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La tierra sin mal (ni bien). Capítulo VIII. Akahatá

23 de Diciembre de 2025
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arena.  La tierra sin mal (ni bien). Capítulo VIII. Akahatá

Tronaba el cielo aquella madrugada de fines de Mayo. El aguacero que se desataría se tornaría lapidario. Esteban, el farmacéutico del pueblo, al ver los primeros relámpagos, dejó la comodidad de su habitación para dirigirse por dentro del hogar hasta la puerta que lo conectaba con la farmacia. Era cuestión de minutos que llegara doña Norma una abogada que, como la mayoría no ejercía la profesión, costeaba sus gastos mediante una designación en el estado y acudiría sin dilación a buscar sus medicamentos. 

Figura clave y emblemática, Esteban había heredado el local, el oficio y hubo de continuar con la formación profesional familiar para distribuir las drogas lícitas y sobre todo, desandar los laberintos de trámites y expedientes, en los que muchas veces quedaban los fármacos, supeditados a las autorizaciones de obras sociales y entidades de contralor. Nadie desconocía las buenas artes y consagrada disposición del farmacéutico que de alguna u otra manera se las arreglaba para remediar los obstáculos varios que se interponían entre el consumidor y la medicación. 

Jorgito, fiel a su costumbre, estaba fuera de su casa, le llamó la atención que antes de llegar a la esquina, se prendiera la luz de la farmacia. Miró el cielo encapotado y amenazante, lo cuál le dió más valor y decidió esperar que la puerta se abriera, para pedir los caramelos de menta que tanto le gustaban y que en verdad estaban destinados a menguar los dolores de garganta. 

Norma era la segunda hija de una familia de profesionales. Siguiendo, más que su deseo, la tradición familiar, había logrado culminar en la capital la carrera de abogacía. Sin embargo lo determinante en su vida, y que la llevaba a ser dependiente de barbitúricos, era que nunca pudo desatar una traumática experiencia amorosa que la condenaba a ser la segunda mujer o la mujer no oficial de un hombre mayor que ella, que había conocido en sus tiempos de estudiante universitaria. 

Fruto de tal romance o vinculación clandestina, había nacido Marcos, un joven que para tal entonces vivía en Buenos Aires, sin ningún contacto ni con su madre ni con su padre, luego de que este le consiguiera un departamento y un trabajo estable.   

Esteban tenía a su primogénita culminando la carrera de medicina, al benjamín, durmiendo aún con su madre pese a su edad. Había encontrado cómo divertimento, o remedio efectivo para salir de la rutina que lo hubo de atrapar, confeccionar, secretamente un cuaderno de anotaciones, dónde dejaba constancia, puntillosa y prolija, del consumo de los fármacos de cada uno de sus clientes y en un tercer apartado, dejando rienda suelta a su creatividad, jugaba a diagnosticar. En una línea se podía leer; Arnaldo/Viagra/Impotente. El valor confesional de tal objeto, superaba con creces la memoria del cura que para sí, se jactaba de ser el único en conocer cabalmente todos los secretos del pueblo. 

Jorgito al ver entrar a Norma a la farmacia ingresó tras ella, raudamente, y sin preguntar. Además de los caramelos, que había ido a buscar le llamó la atención el cuaderno que Esteban celosamente guardó en el cajón ni bien dió cuenta del acceso de los visitantes. Producto de ese impulso de accionar precipitadamente y sin razón aparente, que nunca sabría explicar, se hizo del libro de anotaciones y partió raudamente a su casa, justo antes que se desatara el temporal. 

"Ningún medicamento cura, no te vayas a olvidar, apenas sirven para aliviar lo que tenemos que transitar" le dijo solemne Esteban a su clienta, mientras guardaba en su cartera la caja de fármacos. "Y yo que pensé que estábamos en la tierra si mal" respondió Norma, sin que nadie supiera si tal afirmación la hubo de expresar con un dejo de ironía mordaz. 

El temporal azotó Mburucuyá. El agua desbordó catastróficamente las estructuras del pueblo, sin embargo la filtración mayor se hubo de originar con la llegada del cuaderno de Esteban a las diferentes autoridades de todos y cada uno de los estamentos del arenal. El estrago doloso de tal correntada de narraciones íntimas e indiscretas, golpeó con fuerza a nivel político, social e incluso judicial. 

En ninguno de los campos o ámbitos dónde tales palabras corrían intempestivas, las podían detener o cercar. Mucho menos, calificar o determinar, si aquello podía considerarse enteramente bueno o malo. En tal afán, las sólidas estructuras de lo que está bien o mal, habían permeado, indefectiblemente y para siempre.

Continuará...

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