El asesinato de líderes políticos, ya sean gobernantes o líderes de movimientos sociales, es un medio utilizado desde la Antigüedad para alcanzar objetivos políticos específicos, ya sea eliminar las ideas políticas que simbolizan, debilitar la movilización social que lideran o justificar la represión que sigue al asesinato. El asesinato no siempre produce los efectos deseados. A veces tiene efectos contraproducentes, y los líderes asesinados no siempre se convierten en mártires ni son recordados como tales durante mucho tiempo. Desde Julio César, asesinado en el año 44 a. C., hasta Abraham Lincoln, asesinado en 1865, la historia está repleta de líderes políticos asesinados. Cabría pensar que en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial se darían las condiciones para que el recurso al asesinato político dejara de existir o disminuyera en intensidad. Por un lado, existía el intenso recuerdo de la muerte como instrumento político y, por otro, se celebraba la democracia liberal como el único régimen político legítimo, un régimen en el que se debate con el adversario en lugar de matar a los enemigos políticos. Lamentablemente, esto no fue lo que ocurrió, y parecen darse las condiciones para que el recurso al asesinato de líderes políticos tienda a aumentar. El reciente recrudecimiento de la política del odio promovida por las fuerzas de extrema derecha y el consiguiente aumento de la polarización social son el caldo de cultivo en el que puede aumentar el asesinato de líderes políticos. Por no hablar de las guerras, por ahora locales, que han ido proliferando. Israel, por ejemplo, es experto en recurrir a este medio. ¿Cuántos líderes políticos de Hamás, Hezbolá, Yemen o Irán han sido asesinados en los últimos tiempos?
Se trata de un campo inmenso que no pretendo analizar en toda su extensión, aunque me limite al período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, no me refiero a los asesinatos que se producen como consecuencia de luchas internas en el seno del movimiento social, del partido político o del gobierno al que pertenecen las víctimas. Tampoco me centro en los casos en los que el asesinato de líderes se produce en el contexto de masacres o guerras civiles que afectan a muchos miles de personas, como, por ejemplo, en Colombia, Ruanda, Indonesia, Sri Lanka, Sudán o Palestina. Me limito a analizar los casos de asesinato de personas en los que se conoce la interferencia de fuerzas externas, nacionales o extranjeras. E incluso en este ámbito no pretendo ser exhaustivo.
Hay varios tipos de líderes y de relaciones con los movimientos o países que dirigen. Me interesan exclusivamente los líderes proféticos (en contraposición a los líderes administrativos o pragmáticos) y con un fuerte apoyo popular. Tengo en mente una versión secularizada de líder profético, aunque algunos líderes combinan lo religioso y lo secular. Para mí, el líder profético es aquel que tiene una visión crítica del mundo y del país y una visión alternativa, tiene el valor de manifestarla públicamente y de poner en práctica políticas coherentes basadas en esa visión, aun sabiendo que con ello contraviene los intereses de grupos sociales y políticos poderosos que disponen de medios legales e ilegales para derrocarlo. A menudo es un líder carismático.
El interés por el líder profético es doble: político y sociológico. La razón política radica en que los líderes proféticos son los que corren más riesgo de ser asesinados. Ahora bien, mi objetivo en este texto es poner en guardia a los líderes que aún no han sido asesinados, pero que son un probable objetivo de asesinato. La razón sociológica tiene que ver con dos temas muy importantes para las epistemologías del Sur que he venido proponiendo: el epistemicidio y el fracaso impuesto.
Reconocer y dar a conocer el peligro de asesinato es un acto político importante porque puede prevenir la tragedia y porque puede transformar esa prevención en una oportunidad para fortalecer el propio liderazgo y las acciones y políticas públicas en las que se traduce. No me ocupo aquí de los muchos intentos fallidos de asesinato. Quizás el caso más famoso, o más documentado, sea el de Fidel Castro, que sufrió innumerables intentos de asesinato por parte de la CIA (entre ellos, por ejemplo, la oferta de puros con explosivos).
