Aún no me he repuesto de la impresión que me hizo ver el volumen À la gauche du Christ (A la izquierda de Cristo) en edición de bolsillo. Estas cosas solo pasan en Francia, donde existe un portentoso mundo editorial. En España, en cambio, son ciencia ficción. Le pregunto al Chatgpt por qué la historia religiosa no recibe demasiada atención y dice que el tema parece demasiado específico, de nicho. ¿Cómo es posible si, en términos objetivos, la Iglesia es una cuestión central en un país como el nuestro?
Y, sin embargo, algo se mueve. Llevamos años en que muchos historiadores de mérito trabajan para hacer historia religiosa desde una perspectiva laica, es decir, con criterios científicos y no eclesiásticos. Ahora que se conmemora el centenario de la fundación de la JOC (Juventud Obrera Cristiana), no está de más que recordemos la reciente aparición de “En Cristo Obrero” (Sílex, 2024), de Ángel Luis López Villaverde, uno de nuestros mejores especialistas en el pasado del catolicismo contemporáneo. Nos hallamos frente a un renovador estudio del obrerismo cristiano a partir de una perspectiva transnacional que se apoya en tres ejes: Bélgica, Portugal y España. La historia religiosa, en palabras del autor, es aquí “una historia cultural y social del factor religioso”.
El jocismo, desde su cuna belga, organizó una fructífera red que hizo posible el contacto de trabajadores de diversos países, en un marco que iba más allá del Estado-nación. Estos contactos internacionales iban a permitir la deslegitimación tanto de la dictadura salazarista como del franquismo. Cardijn, el fundador de la JOC, visitó con frecuencia Lisboa y, en sus viajes de regreso, acostumbraba a recalar en España. Extendió así una forma de apostolado que, al principio, se planteó como una forma de reconquista cristiana de una sociedad secularizada. Después, en cambio, se dio una evolución hacia formas de compromiso político situadas bastante más a la izquierda. Los católicos contribuyeron así a la llegada de la democracia y su consolidación en los dos estados ibéricos.
A continuación, tenemos la tesis doctoral de María José Esteban Zuriaga, Entre la fábrica y la sacristía (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2024). Este detallado estudio, que aborda el catolicismo de base y la división eclesial en un marco diocesano aragonés, presta una atención especial a la JOC y la HOAC. Ambos movimientos hicieron gran trabajo para crear una conciencia obrera, aunque por lo general este esfuerzo no se tradujo en un mayor número de militantes. Entre tanto, con el paso de los años, el componente proletario en estas organizaciones tomó protagonismo respecto a la identidad cristiana.
De forma innovadora, Esteban Zuriaga no se limita a la ya importante cuestión del compromiso social. Aborda también otras facetas, como la actuación de las mujeres. La HOAC, en esto, se manifestó tradicional durante largo tiempo. Su forma de entender el protagonismo femenino consistía en concebir a las trabajadoras como responsables de sus familias y garantía de los valores cristianos. Cuando militaban la esposa y el marido surgían inconvenientes porque, si ambos asistían a las reuniones… ¿quién cuidaría a los hijos? Como señala la autora, “el paternalismo y la desigualdad de género condicionaron el funcionamiento de la organización”. Por otro lado, Entre la fábrica y la sacristía trata también otras cuestiones poco investigadas como las visitas por parte de los hoacistas a enfermos, tanto en los hospitales como en sus domicilios.
En una sociedad como la nuestra, donde el problema de la vivienda resulta tan urgente, posee especial interés la investigación sobre cómo los obreros cristianos se organizaron en cooperativas para construir hogares con destino a la clase trabajadora. De esta forma, el proletariado tomaba la iniciativa en la resolución de una cuestión tan grave.
Los movimientos apostólicos son un tema central en la renovación de la historia religiosa pero, obviamente, no el único. Natalia Núñez Bargueño, una investigadora de proyección internacional, nos deslumbra con Fe, Modernidad y política (Comares, 2024). En esta monografía, fruto de su tesis, aborda dos Congresos Eucarísticos Internacionales, el de Madrid en 1911 y el de Barcelona en 1952. Ambos fueron solemnidades religiosas pero su dimensión fue mucho más allá, al incluir actos masivos de naturaleza cívica y cultural. La autora, al tratar el fenómeno del catolicismo de masas, plantea una reflexión de largo alcance sobre “la compleja interacción que han mantenido la religión y la modernidad en la época contemporánea”. Esta relación resulta más compleja de lo que ha pretendido el tópico del oscurantismo. La Iglesia, por el contrario, intentó adaptarse a los aspectos del mundo moderno que consideraba positivos sin por eso renunciar a la lucha contra las facetas que le parecían censurables. Núñez Bargueño capta perfectamente esta ambivalencia, con lo que puede huir tanto de la idealización del catolicismo como de su condena.
Vayamos, por último, a una problemática de palpitante actualidad, la de inmigrantes y refugiados. En Salvados para Dios (Comares, 2024), un equipo de historiadores aborda la atención pastoral que prestó la Iglesia católica a estos colectivos en distintos países europeos. La Segunda Guerra Mundial ya había acabado y se trataba de velar por las almas de unas personas en peligro espiritual, al hallarse lejos de su comunidad de origen.
Gemma Caballer, por ejemplo, destaca la tarea asistencial de los cuáqueros entre los refugiados en Francia. A su vez, María José Esteban Zuriaga se adentra en el trabajo de la JOC con los emigrantes españoles en Europa, un aspecto muy poco conocido de la historia de este movimiento. Contra lo que podríamos suponer, su orientación no siempre fue progresista sino más bien propia del conservadurismo católico de la época. Solo hay que leer las apreciaciones sobre la conducta sexual supuestamente desordenada de los chicos y chicas que marchaban al extranjero. Eran ellas las que tenían mayores dificultades puesto que era su reputación la que estaba en juego.
Hemos pasado revista a una serie de estudios solventes, todos basados en fuentes archivísticas y en novedosos planteamientos teóricos. Sería una lástima que esta vanguardia historiográfica no llegara al gran público, fuera por los prejuicios contra la historia académica o contra la religión, como si pudiéramos prescindir de la fe para entender nuestro pasado. La historia profesional, lejos de la apología eclesiástica y del anticlericalismo decimonónico, contribuye decisivamente a una comprensión más equilibrada de nuestra sociedad.