Muy bien, el título posee una rima muy mala. Y es que ha llegado el otoño y con él los mensajes para pasar por tu centro de salud y vacunarte de la gripe y del covid. Los recibí tarde. Los mensajes, digo. Ya tengo los primeros mocos. Nada grave. Me preocupa más el modo de llegar a mi trabajo debido a los obstáculos de las omnipresentes obras de Madrid y el caos añadido del transporte público. De todos modos no me hubiese vacunado ni de la gripe ni del covid. Son las vacunas más estúpidas de las que se tiene noticia. Decir que no sirven para nada es quedarse corto. Tenemos además los perjuicios evidentes de los cuales los lectores avezados ya tienen abundantes noticias y en los que no voy a insistir.
Los mensajes para la doble inoculación han coincidido con una lectura reciente sobre la historia de la rabia. Si, la vieja hidrofobia. Como soy médico me encanta la historia de la medicina y lo queramos o no, las enfermedades, y las infecciosas en particular han condicionado el devenir humano. La viruela, la peste. el paludismo, la influenza o el tifus han devastado continentes y liquidado a reyes y plebeyos. El efecto de la rabia ha sido más modesto a nivel colectivo, aunque brutal en el imaginario popular pues la infección era la condena a una muerte espantosa. Y gracias a sufridos médicos ( o químicos como Pasteur) se desarrollaron las vacunas gracias a las cuales se ha erradicado la viruela y la poliomielitis y el sarampión ya no son lo que eran como azotes de la infancia. No ignoro que el descenso en la mortalidad por enfermedades infecto contagiosas se debe a múltiples factores pero indudablemente las vacunas son uno de ellos. El problema surge cuando se convierten en un negocio que hace desaparecer la genuina prudencia imprescindible en medicina, sustituida por el codicioso afán de los comerciantes.
Durante la pandemia mis colegas me tildaron de negacionista y antivacunas. Nunca lo he sido. Pero es que aquel mejunje de RNA era cualquier cosa menos una vacuna. Fue bautizado con ese glorioso nombre a efectos comerciales, para ofrecer confianza a una población temerosa gracias a la propaganda y deseosa de un mágico remedio. Una vacuna es un compuesto muy específico dirigido a un microorganismo concreto que debe administrarse muy pocas veces ofreciendo muchos años de protección o hasta una inmunidad de por vida. En ideales condiciones los efectos adversos deben ser leves y naturalmente siempre menores que las consecuencias de la infección original. Ya no vemos a los críos con aquellas ortopedias para la poliomielitis ni las viejas epidemias de sarampión ( yo padecí la enfermedad exantemática y según recordaba mi abuela estuve bastante mal) Nada que ver con el covid. Los niños lo pasaban sin enterarse. Porque es fundamental considerar el riesgo de la vacuna en relación con el beneficio esperable. Pero no, se vacunó a los críos para una enfermedad cuya mortalidad en ellos era de cero con una "vacuna" que no protegía del contagio e insuficientemente probada. No se puede ser más sinvergüenza.
Una de las secuelas más nefastas de la pandemia ha sido la de desacreditar por completo las vacunas frente a una proporción no desdeñable de la población informada. Y por supuesto ofrecer munición a los que hacen de su posición contra las vacunas una religión. Yo vacuné a mis hijos contra el sarampión. Siempre me ha parecido una vacuna útil. Aunque depende de varios factores la mortalidad del sarampión puede llegar al 10%. Vale la pena. Conozco que se la había relacionado con el autismo. Los estudios nunca lo han terminado de confirmar y siempre hay intereses en juego. En Medicina es difícil estar totalmente seguro de algo. Pero afirmar, como muchos antivacunas ( los de verdad) que la vacuna del sarampión produce autismo es sencillamente falso. El autismo es un cuadro clínico muy complejo, de límites difusos, cuyo diagnóstico se ha extendido mucho abarcando en la actualidad trastornos que antes no se consideraban como tal y de causa multifactorial. En estas condiciones es imposible atribuir la enfermedad a una vacuna concreta. Y si precisan de otro ejemplo de vacunas efectivas, cuando viajen al África subsahariana y América del Sur tropical, deberían vacunarse de la fiebre amarilla. La protección es de por vida y la mortalidad de la enfermedad es casi del 50%.
Pocos meses me quedan para jubilarme y dejaré la profesión médica lleno de dudas y con muy pocas certezas. Una de ellas, de las certezas digo, es la de la eficacia de muchas vacunas. Otra que la codicia que infecta la investigación sanitaria no tiene vacuna alguna y ocasiona severos efectos secundarios muchas veces mortales. Por ello, cuando leía el ensayo sobre la historia de la rabia me asombraba el arrojo de Pasteur y Émile Roux y la angustia cuando probaron su vacuna en Joseph Meister, un niño de 9 años con 14 mordeduras de un perro rabioso. Ignoraban el resultado sólo probado en los animales del laboratorio. Pero claro, la alternativa era una sentencia de muerte puesto que la letalidad de la rabia era del 100%. El niño se salvó. Como ven, igualito que las indignantes inoculaciones infantiles durante la pandemia. Sólo espero que algún día todos esos que desacreditaron tanto nuestra profesión lo paguen.