Ejemplos de líderes proféticos asesinados
Entre los líderes de movimientos sociales, recuerdo, a modo de ejemplo, a Mahatma Gandhi. Líder indiscutible de la lucha contra el colonialismo británico, Gandhi fue asesinado en 1948 por un extremista hindú. Martin Luther King, Jr., gran activista de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, fue asesinado en 1968, y existen fuertes sospechas de la implicación de los servicios secretos estadounidenses. Oscar Romero, arzobispo de El Salvador, miembro de la teología de la liberación y denunciante de la represión política en el país, fue asesinado en 1980 por un francotirador del ejército salvadoreño entrenado en la tristemente famosa Escuela de las Américas en Estados Unidos. Ken Saro-Wiwa, famoso escritor nigeriano, miembro del pueblo Ogoni, fue un gran activista contra la degradación medioambiental causada por la explotación petrolera de las empresas multinacionales en el delta del río Níger. Fue juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte en la horca en 1995. Malcolm X, líder del movimiento nacionalista y revolucionario negro de los Estados Unidos, fue asesinado en 1965 oficialmente por miembros de la Nación del Islam mientras daba una conferencia. Walter Rodney, líder revolucionario de la Guyana Inglesa, fue asesinado en 1980 y hay fuertes sospechas de que el asesinato fue ordenado por el entonces presidente Linden Forbes Burnham. Ben Barka, político nacionalista y socialista de Marruecos, secretario de la Conferencia Tricontinental, opositor al imperialismo francés y al rey de Marruecos Hassan II, fue asesinado en 1966. Al parecer, fue localizado por el Mossad israelí y asesinado por agentes franceses y marroquíes. También fue el Mossad quien hizo desaparecer su cuerpo. Felix Moumié, de Camerún, fue envenenado en Ginebra en 1960 por los servicios secretos franceses. Henri Curiel, militante comunista judío-egipcio, participante en la liberación de Argelia, fue asesinado en París en 1978. Ruth First, una influyente activista contra el apartheid en Sudáfrica, fue asesinada en 1982, por orden del Gobierno sudafricano, en Mozambique, donde se encontraba exiliada, con una carta bomba. Cinco años más tarde, Albie Sachs, también de Sudáfrica, escapó por poco de un atentado similar. En 1984, Jeanette Curtis, otra activista contra el apartheid, fue asesinada junto con su hija de seis años con una carta bomba en la ciudad angoleña de Lubango. Dulcie September, representante del CNA de Sudáfrica en París, fue asesinada en 1988. En el caso de Oriente Medio, la tragedia del genocidio en Gaza hace olvidar el pasado de decenas de asesinatos de líderes que luchaban por la autodeterminación de Palestina.
La lista de gobernantes proféticos asesinados es larga y, en la gran mayoría de los casos, la colaboración de las fuerzas imperialistas ha estado siempre presente. Entre los casos que quedaron más intensamente grabados en la historia de los países, cito los siguientes. Patrice Lumumba, primer ministro del Congo, fue asesinado en 1961 por los servicios secretos belgas con la colaboración de la CIA, que desde hacía tiempo consideraba a Lumumba un comunista peligroso y ya había intentado asesinarlo. El cuerpo fue descuartizado y disuelto en ácido. Quedó un diente de oro que, por orden de un juez belga, fue devuelto a la familia en 2023. Sylvanus Olympio, primer presidente de Togo, fue asesinado en 1963 en un golpe apoyado por los servicios secretos franceses. Olympio defendía, frente a Francia, la plena soberanía financiera de los nuevos países africanos. Kwame Nkrumah, primer presidente de Ghana y gran aliado de Lumumba, sobrevivió a varios intentos de asesinato, en este caso organizados por los servicios secretos británicos, siempre con la ayuda de la omnipresente CIA. Fue derrocado por un golpe de Estado en 1966 y quizá la muerte natural le haya librado del asesinato. Eduardo Mondlane, líder del movimiento de liberación FRELIMO de Mozambique (hoy se consideraría un movimiento terrorista y así lo calificaba el régimen fascista que gobernó Portugal entre 1926 y 1974), fue asesinado en 1969 en una colaboración entre grupos disidentes del FRELIMO y la policía política