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El lobo ya está aquí

28 de Diciembre de 2025
Actualizado a las 10:12h
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El lobo ya está aquí

Aquello de “¡que viene el lobo!” refiriéndose a la ultraderecha, al fascismo, ya pertenece al pasado. Ahora el lobo ya está aquí, entre nosotros, un lobo que en realidad no se había ido nunca, que estaba y siempre ha estado entre nosotros, pero nuestro instinto de conservación, nuestro sentido común, lo mantenía a raya, alejado de la comunidad aunque ya se le veían las orejas, pero no nos preocupaba porque todavía había una buena distancia entre él y nosotros. Después le vimos la cabeza y tampoco nos importó mucho porque todavía estaba lejos. Poco después ya le vimos entrando al pueblo lanzando miradas amenazadoras y enseñando los dientes y entonces nos dimos cuenta que la culpa de que el lobo estuviera allí no era tanto del lobo sino de  nuestra propia desidia, dejadez e inabarcable estupidez.

Viendo el cartel de Santiago (y cierra España) Abascal disfrazado de señorito cortijero con gorra campera y capa española vigilando a caballo la dehesa no sea que la invadan y ocupen hordas de moros, negros, rojos y pobres en general, uno se da cuenta que los expertos en publicidad contratados por Vox para las elecciones extremeñas, después de estudiar al electorado con el rigor y la minuciosidad de un entomólogo, habiendo constatado nuestra brutal bajada de defensas de valores democráticos, nuestro grado de infantilización, y nuestra cada vez más rampante estupidez, han decidido crear esta estrambótica imagen de un Leónidas mesetario después de pasar por la sección de caza y pesca de El Corte Inglés. Una imagen destinada a convertirse en póster para ser clavado con cuatro chinchetas en las paredes de los dormitorios de unos jóvenes, y no tan jóvenes, que han visto muchas películas de superhéroes y están convencidos que lo que este país necesita es este valiente guerrero de gesto serio y decidido; este campeador justiciero entre el Cid, el Capitán Trueno, el señorito Iván de “Los Santos Inocentes”, y un bandolero bueno y valiente como Curro Jiménez, que viene a liberar al pueblo oprimido, esclavizado durante décadas por socialistas y rojos en general, a los que va echar a patadas, sin miramiento alguno, de unas instituciones  que llevan okupando demasiado tiempo.

Una estampa esta de  Abascal a caballo  que a cualquier ciudadano o ciudadana normal causaría  un instantáneo rechazo, un fuerte repelús debido a un instinto natural que tiene el cuerpo para protegerse de estos “salvadores” de la patria. Un instinto que ya han perdido, o no tuvieron nunca, los simpatizantes de  estos patriotas, de estos españolazos bíblicos, a quienes va dirigida la estampa, la mayoría personas bienintencionadas, que no ven el peligro que tienen estos salvapatrias, porque esta imagen del salvapatrias a caballo está más vista que el tebeo, es más vieja que el hilo negro pero, lo que son las cosas, por desgracia sigue funcionando y mucho nos tememos que, de no mediar un cataclismo planetario, funcionará siempre.

Los humanos, después de milenios de evolución, deberíamos haber desarrollado un instinto natural para detectar y apartar a estos seres extraordinariamente dañinos que vienen a destruir la democracia, la convivencia, los derechos humanos; a cebarse con los más vulnerables, a ser fuertes con el débil y débil con el fuerte, que es lo más sencillo del mundo. Pero al carecer de ese instinto de rechazo al fascismo, no vemos el peligro que se esconde tras ese grotesco y ridículo disfraz de héroe defensor de la patria. Y lo peor no es que no lo veamos, sino que no lo queremos ver.

