Julián Arroyo Pomeda

El misterio de la vida sorprende a cada instante

04 de Noviembre de 2025
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El misterio de la vida sorprende a cada instante
Cómo esas proteínas mal plegadas logran evadir el sistema de seguridad de la célula sigue siendo un misterio. | Foto: Pexels

Desafiar el orden natural de la vida —ya sea prolongando la existencia, alterando la genética, resucitando lo que se ha ido, o reescribiendo los ciclos naturales— puede tener precios muy distintos según el contexto:

¿Hasta qué punto es correcto intervenir en procesos naturales como la muerte, el envejecimiento o la evolución? Quien desafía el orden natural carga con las consecuencias, previstas o no. ¿Estamos preparados para lo que venga?

Desde la medicina antienvejecimiento hasta la ingeniería genética, desafiar lo natural suele requerir recursos descomunales. Si solo unos pocos pueden pagar por desafiar la naturaleza, ¿qué pasa con el resto?

Alterar ecosistemas, especies o ciclos puede tener efectos devastadores. A veces, en el afán de controlar la vida, perdemos el sentido de pertenencia a ella.

Si todo puede ser modificado, ¿qué valor tiene lo auténtico, lo efímero, lo espontáneo? Creer que podemos dominar la vida sin límites puede llevarnos a ignorar sus misterios y su sabiduría.

Desafiar el orden natural no tiene un solo precio, sino una factura múltiple que se paga en conciencia, recursos, equilibrio y humildad. A veces, el mayor desafío no es cambiar la vida, sino aprender a vivirla con reverencia.

Aprender a vivir la vida con reverencia es como afinar el oído para escuchar lo sagrado en lo cotidiano. No se trata de solemnidad ni de religiosidad, sino de una actitud profunda de respeto, asombro y presencia ante el misterio de estar vivos. No somos dueños del tiempo, del cuerpo, ni del destino. Somos huéspedes breves en un universo vasto.

Cada instante, cada vínculo, cada emoción es irrepetible. Vivir con reverencia es no dar nada por sentado.

En lugar de dominar la naturaleza, las personas o los momentos, aprendemos a estar en diálogo con ellos. No solo callar, sino escuchar con el alma. El silencio revela lo que el ruido oculta.

Vivir con reverencia no es una técnica, es una forma de estar. Es decirle “sí” a la vida, incluso cuando no la entendemos. Es mirar con ternura, actuar con cuidado, y agradecer sin motivo.

Desde la perspectiva científica, vivir con reverencia por la vida implica reconocer que la vida no es solo un fenómeno biológico, sino un sistema interconectado que merece respeto por su complejidad, fragilidad y valor evolutivo.

Albert Schweitzer propuso el principio “Soy vida que quiere vivir entre otras vidas que quieren vivir”, base de una ética biocéntrica que influenció la bioética moderna. Fritz Jahr, pionero de la bioética, formuló un imperativo moral: “Considera a cada ser viviente como un fin en sí mismo y trátalo como tal”. Esta visión científica no se limita a humanos, sino que extiende la dignidad a todos los seres vivos, promoviendo una ética del cuidado y la coexistencia.

La reverencia por la vida se traduce en ecoéticas profundas, que ven a los ecosistemas como entidades con valor intrínseco, no solo utilitario. La ciencia ecológica muestra que la alteración de un solo componente puede desestabilizar todo el sistema, lo que refuerza la necesidad de actuar con respeto y precaución.

Estudios sobre la atención plena (mindfulness) y la contemplación revelan que cultivar reverencia —a través de la conexión con la naturaleza o la gratitud— mejora la salud mental, reduce el estrés y fortalece la empatía. La reverencia activa circuitos cerebrales relacionados con la percepción del significado y la regulación emocional.

La ciencia no solo explica la vida, también nos invita a respetarla. La reverencia, lejos de ser anticientífica, puede ser una respuesta profundamente racional ante la complejidad y belleza del mundo vivo.

Desde una perspectiva espiritual, vivir con reverencia es mucho más que un acto de respeto: es una forma de relacionarse con la vida como si cada instante, cada ser y cada experiencia fueran sagrados. No importa la tradición —budismo, cristianismo, sufismo, espiritualidad indígena o misticismo contemporáneo— todas coinciden en algo esencial: la vida no es un recurso, es un misterio.

No hace falta un templo para encontrar lo divino. El canto de un pájaro, una mirada sincera, el silencio de la noche… todo puede ser una puerta al misterio. La reverencia nace cuando aceptamos que no lo sabemos todo, que hay algo más grande que nosotros —llámese Dios, el Universo, la Vida, el Todo. Muchas tradiciones enseñan que no estamos separados del mundo, sino que somos parte de una red sagrada de existencia. Reverenciar la vida es reverenciarse a uno mismo.

Francisco de Asís hablaba del “hermano sol” y la “hermana luna”, viendo a toda la creación como familia. La atención plena es una forma de reverencia: estar presente con lo que es, sin juicio. La Tierra no es un recurso, es una madre. Cada acto hacia ella debe ser un acto de reciprocidad.

Vivir con reverencia, desde el alma, es recordar que estamos aquí de paso… pero que cada paso puede ser una bendición.

 

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