portuguesa (PIDE). Amílcar Cabral, presidente de Guinea Bissau, ya reconocida como país independiente, fue asesinado en Conakry en 1973 por miembros de grupos disidentes del PAIGC en colaboración con la policía política portuguesa, que ya tres años antes había intentado asesinarlo. Ese mismo año, el presidente Salvador Allende, el gobernante de la posguerra que se tomó más en serio la posibilidad de construir una sociedad verdaderamente socialista sin prescindir de la democracia liberal, se vio obligado a suicidarse en Chile. Fue un asesinato «indirecto» por orden de Augusto Pinochet y la CIA. Samora Machel, primer presidente de Mozambique, murió en un accidente aéreo en 1986 cuando regresaba de una reunión en Zambia. Las sospechas de la implicación de Sudáfrica en su muerte tienen buenos fundamentos (sabotaje e interferencia en los instrumentos de navegación). Muammar Gaddafi fue asesinado en 2011 por fuerzas rebeldes apoyadas por Francia, Estados Unidos, Reino Unido y la OTAN. Gaddafi había propuesto la creación de una moneda africana respaldada por oro. Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso, fue asesinado en 1987. Sankara era un líder revolucionario que promovía la verdadera autodeterminación de los pueblos y la unidad africana, y rechazaba la interferencia del Fondo Monetario Internacional (FMI). Hay sospechas fundadas de que Francia estuvo detrás del asesinato y apoyó al líder pro francés Blaise Compaoré, que asumió el poder tras el golpe.
Consecuencias
La gran mayoría de estos líderes proféticos murieron muy jóvenes, algunos ni siquiera habían cumplido los cuarenta años. Por lo tanto, estaban construyendo proyectos, desarrollando teorías, experimentando prácticas que estaban lejos de poder formularse o concretarse plenamente. Las diferencias entre ellos son enormes, pero tienen algunas características en común que debemos destacar. Eran nacionalistas y antiimperialistas. Creían en la soberanía de los pueblos, en algunos casos recientemente conquistada, y en la posibilidad de que cada país fuera dueño de su destino y de su proyecto de desarrollo. Siendo nacionalistas, también eran internacionalistas. Consideraban que las independencias políticas habían sido incompletas y que tanto el neocolonialismo imperialista como el colonialismo interno seguían impidiendo un desarrollo justo de la sociedad. Los principales síntomas de ello eran: la extrema desigualdad social; el racismo; la concentración de la tierra y los recursos en manos privadas; el patrimonialismo, es decir, el control del Estado en gran parte por las mismas familias o grupos que ya dominaban el país en la época colonial y en estrecha alianza con la potencia colonizadora; las imposiciones internacionales que obligaban, hasta 1991 (fin de la Unión Soviética), a optar entre el capitalismo occidental y el socialismo soviético, cuando muchos rechazaban cualquiera de esos modelos y querían construir uno nuevo, con la esperanza de combinar algunas de las buenas características que veían en ambos modelos existentes. Eran visionarios, unos más que otros, casi todos anhelaban formas de diálogo y coordinación Sur-Sur con el objetivo de fortalecer la lucha antiimperialista, y algunos de ellos nos dejaron obras de enorme valor teórico y político que trascienden en gran medida su época y su contexto. Es el caso de Nkrumah, Cabral, Sankara y Rodney.
Más allá de las convulsiones que su prematura y violenta desaparición causó a corto plazo, destaco las dos consecuencias principales y a largo plazo. La primera es el epistemicidio, la destrucción violenta del conocimiento. Estos líderes tenían ideas, filosofías políticas y planes de acción que, tanto si fracasaban como si tenían éxito, daban testimonio de la diversidad epistémica, filosófica y cultural del mundo. Su asesinato representa el pasado que fue reprimido y el futuro que dejó de ser. ¿Cómo sería el mundo hoy si no hubieran sido asesinados, si sus éxitos y sus fracasos, sus virtudes y sus defectos hubieran podido expresarse plenamente en sus sociedades? Se ha perdido mucha experiencia histórica, el mundo se ha empobrecido, el futuro ha quedado en manos de las monoculturas ideológicas de los más poderosos.
