo parcialmente desgrasado de Acheta domesticus (grillo doméstico) como nuevo alimento y se modifica el Reglamento de Ejecución (UE) 2017/2470”.
El desarrollo del texto legal no deja lugar a dudas que se refiere a ese insecto no como alimento para animales sino como alimento humano. Es decir, se autoriza convertir un insecto en harina para ser comido por humanos. Humanos europeos. Humanos españoles.
Con el dato importante, tal como apunta el abogado Aitor Guisasola (Un abogado contra la demagogia¸ que esta harina de insecto puede “camuflarse” sin que lo sepamos en productos como galletas, pizzas, pan, chocolates, dulces o snacks.
De hecho, la comercialización de insectos como comida ya había comenzado antes; el medio mpr21.info en su canal de Telegram publicaba el 4 de agosto la noticia de la venta en Alemania de hamburguesas de insectos (con foto publicitaria del producto). En Alicante se creó en 2017 Insecfit, la primera empresa que promueve la alimentación con insectos en el mercado delas barritas energéticas para el mundo del fitness; grillo común, gusano de harina y… cucarachas; el lema de esta empresa, nacida en la aceleradora de empresas Programa Garage de Lanzadera del todopoderoso Juan Roig (Mecadona). Por otro lado, Angelina Jolie parece haberse convertido en portavoz de un movimiento que trata de inculcar en los niños el consumo de insectos y arañas, como puede verse en un explícito vídeo publicado en el Telegram de mpr21.info el 11 de junio.
Entonces, ¿se trata tan sólo de una “moda” extravagante destinada a la gente que le gusta estar “en la onda”? Ni mucho menos; es una estrategia de mucho mayor calado; tal como publicaba The National Pulse el 28 de septiembre, al menos Reino Unido ya está usando a escolares de África (República Democrática del Congo, Zimbawe), para experimentar el cultivo y consumo de insectos como orugas, langostas migratorias y moscas soldado negras y “evaluar sus efectos sobre la salud”. Porque no se trata de un problema de “prejuicios gastronómicos” por tradición cultural; cuando en España nos ven comer caracoles, muchos extranjeros se quedan perplejos, como les puede pasar a los musulmanes que nos ven comer todas las partes del cerdo, e incluso hay lugares donde el conejo es considerado una mascota, y no una comida.
El problema, como ya apunta la noticia anterior, es que se ve venir, no “una oferta más añadida en el mercado de alimentos”, sino una “sustitución” de alimentos ancestrales ya integrados en nuestra dieta, por “otras cosas” más convenientes a intereses poco claros.
A los inuit (esquimales) les gusta mucho el pescado podrido, y pueden ingerir un plato de caribú de hígado introducido en el propio estómago del animal y fermentado, tras estar expuesto al sol en verano durante varios días, o aprovechan todo el contenido del intestino, y hasta ingieren sus heces, en sopa o incluso directamente. Ahora bien, cualquiera de nosotros podría hasta morir de una intoxicación si probase esta dieta propia de una cultura tan distinta a la nuestra. (Los inuit no padecen ni de arterioesclerosis ni de ninguna de las enfermedades propias de la civilización, pero sí sufren de tuberculosis, por la que muere hasta la mitad de su población -ver “La alimentación de los inuit” en migymencasa.com-). Y es que el organismo humano precisa mucho tiempo, y hasta muchas generaciones, para evolucionar y adaptarse a dietas muy distintas entre sí; introducir cambios bruscos en los productos que componen la dieta habitual puede comportar riesgos graves para la salud individual y colectiva.
