" Tres cosas hay en la vida" era el título de una vieja canción de Cristina y los Stop del año 1967. Esas tres cosas eran salud, dinero y amor. Y, continuaba, "el que tenga estas tres cosas que le de gracias a Dios". Aunque se trate de una composición de la denostada época franquista, estoy totalmente de acuerdo. Pero lo primero es, desde luego, la salud. Claro, que habría que definir lo que es la salud. La OMS se vino arriba cuando definió la salud como " un estado de completo bienestar físico, mental y social". Es decir, definió una utopía y transformó a la sociedad en un ente enfermizo ya que tal estado, es casi imposible de lograr, al menos en esta vida. Hubo alguien, en cambio, que se frotó las manos al vislumbrar la segunda de las cosas que hay en la vida, es decir, el dinero y el camino infalible para lograrlo que no es otro que transformar a todo el mundo en enfermos. Me refiero, por supuesto a los agentes de la medicina comercial tan hipertrofiada en la actualidad que ha absorbido al resto de las facetas de la práctica médica.
Para empezar se nos ha inducido a olvidarnos de la inevitabilidad del sufrimiento y se nos ha vendido que la medicina es una ciencia infalible y tan exacta como la física, lo cual ha llevado a una demanda creciente e insaciable de consumidores ( clientes se les llama ahora a los pacientes) de variados tipos de anestesias físicas o morales para obtener artificialmente la insensibilidad o, más difícil todavía, la felicidad o ese bienestar completo que decía la OMS. Según el relato actual el sufrimiento es innecesario porque puede eliminarse técnicamente mediante drogas o consejos e indicaciones científicas de " expertos" Se espera que la "ciencia médica" aplicada por científicos legitimados mediante cuadros estadísticos y que por tanto detenta el inmenso poder de definir lo que es la salud y la enfermedad salve a los sufridos creyentes de los padecimientos físicos, mentales, laborales, matrimoniales, académicos y sociales de la vida. En esta nueva religión la medicina científica a sustituido a la clínica y cada tratamiento es la repetición de un protocolo con una probabilidad de éxito definida estadísticamente. Todo esto es, evidentemente, una impostura manifiesta y tan sujeta a una manipulación interesada con el objetivo de ganar dinero que da risa. Porque cada etapa de la vida tiene riesgos propios físicos y mentales y sus inevitables incertidumbres. El embarazo, la maternidad, la paternidad, la escolarización, la adolescencia, la menopausia, la vejez, la vida en pareja, el fin de las vacaciones de verano, la jubilación, todo se somete a la vigilancia de "los expertos" que monitorizan la tensión arterial, el colesterol, el nivel de vitamina D, las heces, cuantas horas hay que dormir, como deben ser las relaciones familiares o el modo de afrontar los duelos. Donde antes se hablaba de acoso laboral, de explotación, de abuso, de maldad o de maltrato, ahora se habla de enfermedad y se propone una falsa solución pues aborda médicamente un problema de otra índole. El resultado es tenebroso. La Medicina se convierte en un agente de control social que transforma a personas independientes en clientes hipocondriacos e infantilizados mediante un artificio que expropia su salud aunque, a cambio permite a la industria pseudoterapeútica ganar mucho dinero. Todo esto se llama y es una forma de iatrogenia y la consecuencia es que se dedica más tiempo a curar a los sanos que a sanar a los verdaderamente enfermos. Y a los Servicios Públicos de Salud los llevará a una quiebra inevitable tratando de monitorizar, desde el nacimiento a la muerte a toda la población consumidora de algún tipo de droga protectora o deseosa de indicaciones de como vivir.
Iván Illiich, filósofo, sacerdote católico, pedagogo, anarquista y muchas cosas más escribió en 1975 un magnífico ensayo titulado " Némesis Médica" alertando contra la Medicina industrial. Los peligros que señalaba no han hecho sino multiplicarse hasta alcanzar el la actualidad proporciones grotescas. El periodo del Covid 19 se alzó como el clímax del control social y la iatrogenia institucionalizada pero fenómenos de índole similar menos aparatosos ya venían sucediendo desde muchos años antes. Hace unos días escuchaba estupefacto en la televisión a un "experto" neurólogo que alarmaba a los padres y madres sobre el peligro que para sus hijos de menos de 15 años suponía darle de cabeza al balón de fútbol. Para evitar lesiones similares a las de los boxeadores sonados supongo. En fin, imagino a una legión de madres atemorizadas prohibiendo a sus hijos jugar al fútbol. Hasta ese extremo hemos llegado. Personalmente, sólo quiero que, mientras pueda, me dejen lo más en paz posible. ¡ Pero mira que es difícil!. No estaría de más recordar aquel dicho de que "la vida es una enfermedad de transmisión sexual que siempre finaliza en la muerte". Y cuyo mayor riesgo es el uso del móvil diría yo. Pues eso.