La situación en la que se encuentran hoy quienes luchan por una sociedad más justa, tanto a nivel local como global, puede caracterizarse como el resultado de una orfandad por la destrucción de tantas ideas movilizadoras, de tantos caminos de esperanza, de tantas opciones silenciadas. Para que la sangre no se haya derramado en vano, hay que transformar la orfandad en una semilla de nueva vida. Para empezar, hay que conocer las luchas de los líderes proféticos y las obras que nos dejaron. No son recetas fijas, porque vivimos en un mundo muy diferente al que ellos vivieron. Son solo luces que pueden orientarnos en la oscuridad en la que nos encontramos en esta época de genocidios, protofascismos, planes de guerra global y colapso ecológico.
La segunda consecuencia fue la imposición del fracaso. El asesinato de los líderes proféticos tenía como objetivo impedir que los países del Sur global encontraran sus propios caminos de desarrollo. La imposición fue brutal y tuvo dos movimientos. El primer movimiento consistió en convertir, de la noche a la mañana, a más del 90 % de los países del mundo en países subdesarrollados. En poco tiempo, el concepto de subdesarrollo se convirtió en un concepto totalitario. No solo la economía estaba subdesarrollada; todo era subdesarrollado, desde las relaciones sociales hasta las religiones, desde las formas de vida hasta las formas de convivencia, desde los gobernantes hasta los gobernados, desde las formas de organización comunitaria hasta el manejo de la tierra. El ataque a la autoestima de los países fue el gran arma de destrucción masiva del capitalismo, el colonialismo y el imperialismo en la posguerra.
El segundo movimiento, como continuación del primero, fue imponer a los países del Sur global un único camino para salir del callejón sin salida al que los habían conducido los países imperialistas. Tras la destrucción del pensamiento y las prácticas alternativas, la única opción que queda es perpetuar la condición de subdesarrollo. Los países víctimas de ello se ven obligados a intentar sobrevivir más allá de las promesas internacionales, siempre benévolas en el discurso y violentas en las prácticas en las que se traducen. Así fue como los países del Sur global tuvieron y tienen que convivir con las políticas de «ayuda al desarrollo» de los países imperialistas y con las condicionalidades y políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el FMI. Tras el fin de la Unión Soviética, las imposiciones se volvieron más violentas y los países y las instituciones que las impusieron tuvieron que recurrir a la corrupción de las élites locales para reducir los costes políticos del imperialismo. El saqueo de los recursos naturales a través del comercio desigual y la deuda externa son las dos cadenas que han incapacitado a los países del Sur global para alcanzar otros éxitos más allá del éxito con el que cumplen las condiciones que producen su fracaso histórico.
Líderes proféticos que pueden ser asesinados
Esta sección es especulativa y se basa en la experiencia histórica de la posguerra. Soy muy consciente de que la historia no se repite y que hoy en día la eliminación de los líderes proféticos puede lograrse de muchas maneras. Por un lado, hoy en día hay una mayor diversidad de medios para matar (la precisión de los drones guiados por inteligencia artificial, los venenos de efecto retardado para disfrazar el asesinato como muerte natural, etc.). Por otro lado, hay medios para eliminar a los líderes perseguidos sin matarlos físicamente. Basta con neutralizarlos políticamente, reduciéndolos a la muerte civil. Con la colaboración de los medios de comunicación hegemónicos y los tribunales, hoy en día es posible (y fácil) eliminar a los líderes políticos a través de las «guerras globales» contra las drogas, contra la corrupción, contra el terrorismo o en nombre de la «libertad de expresión». A modo de ejemplo, cito algunos casos de líderes en peligro.
