Ayer, se cumplió un mes del fallecimiento de mi padre, Pablo Osés Azcona.
Es hora de volver por aquí.
A la semana de fallecer mi padre, solventé las dos frustraciones que me carcomían por dentro: el vacío como Tener Humano, y la frustración de no poder cumplir su derecho a una muerte digna.
Sobre lo primero, sabía que Maxi desde el primer instante acompañó el alma de mi padre a la otra dimensión, en la transición que llamamos muerte. Dejando mi padre la dimensión de la vida de forma fácil al estar en paz consigo mismo. Como comprobó al día siguiente mi amiga Irene. Más que una médium. Así mismo, fue justo a la semana de su partida, cuando el alma de mi padre se comunicó de nuevo con mi madre y conmigo, sí, con efectos paranormales suaves, que percibo como persona altamente sensible.
Respecto a no poder facilitar el derecho a una muerte digna a mi padre en su casa, como recogía su testamento vital, y la Ley del Paciente de 2002. Vi la luz, cuando su médico de cabecera me llamó para darme el pésame, y me confesó que era objetor… Luego me informé que no se puede objetar a dar paliativos a un paciente terminal. Ahí comprendí que no remó en nuestro equipo. Mi padre, fue activista hasta en su muerte, desvelando un melón en el que da igual qué valores y derechos creas adquirido, que a la hora de la verdad, no serás libre.
Dicen que el duelo dura un año. Cuando me acuerdo de él, me doy la libertad para estar triste o llorar. Aunque, las innumerables cosas que la vida me brinda por tomar acción, aíslan esos momentos en la unicidad del tiempo.
Es cierto, que cuidar a mis padres en la etapa final de esta dimensión es un bello regalo, no exento de dureza al ver su declive. Mi padre fue la primera parte del partido, ahora juego en la segunda parte, volcándome en facilitar la confortabilidad de mi madre, el tiempo lineal que su alma decida regalarnos su sonriente mirada, cual espejo de su alma, y actitud ante la vida.
GO!