El 13 de octubre pasado se celebró el Día de las Escritoras en la Biblioteca Nacional en Madrid, con el homenaje a varias escritoras que publicaban en 1975, según una propuesta que, dice la información de Wikipedia, “invita a reflexionar sobre las voces femeninas que transformaron la cultura y la sociedad en un momento clave de nuestra historia reciente”.
Tuve el honor de ser invitada al evento y asistir a los discursos de las participantes. Pero el acto no estaba concebido para que las protagonistas expusiéramos nuestro pensamiento actual, sino para que leyéramos una página de alguna obra nuestra publicada en el año 1975, dado que conmemoraban el medio siglo que nos separa de aquella fecha trascendental en la historia de nuestro país. Con lo cual, el que me designaron, de mi novela “Es largo esperar callado” publicada entonces, no representa el corpus fundamental de mi obra. Quizá les sucedió lo mismo a las dieciséis escritoras restantes.
Lo que caracterizó el acto fue la selección de las protagonistas. Con pocas excepciones, todas pertenecen a la pequeña burguesía de mediados del siglo XX, fueron aceptadas por los representantes más influyentes del mundo intelectual y no se deslizan imprudentemente por caminos subversivos poco permitidos bajo el régimen franquista. Las escogidas por el comité directivo del evento estuvieron premiadas por las editoriales del sistema, incluso galardonadas con alguno institucional, como Carmen Martín Gaite, y la dramaturga Ana Diosdado, representante del teatro de derechas en su versión femenina, e incluyeron, con otras de la misma ideología y recorrido en la España franquista, a la ilustre Corín Tellado, la escritora de novelas rosa que acabó introduciendo páginas escandalosas pornográficas en sus últimas producciones, que como dice el folleto informativo es la escritora que más novelas ha vendido en España. Lo que muestra el nivel cultural e ideológico de las mujeres en esos años.
Cuando manifesté mi descontento por la selección, las organizadoras me reprocharon la crítica, ya que “Esas eran las eran en la dictadura”. El criterio con que fueron seleccionadas es el mismo de la editorial Planeta, que ha marcado para siempre la valoración de los escritores españoles desde que sus premios deciden quienes deben ser recordados como representantes de las letras y la literatura patrias.
No había más, me repitieron, estábamos bajo la dictadura. Y según el folleto, la selección busca homenajear a las autoras que abrieron camino en la transición española.
Se tomaba como referencia 1975 para conmemorar el medio siglo. Pero en ese año, inicio de nuestra repetidamente celebrada Transición, estaban vivas Victoria Kent, Carlota O’Neill, e incluso en España, Rosa Chacel, Federica Montseny, Dolores Ibárruri, María Zambrano, María Teresa León, Ernestina de Champourcin.
El argumento que utilizaron las organizadoras para explicar la selección es que se trataba de aquellas escritoras que habían publicado un libro en ese año simbólico de 1975. Pero tal condición la pusieron las propias organizadoras, ya que con haber contado con las que estaban en activo todavía cabían todas las que reivindico y con seguridad bastantes más que ahora no he podido repasar.
Porque lo de coincidir en la fecha es la excusa con la que se protegen las que organizaron el evento, que huyen despavoridas ante las comunistas, anarquistas e incluso republicanas que forman el corpus más importante de las escritoras del siglo XX, y que no eran las señoritas burguesas moldeadas en los colegios religiosos partícipes algunas del Lyceum Club y otras asociaciones e instituciones que ya entrado el siglo XX comenzaban a aceptar en sus salones y eventos a las mujeres de la élite madrileña y barcelonesa, que habían podido asistir, por fin, a la Universidad, y estaban relacionadas con las mejores familias españolas.
Medio siglo después las feministas y escritoras españolas prefieren homenajear a Corín Tellado y a Ana Diosdado, que a Federica Montseny, a Dolores Ibárruri y a Carlota O’Neill, que nunca fueron el modelo de señora de la intelectualidad aceptada por el clan dominante de los escritores y políticos de orden.
Cómo iban a incluir en su evento a la anarquista Federica Montseny, que fue la primera ministra de la historia de España, en la cartera de Sanidad y que abolió la prostitución y legalizó el aborto en 1937. Ni hablar de homenajear a la “Pasionaria” que como miembra del Comité Central del Partido Comunista de España, había recorrido la península levantando con sus mítines el ánimo de los combatientes republicanos en los terribles años de la Guerra Civil. Ni tampoco a María Teresa León, escritora, dramaturga y activista cultural española, miembra de la generación del 27, conocida por su prolífica obra literaria que abarca cuentos, novelas, ensayos y guiones. Participó en el Comité que organizó la salida de Madrid de las obras del Museo del Prado en plena Guerra Civil, para salvarlas de los bombardeos nazis, vivió un largo exilio junto a Rafael Alberti en países como Argentina y Francia, y regresó a España en 1977, donde falleció en 1988.
Las feministas del comité que ideó y organizó el evento no querían incluir en el homenaje más que a las permitidas por el régimen franquista. No reconocen más pioneras feministas que aquellas que asomamos al espacio público en los años del tardofranquismo. Ninguna gratitud para las que nos precedieron en la dura e interminable lucha de defender los derechos de la mujer, porque eran mucho más radicales y tenaces que las señoritas que las sucedieron, porque defendían la transformación del mundo en el que estaba incluido nuestro país, pretendiendo no únicamente obtener el sufragio y el derecho de estudiar en la Universidad, sino poner los cimientos de la revolución que habrá de repartir la riqueza equitativamente “dando a cada uno según sus necesidades necesite y tomando de cada cual según su capacidad”. Porque eran republicanas y participaron en el juicio que abrió la República a Alfonso XIII, en el que se le declaró rey felón por su traición en la guerra de Marruecos. Porque participaron en la Institución Libre de Enseñanza en vez de aprender interminables rezos en los colegios de las Esclavas del Corazón de María, y aprobaron la Constitución de la II República que prohibía a la Iglesia la enseñanza, abolió los títulos nobiliarios y declaró en su artículo sexto que “la República española renuncia a la guerra para dirimir los conflictos internacionales”.
El valor, la tenacidad, los conocimientos políticos, la lealtad a las convicciones ideológicas revolucionarias que les comportó el sacrificio del bienestar, la salud y hasta la vida, a aquellas mujeres precursoras del hoy obediente y manso cumplidor de las leyes Movimiento Feminista, molestan a las organizadoras del Día de las Escritoras, que pertenecen a la generación educada en el franquismo y en los colegios de monjas, cuando, como decía mi abuela, Regina de Lamo Jiménez, anarquista, sindicalista y cooperativista, “todo en España huele a sotana”.
La conmemoración de ese Día me mantuvo en la convicción de que la Transición no ha cambiado los esquemas franquistas cincuenta años después del final de la dictadura.