Viendo por enésima vez la trilogía de “El Padrino”, en la segunda parte de esa monumental obra del llamado “Séptimo Arte” que puede, cuando menos, igualarse a cualquier obra de las otras seis artes, aparece un personaje llamado “Don Fanucci” un asqueroso y repugnante matón que se dedica a amenazar y extorsionar a los vecinos de Little Italy el barrio neoyorquino donde transcurre gran parte de la película. Don Fanucci, un personaje interpretado por el actor Gastone Moschin, que hace un trabajo tan formidable, a la altura de los grandes actores y actrices que protagonizan la película, que consigue que lo aborrezcas profundamente, llegando a olvidar que es solo un actor, en cuanto lo ves con su elegante traje blanco, su sombrero blanco ladeado y sus maneras de gran señor que vive la gran vida abusando sin piedad de los pobres comerciantes del barrio. Todos en el barrio le temen y él lo sabe y disfruta exigiéndoles más y más dinero y, llegado el caso, metiendo descaradamente las manos en sus escurridos bolsillos para quitarles el poco dinero que llevan en la cartera o abriendo sus cajas registradoras para saquearlas, o las dos cosas. Don Fanucci tiene aterrorizado al vecindario, que no se atreve a decir ni hacer nada porque sabe que le respalda “La Mano Negra” una poderosa organización mafiosa.
Mientras veía a Don Fanucci caminar por Little Italy hecho un brazo de mar, con la cabeza muy alta, con esos andares de hombre soberbio y prepotente, luciendo su ostentoso traje blanco, rodeado de una multitud de sumisos vecinos que le ceden el paso temerosos, al tiempo que bajan la cabeza en señal de respeto, un gesto al que él corresponde pellizcando levemente el ala de su impecable sombrero, sin dejar de exhibir una repugnante sonrisa cínica donde muestra su descarada falsedad y desvergüenza, me acordé, cómo no, de Donald Trump.
Donald Trump es el Don Fanucci de estos malos, tirando a muy malos, tiempos de los que él, en buena parte es responsable. ¿Cómo no había caído antes?. Esa arrogancia, esa soberbia, ese desdén por los que considera unos desgraciados, unos don nadie, unos pobres perdedores, una palabra esa de “perdedores” que emplea bastante para referirse a los que no le aplauden y se postran ante él, al igual que “palestino” que para él es un sinónimo de perdedor, y que emplea para insultar los que se atreven a criticarle, aunque sea levemente. Y, sobre todo, esas maneras de abusón, de matón de patio de colegio; esa chulería, esa bravuconería y malas formas que exhibe allá donde va. Un tipo para el que ser educado y respetuoso es un signo de debilidad propio de perdedores. Trump, también llamado “Trumpenstein”, es un enano mental con mucho poder. No sabe, su inteligencia no da para eso, que el ejercicio del poder implica una gran responsabilidad. Tampoco sabe, por lo mismo, que no se puede hacer y decir cualquier cosa que se le pase a uno por la cabeza, aunque pueda hacerlo. Aunque se tenga la seguridad de que, como está ocurriendo, nadie se atreverá a llevarle la contraria, algo que, como les pasa a todos los dictadores, lleva muy mal.
También es muy propio de dictadores ese ir por la vida intimidando, amenazando, extorsionando sin temor a nada ni a nadie, a ninguna contestación, reacción ni consecuencia alguna; ese desprecio a todo el mundo, al que mira como se mira una mierda: lo justo para no pisarla; ese absoluto desprecio por la ley, cualquier ley, ya sea nacional e internacional, y no digamos los Derechos Humanos, que se los pasa por la entrepierna un día sí y otro también; esa íntima convicción de que el dicho: “toda acción acarrea una consecuencia” vale para todo el mundo, menos para él; ese hacer y decir lo que le da la gana y al ver que no pasa nada, seguir adelante saltándose todas las leyes, normas, reglamentos que cree, está convencido, que están hechos para los demás, y en modo alguno para él, que es el presidente del país más poderoso del mundo, y por lo tanto tiene derecho a hacer todo lo que se le antoje.
