Las obras en las ciudades son sin duda necesarias para mejorar las infraestructuras, reparar lo que se estropea y envejece, embellecer el casco urbano, mejorar la movilidad y otras muchas cosas más. De acuerdo. Pero, dentro de mi modesto entender, es preciso planificarlas y realizarlas de tal modo que las molestias para los ciudadanos sean las mínimas necesarias. Ese es mi pensamiento. Naturalmente puedo estar equivocado y que lo mejor sea ejecutarlas todas a la vez aunque la razón para ello se me escapa.
Verán, resulta que vivo en Madrid y en concreto cerca de la Plaza de Conde de Casal. El retorno al trabajo tras las vacaciones veraniegas está resultando un auténtico infierno. Me siento prácticamente cercado por las obras hasta el punto de llegar a pensar algunas mañanas que el Alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida tiene algo contra mí. Son fugaces instantes de paranoia porque me doy cuenta que todo Madrid, en realidad, está igual. Obras en la Castellana, obras en Ventas, en la M-30, en Atocha y en multitud de calles y vías más pequeñas. Les juro que Madrid parece una zona desmilitarizada. Hace años que he dejado aparcado el coche y utilizo el transporte público. Algún lector pensará que dadas las obras de superficie y el caos circulatorio el metro es una ventaja que debo aprovechar. Pues se equivocan, ya que también han cerrado la Línea 6 para proceder a su automatización que, tal vez en el futuro sea una gran ventaja, pero en el aquí y ahora no deja de ser una auténtica pesadilla. La línea 6 era la más utilizada y para mí, en concreto, fundamental para ir al trabajo. Intentan sustituir la línea cerrada por un servicio especial de autobuses que, naturalmente, ni por asomo logra absorber todos los viajeros que transportaba el metro. Peor todavía, han debido desplazar conductores a esa línea especial de autobuses y el resto ofrecen un peor servicio. He optado por intentar abrirme paso cada mañana en la línea 1 de metro, otra de las muy utilizadas. Creo que han contratado a "empujadores" para los andenes abarrotados, como en Japón, aunque tal vez sea una leyenda urbana ya que, por ahora, damos y recibimos empujones personalmente. La pasada semana nos desalojaron 3 veces en la susodicha línea 1 con el chiste añadido de que el siguiente convoy nos llevaría a nuestro destino. Divertidísimo. Y si a eso le añado que por motivos personales en ocasiones viajo a Alicante, les diré que sumo un ladrillo más a mis padecimientos ya que hace años que me despedí de la cercana estación de Atocha para "gozar", es un decir, de la de Chamartín, en obras también desde ya ni me acuerdo y que supone otra zona 0 de la tormenta urbanística madrileña.
Algunos entendidos dicen que es mejor hacer todas las obras a la vez. Otros, los aventureros y los fantasiosos, piensan que alguien le ha chivado al Alcalde que un cuantioso tesoro visigodo se esconde en el subsuelo de Madrid y que las obras son mera excusa para encontrarlo. Por el contrario, los conspiranoicos, sospechan que todo es una maniobra para que no podamos salir de casa ni desplazarnos como ensayo de esas famosas ciudades futuristas de 15 minutos. Finalmente los más dados a las explicaciones científicas consideran que se trata de una prueba de resistencia de los madrileños, con objeto de fortalecer nuestra paciencia y crear a la vez toda una generación de sufridos atletas capaces de saltar vallas, esquivar zanjas y competir por un lugar en el transporte e incluso capaces de sobrevivir a un holocausto nuclear de total devastación. Todo puede ser. Yo ya estoy sintiendo los efectos de esa prueba y llego al trabajo exasperado y pleno de espíritu guerrero, aunque por ahora no me sirve para nada. Bueno, bien mirado, tal vez sí que me sirva para comprobar, una vez más que la vida es una auténtica carrera de obstáculos. Literales en este caso.