El Fiscal general del estado, Don Alvaro García Ortiz, ha resultado condenado por el Tribunal Supremo. A día de la fecha no se ha publicado la sentencia, pero nuestro alto tribunal ha decidido adelantar el fallo mediante la oportuna nota de prensa. El debate está en la calle. Los progresistas hablan de prevaricación y los conservadores de separación de poderes y democracia, más de lo mismo. Lo único que queda claro es que la polarización en base a ideología, ejercicio de poder y ambiciones varias a tal fin, atentan a la objetividad y al respeto, respeto que ha perdido la Fiscalía, y que en mi opinión viene dejándose por el camino la justicia de forma recurrente, para desgracia de todos los justiciables.
Leía ayer en una red social que en la sala del Tribunal Supremo que ha juzgado y condenado están los mejores expertos en derecho penal, lo cual parece admitir poca duda. No obstante conviene hacerse una pregunta; ¿Quiénes son más expertos, los que condenan o aquellos que abogan por la absolución mediante su voto particular? Lo que resulta indudable es que en nuestra justicia, en casos mediáticos de gobierno y poder, se ha consolidado la perspectiva política, ahora que tan de moda está juzgar en base a perspectivas, y ello redunda en una imagen de sesgo ciertamente infumable. Ello provoca que la credibilidad de los Tribunales se valore más por la afinidad política y el objetivo a conseguir, por unos y otros, que por la aplicación de la Ley y el Derecho, con objetividad, imparcialidad y sana crítica.
Uno se avergüenza cuando ve a dirigentes del Partido Popular, aún sin conocer el contenido de la sentencia, realizando publicaciones completamente improcedentes, por inadecuadas en tiempo y forma, aunque visto el nivel de nuestra clase política, no sorprende. También se avergüenza cuando ve a dirigentes del Partido socialista expresarse sobre el fallo de condena al Sr. García Ortiz. En los dos casos quiebra el saber estar, y quien no sabe estar jamás debería gobernar.
La raíz del problema del estado español es el completo desconocimiento de lo que realmente acontece. De quien es quien y qué hace en los núcleos de poder. De quien dispone, quien transige y quien ejecuta las tropelías “con uno u otro guante”, o ya sin el mínimo decoro, con burdas maniobras, sin guante. Muchos de los que ahora jalean la condena deberían callar, no vaya a ser que algún día se les vuelva en su contra, por antecedentes. Y es que como vengo diciendo muchas veces, poco se sabe, aunque suele acontecer que la ocultación de lo propio se produce con la algarabía desmedida por la desgracia ajena.
En este artículo no hablo ni de la inocencia, ni de la culpabilidad del Fiscal General del Estado. No puedo opinar porque no he leído la sentencia. De lo que si hablo, porque he llegado a esa conclusión tras mucho análisis es que hay muchas piezas colocadas en las instituciones que aparentan transparencia, diligencia y democracia, y sólo son una apariencia, lo cual es una catástrofe porque destrozan el estado de derecho y la igualdad desde dentro, con premeditación, alevosía y con el único objetivo de protegerse a sí mismos, y al tinglado en el que se desenvuelven.
¿Cuestión de piezas?. Sí, y además así lo contaba “por teléfono“ alguno al que ahora se considera un gran “representante de la justicia”, hablando de cómo se producían cambios en la fiscalía. “Hay que mover la pieza principal”, decía.
No se dejen guiar ustedes por fanatismos y por ideologías vacías. La apariencia se aprovecha del desconocimiento y de la vulnerabilidad, y estamos en manos de gente muy peligrosa, “de los piezas”, auténticos lobos al cuidado de las ovejas. Y eso no es propio de democracia alguna, sino de una auténtica dictadura, con pactos a tal fin.