Foto de perfil del redactor de DiarioSabemos Francisco Martínez Hoyo

Cómo se domesticó el cristianismo

18 de Septiembre de 2025
Guardar
cristianismo

Los rebeldes de hoy son los futuros defensores del statu quo. A medida que una ideología se consolida en el poder, la subversión deja paso al cómodo aposentamiento en los privilegios. El cristianismo por desgracia, no constituyó una excepción. De ahí que se cuñara el término “constantinismo” para hacer referencia al maridaje sacrílego entre el trono y el altar.

A medida que los cristianos se multiplicaban, el radicalismo primigenio disminuía, como sucede siempre con las ideologías que se propagan entre todas las clases sociales. Si primero se animó a los ricos a que renunciaran a sus posesiones, después se desaconsejaron las decisiones imprevistas. Poseer una fortuna no era mala de por sí: el dinero podía emplearse en beneficio de la Iglesia a través de la entrega de limosnas o de la construcción de templos. De esta forma, el tesoro de la tierra se convertía en un pasaporte para el tesoro del cielo. San Ambrosio, el obispo de Milán, emplearía la riqueza de su aristocrática familia en ambiciosas edificaciones. Aunque, por otra parte
-si damos crédito a sus enemigos-, también utilizó el dinero para movilizar en su favor a la plebe, convertida en una especie de milicia privada.

La inversión solo era espiritualmente rentable si las donaciones se hacían a la Iglesia adecuada. Las diferencias doctrinales dividían a las distintas tendencias del cristianismo en bandos de apariencia irreconciliable. Cada obispo estaba convencido de que la suya era la única Iglesia verdadera: fuera de ella no había salvación. Otro asunto es cómo se vivieran los antagonismos teológicos entre las bases cristianas. Así, los católicos y los donatistas no tenían problemas para casarse entre ellos, a espaldas de lo que pudieran pensar sus respectivas jerarquías eclesiásticas.

En las disputas de naturaleza dogmática estaba en juego la vida eterna pero también el acceso a los recursos de las clases altas, desde el supuesto de que la prosperidad económica constituía una señal de elección divina para las congregaciones. Esta permisividad creciente con las riquezas no fue del agrado de todos. Para San Jerónimo, la Iglesia se hizo más grande en poder pero más pequeña en lo que realmente contaba, las virtudes. No obstante, no faltó quién justificara el nuevo estado de cosas. Para San Agustín, la línea divisoria no se establecía entre pobres y ricos sino entre humildes y soberbios. La desigualdad económica podía aceptar, pero siempre que se eliminara la arrogancia y el uso excesivo del poder. Los ricos “buenos”, en la práctica, podían constituir las bases de una jerarquía social concebida para mayor gloria de Dios. No estaba mal que actuaran con dureza contra los desfavorecidos, siempre que en su corazón no existiera crueldad.

Podía darse el caso de que alguien supermillonario renunciara a sus riquezas, aunque la belleza de su gesto no estaba libre de resultados contraproducentes. Melania la Joven, una heredera romana con un patrimonio descomunal, decidió, hacia el año 400, vender sus bienes y entregar lo recaudado a los pobres. No pensó que así perjudicaba a los campesinos que labraban sus tierras, como apaceros, privándoles de su medio de vida. Entre tanto, los ascetas, con su forma radical de vivir la austeridad, planteaban un desafío a la Iglesia oficial con el que había que tener mucho cuidado. No se les podía desautorizar, porque su religiosidad contaba con serios fundamentos en los textos sagrados, pero tampoco se podía permitir que cuestionaran a aquellos fieles que no tenían intención de llegar tan lejos.

A medida que su influencia crecía, los cristianos se plantearon la creación de un mundo en el que nada estuviera fuera de su radio de acción. Constantino se había convertido pero no trataba de eliminar a las otras religiones. Menos de un siglo después, sin embargo, por obra de Teodosio, el cristianismo accedía al estatus de confesión oficial del imperio romano.

¿Qué supuso el ascenso al poder de los seguidores de Jesús? Para Catherine Nixey, su hegemonía implicó el triunfo de la barbarie. Persiguieron con ferocidad a sus adversarios, fueran paganos o herejes, sin dudar a la hora de condenarlos a muerte. Así, los cristianos se habrían decantado por una práctica a gran escala de la represión que deshumanizaba a sus contrarios y se dedicó a erradicarlos, borrando incluso cualquier huella de su memoria. San Agustín, por ejemplo, había equiparado a los heréticos con el estiércol. En cuanto al terreno cultural, la Iglesia habría implantado una forma de pensamiento donde la curiosidad y el conocimiento estaban mal vistos. Eso implicaba romper con el legado de la Antigüedad clásica y rechazar cualquier temática que no fuera estrictamente religiosa.

Nixey, en algunos puntos, tiene razón. Los paganos se convirtieron en ciudadanos de segunda, como evidencia la prohibición de que formaran parte de la burocracia administrativa del imperio, una medida que hizo pública el emperador de Occidente, Honorio, a principios del siglo V. No podemos, sin embargo, tomar la parte por el todo. Los cristianos demolieron los templos paganos, decididos a acabar con aquella fuente de superstición, pero también hicieron posible la conservación del legado de la Antigüedad clásica. La filosofía griega, desde esta perspectiva, resultaba perfectamente compatible con las enseñanzas de los Evangelios. 

En 404, al comprobar el carácter transversal de la Iglesia, San Agustín afirmaba que ya había llegado el momento de que todos pertenecieran a ella. Sin excepciones. Esta era, según Peter Brown, una actitud nueva y estridente, inconcebible en los tiempos de Constantino. No obstante, por mucho que ingresaran aristócratas en sus filas, el cristianismo seguía siendo una fe que seguían, básicamente, las clases medias y bajas del mundo urbano. Los ricos, sin embargo, se valían de su posición para ejercer el liderazgo. Así, en el siglo V, la condena radical a la acumulación de bienes era ya cosa del pasado. Se había dado ya el primer paso para que, en los siglos posteriores, aparecieran los capitalistas cristianos sin tener que preocuparse por criterios de coherencia.

Lo + leído