Como antecedente respecto a lo que me voy a referir, diré que en Junio pasado fui entrevistado en la sede de EITB, la radiotelevisión pública vasca, como fase previa para participar en un nuevo programa de debate que se iba a lanzar en septiembre.
El programa se titula «El otro lado de la mesa». La dinámica del mismo es colocar en una mesa donde se va a comer/cenar a dos personas, cara a cara, con opiniones discrepantes respecto a un tema que los productores consideran de interés. En mi caso era el tema de las vacunas.
La entrevista previa fue cordial y, durante la misma, el periodista me preguntó sobre los argumentos que utilizaría para defender mi postura. Yo, con total sinceridad, le argumenté con varios datos sobre la no necesidad, y la falta de datos objetivos sobre su seguridad.
Adiós, adiós..., y me quedé a la espera de sus noticias de cara a grabar el programa en julio.
Ya en julio recibí una llamada de una periodista que me dijo que habían elegido a otra persona para participar en el debate desde mi postura y que esa persona era de mi mismo perfil.
Pues vale. No tengo ningún afán de protagonismo, por lo que esperé a ver el resultado con tranquilidad.
Hace pocas semanas, ya olvidado el tema, una persona con la que he colaborado a través del colectivo Bizitza, me envió un vídeo del programa. Mejor dicho, de la parte del programa en la que los dos contertulios hablaron sobre las vacunas.
Y es que en un mismo programa picotean escenas de unos pocos minutos de tres conversaciones sobre tres temas diferentes. Como decía el Padre Astete en su Catecismo, «Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que te responderán»... pero no creo yo que esta fórmula tan disgregada, aunque se adapte más a la falta de concentración del personal de hoy en día, ayude a profundizar mucho en ningún tema.
Pero vamos a lo que vamos. A continuación, voy a compartir una serie de comentarios o reflexiones sobre el programa que vi en diferido.
Ya la propia introducción que hizo el presentador del programa me pareció más un alegato de la defensa de las vacunas que la presentación del escenario donde se iba a desarrollar el debate.
Hizo referencia a los 50 años de la introducción del calendario vacunal infantil, a la erradicación de la viruela y a la reducción a mínimos de otras enfermedades graves. Defendió las vacunas como pilar clave de la salud pública y mencionó que también, a veces, pueden surgir voces que ponen las vacunas en entredicho.
Aparece en escena un hombre adulto, padre de familia con una gran inquietud por obtener información sobre las vacunas. De profesión, es lutier: persona que fabrica y repara instrumentos musicales, generalmente de cuerda.
Al otro lado de la mesa se coloca una mujer adulta, madre de familia, y especialista en Epidemiología.
Curiosa situación. En el momento en que vi la presentación de los contertulios, me vino a la cabeza eso de que habían elegido a una persona «de mi mismo perfil». Está claro que este hombre y yo no irradiamos el mismo perfil, tanto por mi profesión de médico como por los años en los que he estudiado y profundizado en el tema vacunas.
Y se me ocurrió una hipótesis sobre qué habría ocurrido si se hubiesen elegido los siguientes interlocutores: un padre convencido del mensaje oficial respecto a las vacunas y un profesional de la Medicina, epidemiólogo o no, perfectamente formado e informado sobre el tema y con una postura crítica con las vacunas.
¿A que no os imagináis un debate en la televisión pública con este tipo de personajes figurados hablando sobre vacunas? ¡¡Pues eso!! Hasta este punto, sólo puedo opinar que este programa se trata de una ¡¡pura manipulación mediática!!
Ya entrando en el debate, éste se compuso de una serie de pinceladas superficiales sobre el tema, dejando de mostrar las bases más profundas desde las que se han construido los cimientos de este montaje vacunal. Justamente eran estas bases en las que yo hubiera insistido con el propósito de clarificar que los cimientos están construidos en arena y no en roca, como debiera ser.
La epidemióloga hizo referencia a la introducción del calendario vacunal infantil en Euskadi en el año 1974, momento en el que ya la mortalidad por este tipo de enfermedades era prácticamente nula.
Voy a mostrar una gráfica de la muchas que existen, sobre series históricas amplias, de todo el siglo XX, respecto a la evolución de las tasas de mortalidad provocada por estas enfermedades. Esta gráfica está compuesta por datos oficiales de la sanidad pública española y corresponde a la mortalidad por sarampión.

Como se puede comprobar en esta gráfica y en otras muchas del mismo estilo, las vacunas se comenzaron a poner masivamente cuando las cifras de mortalidad eran ya insignificantes. Y quien no lo quiera ver... no tiene remedio.
Para ahondar más profundamente en el tema, os dirijo a una reciente presentación que he ofrecido en Pamplona con el título «Vacunas en la infancia» y de la que me he hecho eco en la anterior entrada de mi página web.
