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No a la ocultación del abuso sobre la mujer

16 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 14:29h
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No a la ocultación del abuso sobre la mujer. Acoso

Las recientes denuncias de abusos a mujeres cometidos por hombres con responsabilidades públicas o de partido, son el iceberg de un problema cuya raíz se sumerge en tiempos pretéritos a lo largo de los cuales se ha forjado la idea de que la mujer está en un escalafón evolutivo inferior y, por tanto, su rol social es cumplir los deseos del macho en todos los aspectos. Visión egoísta y utilitaria del género femenino favorecida por las religiones, en especial las tres monoteístas, que han dado vigor a la desigualdad entre mujeres y hombres. El hombre piensa y decide y la mujer le sirve y cumple sus dictados y deseos: ¡como Dios manda!, se decía en los años de dictadura, complementada por la que repetían los curas a los niños en el colegio: la mujer es un ser lascivo creado para pervertir y enloquecer a los hombres.

Desigualdad instalada en las meninges masculinas que concebía —y sigue concibiendo en la mente de muchos hombres— el cuerpo femenino como una propiedad del macho del que puede hacer uso cómo, cuándo y dónde le dé la gana. Principio que con el paso del tiempo normalizó el abuso sobre la mujer, como si fuera un derecho ineluctable, y que hoy llamamos machismo. Orden social frente al que se han rebelado innumerables mujeres a lo largo de la historia con mayor o menor fortuna —a muchas les costó la vida—, exigiendo igualdad de derechos y el reconocimiento de que sus capacidades son iguales a las masculinas. Lo que hoy denominamos empoderamiento femenino, que muchos hombres soslayan con desprecio.

Acabar con la desigualdad entre mujeres y hombres, y sus efectos sangrantes, vejatorios, humillantes y asesinos, pasa por acelerar el proceso evolutivo de la mente masculina que requiere aún de mucha pedagogía. Por eso, además de indignarnos cuando se dan a conocer nuevos casos de abusos, del tipo que sean, deberíamos felicitarnos de que afloren porque, más allá del hecho infame en sí, son la demostración de que se está produciendo un cambio social de calado: la mujer ya no se calla y denuncia cuando es abusada por un hombre, lo que implica que no hubo consentimiento por su parte.

Consentimiento que utilizan los abusadores para no reconocer su abuso que solo asocian con la violación olvidando, deliberadamente, que el machismo se fragua en los micro machismos que pasan desapercibidos por la frecuencia diaria con la que se producen. Los físicos que se ejecutan al descuido o por sorpresa de la mujer que los sufre: tocarle el culo, el pecho, una pierna, pasear la mano por un brazo o por los hombros o por los labios, o invadir su espacio vital para realizar una inspiración libidinosa o un gesto lascivo ante su rostro. Los verbales con requiebros y burlas zafias sobre una parte del cuerpo femenino, las metáforas vulgares sobre lo que harían con el cuerpo de la mujer que piropean, o cuando el piropo sobrepasa la vulgaridad hasta el insulto. Por no mentar el abuso psicológico en el entorno laboral y familiar.

Micro machismos que ofenden a las mujeres y debemos recriminar siempre a quien los ejercita, porque son inaceptables y se deben denunciar públicamente para apartar a ese individuo de marco social en el que nos desenvolvemos. No pasar ni uno debe ser una guía de conducta, de igual manera que hay que exigir que el manoseo no consentido y la violación reciban una condena significativa cuando se denuncian en un juzgado. Denuncia que no puede derivar en un recordatorio del vía crucis sufrido por la víctima cuando el juez de turno se muestra renuente a dar veracidad al relato de la mujer abusada, con un interrogatorio duro y detallista sobre cómo se produjo el abuso o la violación, que la victimiza doblemente, con el afán de buscar cualquier resquicio que avale el relato del abusador.

Cambio de actitud necesario en el comportamiento de jueces y ciudadanos ante todo tipo de abusos sobre la mujer, porque no denunciarlo nos convierte en cómplices. El machismo no es patrimonio de ninguna ideología o clase social, sino de una visión asentada en una cultura discriminatoria que concibe a la mujer como un ser inferior al hombre que se puede usar y sojuzgar. Actos de los que es responsable el abusador y quien lo encubre. Así pues, bienvenidas las denuncias públicas, y cuantas más mejor, porque significan que algo está cambiando para limpiar la sociedad de estos malos bichos.

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