Carlos Alonso Calleja es catedrático de universidad, profesor de nutrición, alimentación y dietética, alimentación y salud, además de docente en seguridad alimentaria, higiene, inspección y control alimentario, microbiología de los alimentos, control microbiológico en las industrias alimentarias. Investiga sobre alimentación y salud pública, Industria alimentaria y antimicrobianos, microbiología de productos de origen animal y sistemas de gestión de la seguridad alimentaria. Ha realizado más de 50 publicaciones en revistas especializadas. En su artículo “Cinco riesgos para la salud de comer insectos: de los parásitos a las alergias”, en El Español nos advierte de hasta cinco riesgos sanitarios que podría provocar el consumo de insectos:
1. Sustancias anti nutritivas y tóxicas. Quitina –exoesqueleto o caparazón- taninos, fitatos y oxalatos, saponinas, alcaloides que podrían tóxicos, o compuestos peligrosos de insectos criptotóxicos y otras sustancias potencialmente dañinas.
2.Microorganismos patógenos –bacterias-. Salmonella, Campylobacter, Escherichia coli y Bacillus cereus, que dependería de la preparación y procesado del insecto, aunque, como indica Calleja, hay escasez de datos al respecto.
3. Parásitos. Protozoos y helmintos, nematodos como el Gongylonema pulchrum, trematodos como el Dicocelium dendriticum, si bien el riesgo se minimizaría siempre y cuando se garantizara la correcta congelación de los insectos durante su almacenamiento y transporte.
4. Contaminantes químicos. El mayor peligro asociado al consumo de insectos, según el autor. Se han detectado metales pesados (cadmio, plomo, cobre y otros) y pesticidas (como en el brote que afectó en 2007 en Monterrey, California, a niños y mujeres embarazadas que consumieron chapulines con elevados niveles de plomo importados de Oaxaca, México).
5. Alergias y reacciones cruzadas por la presencia en artrópodos de tropomiosina, arginina quinasa, gliceraldehído 3-fosfato deshidrogenasa o hemocianina. Ha habido reacciones cruzadas (aún no bien estudiadas) entre, por ejemplo crustáceos, cucarachas y ácaros.
Una de las razones que se arguyen para esta pretensión de cambiar la dieta mundial, tal como aparece en el mismo artículo de Calleja, es, según la recomendación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), una “estrategia de lucha contra el hambre”, ya que los insectos se presentan como “una fuente alternativa –ojo, no complementaria, sino sustitutiva- y sostenible de proteínas de alta calidad, ácidos grasos esenciales y micronutrientes”. “Además”, añade Calleja, “son productos versátiles desde el punto de vista tecnológico y culinario, ya que pueden procesarse de formas diversas, por ejemplo triturados (para la elaboración de hamburguesas, croquetas, salsas, harinas y pastas), lo que reduce el rechazo que pueden provocar en el consumidor”.
Bernays¸ estaría encantado con estos argumentos.
¿Tenemos escasez de comida en el mundo, con problemas de obesidad al mismo tiempo? Obviamente no. El problema no es la escasez de recursos, en un mundo donde la industrialización consiguió que, a partir de mediados del siglo XX la producción de alimentos generase incluso problemas de excedentes (que se lo digan a España, con las reducciones que tuvo que hacer en su producción agro ganadera para poder satisfacer las imposiciones de la Unión Europea). No hay un problema de escasez, hay un problema de redistribución de riqueza. La imagen de niños hambrientos en África nunca se ha debido a una “carencia natural” (como tampoco lo es la imagen de uno de cada tres niños españoles teniendo que comer en la escuela). África no necesita que aleccionemos a los escolares para que coman bichos; África necesita que occidente deje de expoliarla
La escritora y cineasta sierraleonesa Mallence Bart-Williams lo explica muy bien en “El imperialismo y el expolio a África explicado de un modo sencillo”, en insurgente.org, mientras que en un artículo de 2012 titulado “Carta abierta a José Miguel Mulet Salort desde África” del blog de Iñaki Olazábal en Capitán Patagonia, se desmontaba por completo la pretensión de que en África no podía funcionar la agricultura ecológica tradicional y había que “salvarla del hambre con transgénicos”
Otra de las causas esgrimidas para el cambio a una dieta de insectos, también la cita Calleja:
“Por otro lado, la producción de insectos es más favorable para el medio ambiente que las producciones ganaderas tradicionales. Esto es debido a la menor generación de gases de efecto invernadero y bajas necesidades de terreno, agua y pienso, recursos que los insectos pueden usar de manera muy eficiente”.