La epidemióloga hizo referencia a los 12 millones de niños que mueren en el mundo por no haberse vacunado. Yo no estoy planteando la vacunación en el mundo sino aquí, donde vivo, en un país con un sistema de salud concreto, sin graves problemas de desnutrición y con unas condiciones de vida más que aceptables.
En este contexto, la vacunación infantil masificada para todos los compuestos que se incluyen en el calendario vacunal infantil, no es estrictamente necesaria. No estoy hablando de morbilidad, de pasar o no la enfermedad, sino de mortalidad. El hecho real es que son enfermedades por las que la mayor cantidad de niños no sufriría actualmente ninguna repercusión letal.
Dicho sea de paso, a los países con peores condiciones de vida, los más pobres, en lugar de proveerles de vacunas, les vendría mucho mejor ayudarles para que pudieran elevar esa penuria por la que pasan sus habitantes, pasto del hambre y desnutrición, con agua escasa y en condiciones higiénicamente lamentables; y, para más inri, viviendo en clima de guerra más o menos continua.
Es necesario ayudarles a superar el umbral de pobreza generalizada, dejar de manejar los hilos geopolíticos que fabrican guerras con tiralíneas precisos y fomentar su desarrollo.
Por contra, todo lo intentan solucionar enviado vacunas para inocular a unos niños con cuerpos débiles y totalmente atemorizados por la guerra. En estos momentos me estoy acordando de lo ocurrido en Gaza. Si ya es deplorable la situación de guerra generada, resulta más patético todavía que la guerra pare durante unos días para facilitar la vacunación de los niños gazatíes. Todo ello aceptado y bendecido, con actitud paternalista, por toda la comunidad internacional.
Continuando con mis comentarios sobre el debate en torno a una mesa, mencionó la epidemióloga que el aumento de la esperanza de vida está relacionado con la presencia de las vacunas. ¿Está segura esta especialista de lo que afirma tan categóricamente?
Entonces, ¿por qué una nación como EEUU, un adalid de las vacunas, que obliga a los padres a seguir el calendario oficial para el acceso de sus hijos a la escolarización, con la amenaza permanente de multas y consecuencias sobre la patria potestad de los padres sobre sus hijos; por qué una nación con el mayor gasto en sanidad del mundo, en 2023 ocupó el puesto 143 en la lista de países respecto a la esperanza de vida?
Y esto no fue un artefacto, una situación puntual, un desliz. No, puesto que el año anterior, en 2022, EEUU ocupó el puesto 150. Debe haber algún otro factor diferente a la vacunación que dé una explicación lógica a este hecho, ¿no? O, a lo mejor, se puede inferir tras este ejemplo que la vacunación no sólo no contribuye al mejor estado de salud de la población sino que lo pueda empeorar. Con esta suposición no afirmo nada, pero lo dejo ahí por si alguien quisiera estudiar el fenómeno más ampliamente.
Otro tema en el que la epidemióloga fue rotunda es que con las vacunas apenas hay riesgos y todo son beneficios. Bueno, si descontamos que ya no hay muertes por ese tipo de enfermedades, el posible beneficio vendría por el hecho de evitar que los niños pasen por dichas enfermedades.
En esta cuestión, no se suele tener en cuenta que las vacunas generan unas defensas durante una serie de años, mientras que pasar la enfermedad, además de la incomodidad provocada por este hecho, les va a conferir a estos niños una inmunidad de por vida. A partir de ahí, cada cual puede forjar libremente su criterio y decidir qué quiere para sus hijos.
En cuanto a los riesgos, las vacunas, como cualquier fármaco del mercado, no son inocuas. Esto lo admite todo el mundo. De hecho, en muchos países (también en el nuestro) se han creado servicios de farmacovigilancia para recoger las notificaciones de posibles efectos adversos provocados por las vacunas y otros fármacos.
Aquí aparece un gran problema. Desde estudios oficiales realizados en EEUU en los años 2011 y 2015, se ha estimado que, por ejemplo, el VAERS (en el propio EEUU) recoge únicamente entre el 1-10% de las efectos adversos reales provocados por las vacunas.
La finalidad del VAERS, como la de los demás sistemas de farmacovigilancia, es «hacer saltar la liebre» de posibles señales en cuanto a la inseguridad de las vacunas para, a continuación, realizar estudios en profundidad sobre ello.
Lamentablemente, ante la gran cantidad de señales existentes, no se han realizado esos estudios. Con lo cual, ¿cómo se puede hablar con datos fiables, blanco sobre negro, sobre la seguridad de las vacunas?
Ahondando sobre la seguridad de estos productos farmacéuticos, nos podemos preguntar si previamente a su aprobación han pasado por los estudios pertinentes con los criterios que la Ciencia estipula. La respuesta a esta pregunta es clara y rotunda:
¡¡no!!
Y la fundamentación de esta respuesta categórica la baso en varias cuestiones que no tienen posibilidad de ser atacadas ni revocadas.
En primer lugar, la ausencia de estudios ECA (estudios clínicos aleatorizados) con grupos placebo reales en los estudios previos a las autorizaciones por las agencias reguladoras.