Ibrahim Traoré
Traoré es presidente de Burkina Faso desde 2022. Es un líder inspirado por Thomas Sankara, el «Che Guevara africano», líder del país entre 1983 y 1987. Al igual que él, es capitán del ejército y asumió el poder a los 35 años. Su posición es quizás más precaria y la revolución que pretende llevar a cabo es menos ambiciosa que la de Sankara. Sankara se reunió con Fidel Castro, creó comités de defensa de la revolución, organizó campañas de alfabetización y promovió políticas sobre todo en el ámbito de la salud y la vivienda. Al igual que Sankara, Traoré se rebela contra el imperialismo francés, se manifiesta a favor de la soberanía alimentaria mediante una revolución agrícola, lucha por la unidad africana y por la recuperación de los conocimientos propios contra un eurocentrismo acrítico. Luchó y lucha contra el yihadismo en el norte del país, que considera fomentado por el imperialismo francés, a pesar de que, en apariencia, lo combate.
Tiene un profundo conocimiento de cómo la destrucción de Libia y el asesinato de Gadafi en 2011 por parte de las potencias occidentales y la OTAN contribuyeron al surgimiento del yihadismo en el Sahel, una región con grandes recursos minerales aún sin explotar. Nacionalizó dos minas de oro y, con los recursos financieros obtenidos, está revolucionando la vida de los campesinos mediante la mecanización. Ha impuesto condiciones a las empresas mineras extranjeras para financiar las políticas sociales. Está convencido de que solo la alianza de los países del Sahel (Malí, Burkina Faso y Níger), articulada con la alianza más amplia del Sur global (en la que China, Rusia y Turquía asumen un papel preponderante), puede garantizar la sostenibilidad de la lucha antiimperialista. Sabe que, de forma aislada, los líderes que se opongan al (des)orden neoliberal global serán asesinados. Se apoya en la movilización del pueblo y en las alianzas regionales para llevar adelante un nuevo proyecto de país.
Los discursos de Traoré contienen información detallada sobre los hechos y las cifras que justifican la lucha antiimperialista. En la Cumbre Rusia-África celebrada en San Petersburgo los días 27 y 28 de julio de 2025, Traoré afirmó:
«Hoy, al igual que hace más de ocho años, nos enfrentamos a la forma más bárbara, a la manifestación más violenta del neocolonialismo y el imperialismo. La esclavitud sigue imponiéndose sobre nosotros. Nuestros antepasados nos enseñaron una cosa: el esclavo que no es capaz de rebelarse no merece nuestro apoyo para su destino... No pedimos que nadie intervenga para afectar nuestro destino. El pueblo burkinés ha decidido luchar, luchar contra el terrorismo, para mejorar nuestro desarrollo. En esta lucha, valientes miembros de nuestra población se han comprometido a tomar las armas contra el terrorismo, a los que cariñosamente llamamos VDP (Voluntarios para la Defensa de la Patria). Nos sorprende ver que los imperialistas se refieren a estos VDP como «milicias». Es decepcionante, porque en Europa, cuando la gente toma las armas para defender su patria, se les llama patriotas. Nuestros abuelos fueron deportados para salvar Europa [en la Segunda Guerra Mundial]. No fue con su consentimiento, fue contra su voluntad. Pero, cuando regresaron, recordamos bien que, en Thiaroye, cuando quisieron reivindicar sus derechos básicos, fueron masacrados... El problema es ver a los jefes de Estado africanos que no aportan nada a los pueblos que luchan, pero que cantan la misma canción que los imperialistas, llamándonos «milicia» y, por lo tanto, refiriéndose a nosotros como hombres que no respetan los derechos humanos. ¿De qué derechos humanos estamos hablando? Consideramos que eso es ofensivo. Es vergonzoso. Contra eso, nosotros, los jefes de Estado africanos, debemos dejar de actuar como marionetas que bailan cada vez que los imperialistas tiran de nuestros hilos. Ayer, el presidente Vladimir Putin anunció que se enviarían cereales a África. Eso es gratificante, y se lo agradecemos. Sin embargo, esto también es un mensaje para nuestros jefes de Estado africanos, porque en el próximo foro no debemos venir aquí sin haber garantizado... la autosuficiencia del suministro alimentario para nuestros pueblos. Tenemos que aprender de la experiencia de aquellos que han logrado este objetivo en África, tejiendo buenas relaciones aquí y tejiendo mejores relaciones con la Federación Rusa, con el fin de satisfacer las necesidades de nuestros pueblos... Poder para nuestro pueblo. Dignidad para nuestro pueblo. Victoria para nuestro pueblo. Patria o muerte. Venceremos». Como muchos recordarán, las dos últimas frases son los lemas de la revolución cubana.
