El uso que hacemos de las palabras nunca es inocuo porque los términos que empleamos, o los que no queremos utilizar, definen nuestro pensamiento y visión de la realidad: lo que se cuece en la mente. De ahí el cuidado que ponen los personajes públicos en la elección de las palabras con las que elaboran su discurso. Nada se dice, o no se dice, porque sí. Y menos en una situación de polarización política —no solo en España— donde todo lo que se afirma está pensado y medido, aunque pueda no parecerlo cuando abren la boca determinados personajes. No es baladí usar o no la palabra genocidio, para calificar el pogromo del pueblo palestino que comete Israel al dictado del sátrapa Netanyahu.
Y no lo es porque emplear o no ese vocablo supone adoptar una posición política ante una realidad que salta a la vista por la crueldad sádica de las imágenes que ofrecen a diario los medios, en la que juega un papel fundamental el grado de humanidad o inhumanidad implícito en esa decisión. Utilizar subterfugios semánticos para no reconocer el término de genocidio, que la inmensa mayoría de la población aplica al exterminio del pueblo palestino, aísla a la dirección del PP y visibiliza las grietas entre las diferentes banderías que habitan en su seno.
La contumacia de Feijóo y su corte de lacayos en no reconocer que el ejército de Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, habla de la soledad en la que se encuentra el interfecto, acentuada por el discurso de Felipe VI en la ONU donde habló de masacre (Rae: matanza de personas indefensas producida por un ataque armado) y actos aberrantes que repugnan a la conciencia humana, tras pedir a Israel el alto el fuego inmediato. No utilizó el término de genocidio por el papel de equilibrio que debe mantener en la pugna política nacional, pero no por eso dejó de mojarse al expresar el horror que le provoca ver a diario las imágenes de crueldad y saña con las que un ejército invasor asesina y acogota a una población inerme.
Discurso que ha molestado a la extrema derecha, muy alejado de lo dicho por Feijóo que, hasta ahora, se ha limitado a señalar que no le gusta lo que está haciendo Israel en Gaza, pero que no lo calificará de genocidio hasta que la Corte Penal Internacional así lo determine. Axioma que distancia al PP del 82% de la sociedad española que, según el último barómetro del Instituto Elcano, considera que en Gaza se está cometiendo un genocidio. Una demostración más de la desorientación en la que vive Feijóo, que nunca piensa en el efecto de sus palabras y, en este caso, en el coste político, en votos, que supone ir en contra de la mayoría social.
Pidió a sus barones que no se desviaran de esta doctrina, y a las primeras de cambio se desmandaron los Presidentes de las comunidades de Galicia, Extremadura, Andalucía y Aragón que han empleado la palabra genocidio poniendo en evidencia su falta de autoridad interna. Barones a los que convoca a cónclave, como si fuera el Presidente de un imaginario Consejo de Ministros, cada vez que su liderazgo queda en entredicho. El último el pasado fin de semana en Murcia con el tema de la inmigración en el que se siente más seguro, donde lanzó unas propuestas más propias de Vox que de la derecha maderada, con el objetivo imponer su relato y desviar la atención pública del tema Gaza-genocidio que tanta pupa le hace.
Estrategia del despiste en la que está doctorada Isabel Díaz Ayuso, experta en utilizar todo tipo de butades discursivas, muchas carentes de sentido, para sacar del foco el desmantelamiento de la sanidad, educación y servicios públicos, o las andanzas de su novio, enmascaradas en el ardor guerrero contra el Presidente del Gobierno. O contraviniendo la autoridad de Feijóo de manera cada vez más notoria, cuando aflora su deseo oculto de liderar la derecha. Aunque diga tonterías sin lógica—como hace Trump— todo forma parte de un plan político: desorientar a la oposición y la ciudadanía para que nunca sepan por dónde va salir. Táctica que se anula si pensamos qué se quiere ocultar.