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Los Fines de la Guerra en el sistema productivo

22 de Octubre de 2025
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Los Fines de la Guerra en el sistema productivo
Este mes de noviembre se cumplen 1000 días de la guerra en Ucrania. Las necesidades de la población civil aumentan en medio de intensos ataques y a medida que se acerca otra agotadora estación invernal. | Foto: OCHA en Ucrania.

Toda vida tiene un precio y a nadie debe extrañar; las hay más caras y otras más baratas. Al vivir en un régimen dirigido por la ley de la oferta y la demanda el valor aumenta y se deprecia en función del prestigio del producto, de ahí la importancia del arte de la persuasión publicitaria. Así funcionan también las naciones y sus nacionales: en el escaparate globalizante son meras categorías, marcas políticas animadas por la mercadotecnia. 

La multiplicación de los medios genera riqueza, pero hay inconvenientes cuando se precisa categorizar el producto. Se produce así una contradicción irresoluble; la segregación en categorías nacionales de consumidores. Para ello se recurre a todo tipo de escaramuzas y conflictos interminables con el fin de soliviantar las diferencias pictocráticas, religiosas, dinerarias o de cualquier otra índole.  

Los sistemas de valores son idénticos al ejercicio del poder, como si este se hubiera transferido desde arriba hacia el pueblo: una bandera o un colgante, unas siglas o un pendiente funcionan como códigos de dominación. Así es; el sistema de producción tiene como ordenamiento la dominación de los otros, bien sea por la fuerza o mediante el sometimiento voluntario.   

En el sistema de propaganda actual toda acción militar parece una obra de cirugía, incluso cuando se descuartizan a personas desprovistas de valor o se disuelven literalmente a gobiernos junto a sus ministros (Yemen), o bien se entierra a decenas de metros a guerrilleros míticos junto a sus vástagos. Godzilla, el ángel exterminador realiza su cometido con la aquiescencia del ciudadano imperial; también el sistema de valores está sujeto a la ley de la oferta y la demanda mientras la moral no coincide con los derechos naturales.  

Matar a un árabe sale barato   

Desde el autogolpe de 2001 se destruye a placer. El Leviatán ha engarzado un rosario con las cuentas de la impunidad. Atrás quedan Afganistán (2001) Irak (2003) Líbano (2006) Siria (2010) Yemen (2002), Libia (2011), Irán, Pakistán, Somalia, Níger y una multitud de geografías olvidadas.  

Nada de esto sería posible sin el concurso de los prejuicios. En el gran saco de los bárbaros entra todo cálculo político: islam, velos, maltratos, drogas y violencia. Esta percepción ha sido tan groseramente cultivada por los medios hegemónicos que es fácil descargar la arrogancia sobre los inocentes: ¿recordarán el desprecio con el que fueron tratados en el imperio y aun en sus colonias? ¿por qué la civilización de la razón asesina a un "árabe" de un modo irracional? No es algo personal; destruir toda tradición unida a una herencia requiere de la tabula rasa, bien sea en Gaza o en el Líbano, en Irak o Irán, es preciso pasar la apisonadora de los DDHH hasta inaugurar la sociedad del bienestar.   

Un sureño yace en cualquier playa de Oriente. Ofrece té en un pequeño puesto improvisado mientras las olas del mar casi alcanzan sus pies. En el horizonte, misteriosas plataformas cubren el sol. Algunos pescadores se atreven a salir, aunque se arriesgan a la disolución en la espuma del Mediterráneo. Son personas sin identidad cívica, sin Estado, sin categoría definida en el mercado. Saben que la muerte no tiene nombre, entra suavemente en el viejo zoco y en las administraciones públicas, en los salones privados y públicos; el progreso avanza, es una fuerza viva, necesita acabar con todo resquicio de los antiguos regímenes hasta domesticarlos, iluminar las cavidades ocultas de las naciones que se resisten, eliminar toda informalidad hasta homogeneizar el rito de la civilización y la higiene. Desde esta perspectiva se presenta al árabe contumaz de Palestina o Irak, de Siria o Líbano, al indoeuropeo de Irán. Acabar con la barbarie exige hacerlo de un modo silencioso y luego eliminar toda duda sobre la pulcritud del procedimiento. Hay que ampliar las calles y sus avenidas, renombrarlas y reiniciar los mercados religiosos y económicos. Los adjetivos sobran para el nuevo mercado; es una oportunidad, sí, fue un crimen, pero un inédito y fascinante mundo amanece en los márgenes.  

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