No es necesario añadir más justificaciones al peligro de muerte que corre Ibrahim Traoré.
Lula da Silva
No hay comparación posible entre Lula da Silva e Ibrahim Traoré. Lula da Silva no llegó al poder mediante un golpe de Estado y tiene más de cuatro décadas de experiencia en el liderazgo político. Lula da Silva es un líder carismático, pero siempre ha combinado su carácter profético con el pragmatismo. De hecho, su carácter profético deriva menos de lo que ha hecho que de lo que es. Un antiguo obrero metalúrgico, procedente de una familia muy pobre de una región igualmente pobre, llega democráticamente por tercera vez al liderazgo político de un país dominado por el colonialismo interno (gran desigualdad social, concentración de la propiedad de la tierra y racismo) y por el poder social y económico concentrado en unas pocas familias a lo largo de muchas décadas (patrimonialismo). Esta carrera política no tiene parangón en la historia contemporánea.
Su actual gobierno nació bajo el signo del pragmatismo, dadas las condiciones que presidieron la constitución del gobierno. Pero, en los últimos meses, la agresividad imperialista de Donald Trump ha hecho renacer en Lula da Silva su inclinación profética, su vehemente defensa de la soberanía, la democracia, la autodeterminación, el derecho a elegir el modelo de desarrollo y los socios económicos en pie de igualdad. Al reforzar su liderazgo profético en las actuales condiciones políticas internacionales, Lula da Silva se ha convertido en un objetivo a abatir en un país que solo ahora está concluyendo la transición democrática iniciada en 1985. Una diabólica combinación de fuerzas antidemocráticas nacionales y estadounidenses ha realizado dos intentos para liquidarlo. La primera fue en 2018, cuando le inhabilitaron para presentarse a las elecciones y le sometieron a una prisión ilegal de 580 días. Este intento fracasó y en 2022 Lula da Silva volvió al poder. El nuevo intento de neutralizarlo se produjo mediante el golpe de Estado del 8 de enero de 2024, un intento que también fracasó. ¿Renunciarán a eliminar a este líder cada vez más profético? Creo que no. Es difícil pensar en términos de la cloaca fascista e imperialista, pero aconsejo a quienes se ocupan de la seguridad del presidente Lula que presten la máxima atención, y al pueblo brasileño que se movilice al máximo para que no se produzca el desastre.
Nicolás Maduro
Nicolás Maduro es un caso especial de líder profético derivado. Al igual que el actual líder cubano, heredó el carácter profético del líder anterior, intensamente carismático, en el caso de Venezuela, Hugo Chávez. La agresión imperialista de los Estados Unidos, combinada con la oposición interna que apoya todos los golpes de Estado, que pide la muerte del presidente y la invasión de ejércitos extranjeros, hace que su líder gane escandalosamente el Premio Nobel de la Paz este año (en adelante denominado por todos los demócratas del mundo como Premio Nobel de la Guerra, para vergüenza de la apacible Noruega). Todo esto ha impedido a Nicolás Maduro ser lo que realmente es, un líder pragmático. Por lo tanto, está sujeto a los mismos riesgos que los líderes proféticos. En este caso, la liquidación del líder podría incluso ser el resultado de la invasión del país por las fuerzas imperialistas, que han olvidado la humillación de Bahía de Cochinos en 1961, en Cuba.
Conclusión
No estoy de acuerdo con el antiguo primer ministro de Inglaterra, Benjamin Disraeli, que dijo: «El asesinato político nunca ha cambiado la historia del mundo». La verdad es que los asesinatos han destruido vidas, han dado lugar a guerras civiles, han impedido que se materializaran proyectos de liberación y siempre han creado inestabilidad política. Sobre todo, han quedado grabados en el inconsciente colectivo de la sociedad y están listos para activarse cuando se les dé la oportunidad. La democracia es incompatible con el asesinato político.