Ya avisó Javier Marías poco antes de morir, en uno de sus siempre lúcidos artículos que tanto echamos de menos, que su segundo mandato sería catastrófico, y no se equivocó. Pero la desgracia para el mundo no es que exista Donald Trump, ese siniestro personajillo simple como una bayeta, ególatra, narcisista, desalmado, canalla, indecente, mentiroso compulsivo, un ser que no es capaz de leer un solo informe de los que le ponen sus asesores sobre la mesa, porque dice que se aburre. Un ser bastante perturbado, cuyas declaraciones nunca pasan por el filtro de la razón y la sensatez, como cuando dijo que el Covid se curaba bebiendo lejía, y lo peor es que los intoxicados por lejía crecieron en un ciento veinticinco por ciento en ese año en los EEUU. Un hombre cuyas declaraciones dependen en buena medida de cómo se haya levantado, de según venga el aire, de lo que se le viene a la cabeza en ese momento o lo que le digan sus amigotes, lo peor de cada país, como Netanyahu, el criminal de guerra, terrorista, asesino y genocida, al que apoya incondicionalmente, a pesar de haber asesinado a veinte mil niños, 20.000, a bombazos en Gaza, y lo abraza como a un hermano y le llama cariñosamente “Bibi” en el parlamento israelí.
Una desgracia planetaria como Trump tenía que aparecer en algún momento de la Historia, aunque solo fuera por estadística. La desgracia para el mundo es que semejante ser no tenga quien le pare, quien le eche el freno, quien le obligue a cumplir las leyes nacionales e internacionales y, sobre todo los Derechos Humanos, que está obligado a cumplir como el resto de mandatarios de todos los países del mundo. España se ha llevado algunos tizonazos de los que esta criatura caótica, malvada, impredecible, contradictoria, incoherente y simple como un botijo, suele repartir a diario. Hace unos días arremetió contra España amenazándola con sacarla de la OTAN por negarse su presidente Pedro Sánchez, que aquí estuvo muy acertado, alegando razones técnicas, sociales y presupuestarias, a aumentar el gasto militar hasta el cinco por ciento del PIB. Los demás países miembros de la OTAN dijeron amén al Ogro naranja, que les pasó la mano por el lomo en señal de agradecimiento. Respecto a la salida de la OTAN, muchos pensamos que ojalá suceda, y cuanto antes, mejor, pero mucho nos tememos que no caerá esa breva.
Dice Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España y diputado, que ojalá el señor Trump consiga que España sea expulsada de la OTAN. Y de camino, que se lleven las bases militares que los EEUU tienen en territorio español. Y también dice Enrique Santiago que es inaceptable que en España se gasten quince mil millones de euros al año en armamento, que es lo que se está gastando actualmente, o los treinta y dos mil millones, que supondría ese cinco por ciento que nos exigen la Unión Europea y la OTAN y que, por ejemplo, el plan de vivienda sea de siete mil millones en cinco años. Y añade que en donde tenemos que gastar, además de en vivienda, es en sanidad y educación. Ya se ha visto, sigue diciendo, lo que está provocando el desmantelamiento de la sanidad pública en Andalucía, que está provocando muertes. Hay que mejorar la calidad de la educación, invertir en transporte, en transición energética, mejorar nuestro el Estado social. Ya está bien de guerras, que supone un inmenso negocio para las industrias armamentísticas, y ahí entra nuestro querido “Don Fanucci”, en manos de fondos de inversión internacionales, básicamente controladas por capitales estadounidenses. El señor Trump, como está haciendo con los aranceles, lo que está haciendo es emplear la política internacional para corregir los muchos problemas económicos que tiene su país, y pretende que lo paguemos los ciudadanos del resto del mundo y, obviamente, no puede ser.
No queremos que el señor Trump acabe como Don Fanucci, muy al contrario, le deseamos una vida larga. Lo que queremos es que respete escrupulosamente las leyes internacionales y, sobre todo, los Derechos Humanos. Y que trabaje, poniendo lo mejor de sí mismo, como es su obligación, la suya y la de todos los seres humanos, cada uno en su parcela particular, por la paz y el progreso de la humanidad. Por ese ideal de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que cada vez va quedando más a la deriva, a merced de los vientos y las corrientes sin control.