Sátrapa, según la segunda acepción del término en el diccionario de la RAE, es la persona que gobierna despótica y arbitrariamente y hace ostentación de su poder, definición que se ajusta a la perfección a los modos y estilo de gobernar de Donald Trump. Ejecutoria que va más allá de la deriva autoritaria de la que hablan los medios internacionales. Trampantojo para no definir con claridad lo que está demostrando desde que llegó a la Casablanca: una gestión propia de un dictador. De nuevo acudo a la RAE, para que el lector pueda juzgar por sí mismo: dictador es la persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica. Idea en la que abunda en su segunda acepción: persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás.
Sería muy prolijo enumerar las decisiones que ha adoptado para justificar esa calificación, por lo que me remitiré a las más significativas que evidencian su fracaso respecto de lo prometido. El acuerdo de alto el fuego en Gaza, hilado con alfileres, no ha impedido que Israel y su ejército siga sojuzgando a los palestinos, ni ha conseguido el compromiso de Natanyahu, sobre cuándo y hasta dónde se retirarán las tropas israelíes, ni se sabe quiénes formarán parte del Gobierno provisional que regirá Gaza. No se puede hablar de paz sin contar y ninguneando al Presidente del Estado Palestino desde 2014, Mahmud Abás; sino de una imposición de claro trasfondo económico.
Tampoco ha conseguido la paz en la guerra de desgaste desatada hace tres años por la obsesión imperialista de Putin de invadir Ucrania, a la que no ha puesto fin a pesar de las promesas pactadas con el inquilino del Kremlin que nunca ha cumplido. Trampas de un viejo zorro de la política internacional, en las que el sátrapa ha caído como un niño. Lo que sí ha hecho es desbaratar el comercio internacional jugando, cual tahúr, con la imposición de aranceles hasta generar un caos del que, por ahora, la economía USA no ha obtenido el gran beneficio económico que auguró. Política que aísla a EEUU, cuya economía fluctúa errática al albur de la última ocurrencia del dictador.
Estadounidenses que son los principales sufridores de su política de destrucción de su mínimo estado del bienestar y de la administración pública, blanco de los recortes presupuestarios y despidos en masa. Decisiones sustentadas en datos falsos, como un hipotético aumento de la violencia para justificar el uso de la Guardia Nacional, convertida en su guardia pretoriana, para generar un sentimiento de estado excepción en las ciudades progresistas dónde la envía, con libertad para actuar contra cualquier ciudadano que les resulte sospechoso, vulnerando la legalidad y los derechos fundamentales de las personas. Guardia pretoriana que participa, de manera directa o mirando para otro lado, en las redadas indiscriminadas de inmigrantes que realiza la policía de fronteras, avasallando los derechos humanos que les asisten.
Sin duda que Trump ha implantado un nuevo modo de hacer política donde no hay más proyecto que sus ocurrencias diarias, respaldadas por un gobierno nepotista de familiares, amigos superricos y negacionistas que le dicen amén a todo. Proyecto basado en la exaltación de su narcisismo que le lleva a censurar y sojuzgar a quien osa criticarle, sea persona o medio de comunicación, a los que acalla y persigue hasta hundirlos social, profesional o judicialmente. Y en su enriquecimiento personal que vulnera las leyes que impiden a un Presidente utilizar el cargo para hacer negocios privados.
Este el modelo disruptivo y antidemocrático de Trump al qué se pliegan, hasta el baboseo y para vergüenza del mundo entero, la mayoría de líderes mundiales por el miedo que les inspira su matonismo de portero de discoteca. Solo unos pocos, contados con los dedos de una mano, se salen del marco de adulación para salvar la cara del creciente número de ciudadanos de multitud de países, incluido USA, que levantan la voz en la calle contra el dictador que habita en la Casablanca al grito de No kings. Protestas que seguirán creciendo, mientras sigan sus desmanes que solo la ciudadanía podrá parar con su voto.