La norma que se ha admitido ha sido comparar las nuevas vacunas con otras anteriormente aprobadas, y no con verdaderos grupos placebo. Y cuando no ha sido así, por la ausencia de una vacuna anterior respecto al mismo germen, no han tenido empacho en utilizar como grupo control vacunas de otros gérmenes o la misma vacuna sin el antígeno específico (pero con el resto de excipientes).
Esto no es científicamente válido, señores. Se pongan como se pongan. No se sostiene. Es necesario comparar los productos vacunales con sustancias inertes. Exclusivamente.
Para más información sobre esta cuestión y otra muchas del fenómeno vacunal, tenemos a nuestra disposición un libro magnífico, editado en 2019, cuyo título en castellano es «Tortugas hasta el fondo». Está fundamentado en una gran bibliografía con estudios de alta calidad científica (ECA) y publicados en revistas de primer orden, al menos teóricamente.
En otros estudios previos a las autorizaciones y que han servido para lograr su aprobación, se puede observar que sólo han tenido en cuenta una ventana de tiempo irrisoria para detectar posibles reacciones adversas a los productos estudiados.
¿Alguien en su sano juicio pretende encontrar únicamente reacciones adversas en los 2-3-4 y 5 días siguientes a la inoculación de un producto? Pues esto ha sucedido en varias vacunas ya aprobadas. Es demencial. Pero ahí está.
Estamos viendo ahora cómo un grupo de ciudadanos y científicos japoneses está recogiendo datos de un registro oficial y han estudiado los correspondientes a 21 millones de personas. El estudio estadístico ha determinado que existe una meseta elevada de sobremortalidad tras los 90-120 días después de la inoculación covid, y que esta meseta se adelanta cuantas más dosis ha recibido la persona.
90-120 días es tiempo suficiente para que la persona y para los médicos que le atiendan, hayan dejado fácilmente en el olvido que hubo unos pinchazos de unas sustancias extrañas y experimentales y que pudieran estar relacionadas con la enfermedad y muerte de las personas.
En VAERS, el 30% de las muertes relacionadas cronológicamente con las vacunas se constatan en la primera semana tras la inoculación.
Un caso muy especial e importante de mencionar es el llamado síndrome de muerte súbita del lactante. En el mismo VAERS se constata que más del 75% de las muertes súbitas de lactantes se producen en la primera semana tras la vacunación, alcanzando su máximo en el segundo día. Los casos restantes ocurren durante los dos meses posteriores a la vacunación.
Repito el mensaje que quiero hacer llegar: no se está afirmando que las vacunas maten a los niños, sino que es necesario estudiar en profundidad cada uno de esos productos, y más sus mezclas en un mismo paquete, frente a sustancias inertes, verdaderos placebos, sin sesgos en la metodología, con poblaciones comparables y, fundamentalmente, sin la intromisión de la industria farmacéutica en dichos estudios.
En estos momentos, el nuevo equipo del Ministerio de Sanidad en EEUU está promoviendo una serie de cambios en las diversas agencias reguladoras justamente en esta dirección: no dar nada por bueno sin haberlo estudiado en profundidad.
¿Qué está ocurriendo? Grandes protestas desde las asociaciones de pediatras, médicos en general, figuras mediáticas del establishment... ¿Alguien en su sano juicio es capaz de apoyar esta sinrazón? ¿Qué temen que se descubra si se estudia a fondo este tema?
Hacia el final del aparente programa-debate, el lutier hace referencia a que, con el ánimo de informarse sobre la morbilidad, ingresos hospitalarios y mortalidad por tos ferina en su hospital de referencia, pidió los datos correspondientes en «atención al paciente». Le fueron denegados, y él, con toda la lógica, plantea cual es el motivo de esa denegación.
La epidemióloga salta de inmediato defendiendo al centro hospitalario con el argumento de que es normal que no le hayan dado esos datos porque, siendo pocos niños, no puede hacerse un estudio comparativo, bla-bla-bla... Cuando el centro hospitalario no tiene que plantearse para qué quiere el ciudadano esos datos... ¡Por favor!
No podía ser menos que la epidemióloga sacara a relucir el triste y célebre caso del niño de Olot que murió con un cuadro de difteria en 2015 y que no estaba vacunado. ¿Murió por no estar vacunado o porque tras el diagnóstico (posiblemente con retraso) en España no hubo manera de encontrar el suero antidiftérico que le habría salvado la vida si se le hubiera puesto en los primeros 9 días de la evolución del cuadro infeccioso?
Hubo que traerlo de Rusia y, para cuando se le inyectó, el proceso ya era irreversible.
En fin. acaba el programa con un refuerzo del mensaje oficial en boca de la epidemióloga, reafirmando la necesidad del cumplimiento del calendario vacunal.
Pues eso: un dechado de imparcialidad de la radiotelevisión pública vasca (entiéndaseme la ironía).
Salud para ti y los tuyos.