¿Así que hay que inducir a la población a esta dieta "de reciclaje", "de restos", "de resíduos", "de deshechos", por "culpa" de la “huella de carbono”, el “efecto invernadero”? Pues sí, por esa idea exclusivamente política, propagandística, de marketing de lobby empresarial bautizada con la expresión "calentamiento global", una política acordada en esa Cumbre del Clima donde acudían los mandatarios delegados de las élites, en 400 jets privados contaminantes, y donde comían carne sin ningún problema de conciencia. (ver el artículo de Antonio Añover en La Razón "La doble moral de la Cumbre del Clima: viajes en jet privados o un menú lleno de carne").
Un evento en el que participó Barack Obama, quien posee una mansión de lujo en primera línea de mar, que según la tesis que promueve, se supone que será tragada por la elevación del mar (ver "Los Obama compran una casa de US$ 15 millones en la costa, pese a defender que el nivel del mar subirá con el cambio climático" en BLes). Tampoco es cierto el argumento de “la superpoblación mundial que hará escasear la comida”: los expertos en demografía ya no ponen en duda que el crecimiento poblacional se está revirtiendo. "La población mundial nunca llegará a los nueve mil millones de personas. Alcanzará un máximo de 8 mil millones en 2040, y luego disminuirá”, explicaba en The Guardian Jørgen Randers, un demógrafo noruego conocido por sus trabajos sobre superpoblación” (ver “El mundo vacío: cada vez más expertos convencidos de que el crecimiento de la población mundial está a punto de hundirse”, de Javier Jiménez en Xataca)
Inducir a comer gusanos, arañas e insectos es sólo el comienzo de la pendiente deslizante. Ya se está normalizando y aplicando la idea de usar los excrementos humanos, primero para nutrir a insectos que luego nos comemos (ver “Una empresa recoge excrementos humanos para cultivar moscas destinadas a la alimentación”, en mpr21), y luego, desde 2012 ya tenemos la “alternativa alimenticia” desarrollada en Japón, de hamburguesas confeccionadas 100% con heces humanas (ver “Elaboran en Japón carne comestible a partir de excrementos humanos” en Toca comer).
¿Impresionado por este tratamiento tan natural y desenfadado de la noticia, amigo lector? Haga usted el mismo ejercicio práctico que he hecho yo y teclee en Google conceptos como “comer insectos”, “comer cucarachas”, o “comer excrementos”, y comprobará cómo el buscador le someterá a un proceso de ingeniería del consentimiento que haría las delicias de Edward Bernays.
Llama poderosamente la atención que esta dieta de resíduos vaya destinada a las clases medias, trabajadoras y pobres, mientras las élites se reservan la carne y el pescado, la comida escogida de forma voluntaria, libre y no impuesta, de toda la vida, que, obviamente, jamás se verá afectada por ese supuesto calentamiento global, cuya sola mención causa estupor en meteorólogos y geólogos puesto que la evidencia científica señala todo lo contrario, que el clima del planeta mantiene una tendencia sin ninguna alteración "antropocénica" y con las mismas variaciones naturales de mucho antes de que existiese la especie humana.
No. El mundo no se va a la mierda por ninguna pretendida creencia de la calentología, pero sí que van a mandarnos a comer allí a los ciudadanos de clase trabajadora, los que producimos esa riqueza que es transferida al botín de las élites. Que cada cual coma lo que quiera, pero que no hagan de comer porquerías ultraprocesadas, nocivas y clasistas una religión impuesta para el lucro y privilegio de unos pocos y la sumisión de muchos.