Porque los votantes de la ultraderecha, que se ha erigido como única defensora de la patria, saben de sobra quien es Santiago Abascal y no obstante creen, o más bien quieren creer, que él y los suyos van a solucionar, a base de políticas totalitarias de corte Trumpista, con mucho despliegue de banderas y consignas, ya mil veces probadas y otras tantas fracasadas, los muchos y graves problemas a los que se enfrenta la sociedad. Saben que a falta de propuestas serias, de medidas viables, sensatas y prácticas, para mejorar la vida de la ciudadanía, que no las tienen ni tampoco las buscan, la formación del caudillo Abascal no tiene nada más que ofrecer que España, mucha España, mucho patrioterismo, mucha frase hueca pero efectiva, mucha bandera, mucho llamamiento a la “quema” de herejes enemigos de España, mucha chulería y bravuconada y, sin embargo, los votantes, como ha pasado en las últimas elecciones en Extremadura, les votan a pesar de saber o sospechar que esa gente no solo no viene a solucionar nada sino que, muy al contrario, va a  aprovecharse, a hacer uso y abuso de una democracia en la que no creen, y a acabar con ella en cuanto lleguen al poder, siguiendo con fidelidad perruna los pasos del ogro naranja.

Y estos incautos votantes caen rendidos a los pies del “salvador de la patria” seducidos por los cantos de sirena de un Abascal, y compañía, que dice lo que quieren oír y caen en la tentación de votarles. Y les votan porque el partido de Abascal ha tirado de fascismo puro y duro apelando a las emociones, a los sentimientos que despiertan los símbolos y las frases grandilocuentes que solo buscan encandilar, desarmar, conmover, excitar las emociones y los sentimientos más primarios de la gente. Unas frases, con alguna que otra morcilla del propio Abascal o de alguno de los suyos, sacadas literalmente del manual de Trump: “Hagamos de España Una, Grande y Libre otra vez” “España para los españoles” “Los españoles primero” “los emigrantes vienen a delinquir, a robar, a violar, a quitarnos el trabajo, a llevarse las subvenciones, las viviendas públicas, dejándonos a nosotros, los españoles, en la calle.. etc. ” y cosas por el estilo que no dejan de repetir conscientes de que esas frases repetidas una y otra vez son como lluvia fina que cala profundamente en la gente, cuyo descontento crece día a día.

Y todo su afán es capitalizar ese descontento, un descontento legítimo, que cada vez crece más en la sociedad española que ve que el país económicamente va como un tiro mientras a los trabajadores y trabajadoras cada vez les cuesta más llegar a fin de mes. Y el fascismo encuentra su caldo de cultivo en ese legítimo descontento y decepción con los partidos políticos tradicionales, sobre todos a los partidos de izquierdas, como no podía ser de otra manera, a los que Abascal y los suyos culpan de todos los males de la patria. No explican por qué su providencial partido, junto al Partido Popular, se ha opuesto sistemáticamente a la subida del salario mínimo y las pensiones, que podían aliviar ese empobrecimiento de los trabajadores y trabajadoras que no llegan, o llegan arrastra, a fin de mes. Tampoco explican por qué se niegan a invertir en la Sanidad y la Educación públicas, y demás servicios públicos, a los que ven solo como un gasto, un despilfarro para las arcas públicas.

Lo que sí ha dicho muchas veces el propio Abascal, con toda la desfachatez de la que es capaz, que no es poca, que si gobierna va a acabar con los chiringuitos, y lo dice él, que toda su vida laboral ha vivido, y muy bien por cierto, de chiringuitos montados para él por dirigentes del Partido Popular como Esperanza Aguirre que, veía que tenía que montarle alguno porque este hombre era bastante torpe y vago, y totalmente incapaz de buscarse la vida como hace todo el mundo. Y éste es el que viene a acabar con los chiringuitos, algo que no se creen ni sus propios votantes, que ya es decir. Como tampoco se creen sus votantes ese aire militar, esa pose de invicto caudillo, esa afectación, ese gesto de una gravedad fingida, teatral; ese amaneramiento de líder espartano de cómic, ese ponerse de puntillas para parecer más alto, para sobresalir entre el resto de mortales, como se le vio en una foto que se hizo con otros líderes de su partido; ese envaramiento de hombre providencial, de césar visionario que aguanta la postura mientras el escultor talla a toda prisa su estatua de mármol de Carrara que habrá de presidir una importante plaza. Y sus votantes no se creen tanto postureo castrense, tanta marcialidad, porque saben que pidió cuatro prórrogas, y hubiera pedido diez si hubiera hecho falta para escaquearse de hacer el servicio militar.

