Julián Arroyo Pomeda

El dinero no es todo, no garantiza la felicidad, aunque importe

26 de Noviembre de 2025
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La acumulación, en tener, no necesariamente va a dar la felicidad. Eso da bienestar, no felicidad.

Hay diferencia entre bienestar y felicidad. Tener cosas, acumular bienes o dinero, puede dar seguridad, comodidad y cierta tranquilidad —eso es bienestar. Pero la felicidad suele estar más vinculada a experiencias, vínculos, propósito y sentido de vida.

Bienestar: Relacionado con lo material y lo físico. Seguridad económica, salud, confort. Reduce preocupaciones inmediatas.

Felicidad: Relacionada con lo emocional y lo espiritual. Se nutre de relaciones humanas, logros personales, creatividad, trascendencia. No depende exclusivamente de lo que se tiene, sino de cómo se vive. La felicidad no se compra, se construye con significado.

La filosofía ha reflexionado muchísimo sobre la diferencia entre tener y ser, entre el bienestar material y la felicidad auténtica.

Algunas perspectivas filosóficas. Epicuro (siglo IV a.C.). Defendía que la felicidad no está en acumular riquezas, sino en cultivar placeres simples: la amistad, la reflexión, la ausencia de dolor. Para él, el exceso de bienes podía incluso generar ansiedad. Aristóteles. Introdujo el concepto de eudaimonía, que suele traducirse como “vida buena”. La felicidad se alcanza viviendo virtuosamente, desarrollando nuestras capacidades y encontrando propósito, más allá de lo material. Estoicos (Séneca, Marco Aurelio). Sostenían que la felicidad depende de nuestra actitud frente a lo que no controlamos.

Acumular bienes es irrelevante si no se cultiva la serenidad interior. Erich Fromm (siglo XX). En su obra Tener o ser, distingue dos modos de vivir: El modo de tener, centrado en la posesión y acumulación. El modo de ser, basado en la creatividad, el amor y la conexión con los demás. Solo el segundo conduce a una felicidad auténtica.

La filosofía nos recuerda que el bienestar material puede ser un soporte, pero la felicidad surge de cómo vivimos, de nuestras virtudes, relaciones y sentido de vida.

La psicología existencial contemporánea entiende la felicidad no como ausencia de problemas, sino como la capacidad de encontrar sentido incluso en medio del sufrimiento.

Surge como una segunda ola” de la psicología positiva, impulsada por Paul T. P. Wong. Integra la tradición existencial-humanista con la psicología positiva. Reconoce que la vida incluye traumas, pérdidas, enfermedad y muerte, y que estos no son obstáculos absolutos para la felicidad, sino oportunidades para el crecimiento personal.

La felicidad no es constante ni permanente, entendida como una experiencia subjetiva, cambiante y dependiente del contexto. El sufrimiento tiene valor: atravesar crisis existenciales puede fortalecer la resiliencia y dar un sentido más profundo a la vida. Más que buscar placer continuo, la felicidad se vincula con vivir de manera significativa. Aceptar la vulnerabilidad y la finitud humana es esencial para una vida plena.

La psicología positiva tradicional se centra en emociones agradables, fortalezas y bienestar. La psicología existencial positiva añade la dimensión de lo trágico y lo inevitable, mostrando que la felicidad auténtica incluye la aceptación de la oscuridad y la búsqueda de sentido en ella. La psicología existencial contemporánea redefine la felicidad como un equilibrio entre luz y sombra, donde el sufrimiento no se elimina, sino que se integra para construir una vida significativa.

Viktor Frankl (1905–1997). La felicidad no se alcanza persiguiéndola directamente, sino como consecuencia de vivir con propósito. El sufrimiento puede ser transformado en fuente de sentido si se le da un significado. La libertad última del ser humano es elegir su actitud frente a las circunstancias, incluso las más extremas. “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.”

Søren Kierkegaard (1813–1855). La felicidad está ligada a la autenticidad y a la relación con lo absoluto (para él, Dios). La libertad implica elegir, y esa elección conlleva angustia: la angustia es el vértigo de la libertad. La vida estética (centrada en placeres y acumulación) conduce al vacío; la vida ética y espiritual abre la posibilidad de una felicidad más profunda. La verdadera felicidad surge de vivir en coherencia con la propia interioridad y con la fe.

Los dos coinciden en que la felicidad no es un estado superficial de bienestar, sino una consecuencia de vivir con propósito y libertad interior.

La frase “el dinero no da la felicidad” es un clásico que se repite mucho, pero conviene matizarla.

El dinero aporta seguridad: cubrir necesidades básicas como vivienda, alimentación, salud. El bienestar reduce preocupaciones inmediatas y permite cierto confort. Ofrece oportunidades: facilita acceso a educación, viajes, experiencias.

No garantiza relaciones auténticas: la calidad de los vínculos humanos no depende de la riqueza. Tener mucho no asegura propósito ni realización personal. La ansiedad, el vacío existencial o la falta de propósito pueden persistir incluso con abundancia material.

El dinero puede comprar bienestar, pero la felicidad requiere algo más profundo: propósito, libertad interior y conexión humana.

El dinero sí importa hasta cierto nivel, porque permite seguridad y acceso a experiencias. No es suficiente por sí solo: la felicidad depende también de factores como relaciones sociales, propósito vital y salud emocional.

El dinero puede comprar bienestar, pero la felicidad auténtica requiere algo más profundo: sentido, libertad interior y vínculos humanos. En otras palabras, el dinero abre puertas, pero no garantiza que las atravesemos hacia una vida plena.

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