Esto de escaquearse del servicio militar es muy de patriotas, de buenos españoles de bien y de orden. Y esto uno lo sabe bien porque durante mi servicio militar, muchos de los reclutas que hicieron la instrucción conmigo, todos ellos hijos de jefes y algún general que otro, solo estuvieron en el cuartel tres meses, hasta la jura de bandera. Y cuando juraron bandera desaparecieron del cuartel para continuar sus estudios y su vida con total normalidad, quedándonos en el cuartel los pringados, porque no iban a estar un año entero haciendo guardias en las garitas, pasando fríos y calores sin cuento, o fregando  suelos y perolas como idiotas.  

Pero todo este resurgimiento de Abascal, que llevaba muchos años sesteando en su escaño del Congreso de los Diputados, su último chiringuito, donde vivía bien, impartiendo su doctrina, dando sus misas como un párroco aburrido de pueblo, viviendo sin dar un palo al agua, como a él le gusta vivir, acabó cuando Trump apareció en el horizonte. Y en ese momento, Abascal vio la luz,  sintió que ése era el camino a seguir, e inmediatamente pidió que le tradujeran el manual y  argumentario de Trump, él no podía hacerlo porque no sabe una palabra de inglés, y de francés no digamos, ya le vimos pronunciar, o lo que fuera aquello, unas palabras en la lengua de Moliére que hizo brotar lágrimas de risa a Marie Le Pen y todos los dirigentes del partido ultraderechista francés que le escucharon haciendo esfuerzos sobrehumanos para no tirarse por el suelo de la risa

Y  ya con el manual y el argumentario de Trump traducido, y después  de hacerle algunas, mínimas, adaptaciones al carácter y a la singularidad española, proceder a aprendérselo, lo cual no es muy difícil, ni siquiera para Abascal que, como todo el mundo sabe, y sus votantes los primeros, no le gusta mucho trabajar, porque se cansa. Pero poco a poco empezó a empaparse del manual, de  la “Biblia” Trumpista hasta, con los, como decimos, necesarios arreglos y adaptaciones, y algunas morcillas propias, hacerla suya.

Y una vez aprendido el manual de Trump y bien memorizadas las frases más importantes, efectivas y motivadoras, que sus asesores le han marcado con un rotulador amarillo fosforescente, y algunas otras frases de su, poca, cosecha y algunas que les han soplado sus asesores, algunos tan brillantes como Figaredo, Millán, Buxadé, Garriga, Barrera, Ndongo...etc.  Casi todos ellos con una permanente cara de vinagre, de funeral de Estado con la que riñen a los malos españoles que son, naturalmente, los que no piensan como ellos. Unas frases provocadoras, violentas, agresivas, pronunciadas con una seriedad y una gravedad tremenda, seguramente para intentar darle a sus palabras una entidad, una verdad que en modo alguno tienen.

Pero lo peor de estas últimas elecciones en Extremadura no ha sido el ascenso de Vox y el fracaso del PSOE. Lo peor, con diferencia, es la tremenda abstención que ha rondado el cuarenta y siete por ciento. Una abstención sobre la que han pasado de puntillas los medios de comunicación de la llamada “caverna mediática” que se han centrado en dar el correspondiente bombo y platillo a los, según sus palabras, contundentes, incontestables, rotundos, aplastantes...etc triunfos tanto del Partido Popular como de Vox. Poco o nada han dicho de ese extraordinariamente preocupante dato de la abstención. Todos los representantes políticos deberían hacer el correspondiente análisis, identificar las causas y buscar soluciones a esa muy preocupante indiferencia, a esa frialdad, a ese desapego de la política, de casi la mitad del electorado extremeño, y ya veremos en otras regiones, que socava, debilita, daña, corroe como un ácido los cimientos de la democracia. Mucho más que Abascal y sus seguidores. Que ya es decir. 

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