Desde que se aprobaron los recortes billonarios a Medicaid por orden de Donald Trump, su mayor masa de votantes, los habitantes de la América rural se han convertido en víctimas. Ya no es inhabitual que personas que cumplen los requisitos para Medicaid, el programa de seguro público para personas con bajos ingresos, y de Medicare, están dejando de cubrir tratamientos médicos. .
Los hospitales de esas zonas rurales dependen económicamente de los pacientes con cobertura sanitaria. En algunos casos, el 63% de sus ingresos proceden de una combinación de reembolsos de Medicaid y Medicare, a pesar de que esos programas pagan sistemáticamente por debajo del coste real de la atención su directora ejecutiva. Los hospitales rurales acumulan déficits anuales y sobreviven a base de improvisación, a pesar de que hay condados en los que soportan la atención de más de 100.000 habitantes de distintos condados.
Los recortes de la atención médica ya han provocado que varios hospitales de la América rural hayan tenido que cerrar unidades como, por ejemplo, las de maternidad. Más de la mitad de los condados rurales de Estados Unidos carecen hoy de servicios obstétricos hospitalarios, según un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association.
Esa precariedad se ha visto agravada por las leyes aprobadas por orden de Trump, quien califica que la atención médica es un “gasto social sin control”. Se van a recortar 911.000 millones de dólares de Medicaid La Oficina de Presupuesto del Congreso estima que unos 10,3 millones de personas perderán esa cobertura; si se incluyen también los recortes a la Ley de Cuidado de Salud Asequible, la cifra asciende a 16 millones.
Las leyes de Trump son la mayor reducción en el apoyo federal a la cobertura sanitaria de la historia. La traducción práctica de esas cifras es que los hospitales rurales que, además, son los mayores empleadores de sus ciudades, se enfrentan a un círculo vicioso: menos pacientes asegurados, menos ingresos, menos servicios y, finalmente, el cierre.
La secta MAGA diseñó el calendario para que los recortes más severos se sientan después de las elecciones legislativas de 2026. Pero la anticipación ya está provocando movimientos. Algunos hospitales ya están cerrando en previsión de que los números no cuadren.
Una geografía del riesgo
El Senado ya ha identificado 338 hospitales rurales en riesgo inminente, todos con pérdidas y fuerte dependencia de pacientes cubiertos por Medicaid. Kentucky, Luisiana y California encabezan la lista de vulnerables, con 35, 33 y 28 centros respectivamente. Nueva York, con 11, parece menos afectado en comparación, aunque en el valle del Hudson, el Garnet Medical Health Center Catskills ya aparece en la lista negra.
En total, aún quedan 1.796 hospitales rurales en Estados Unidos. Pero las estadísticas son engañosas: la mayoría sobrevive reduciendo servicios hasta volverse irreconocibles. La Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) documenta más de 100 cierres en la última década, la mitad en los últimos ocho años.
La cuestión ahora recae sobre los gobernadores que se encuentran en la tesitura de financiar con fondos propios la retirada federal, o dejar que el mapa sanitario rural se vaya apagando. El dilema es político y fiscal. Los estados tienen ya presiones presupuestarias por infraestructuras y educación; destinar miles de millones a hospitales que atienden a poblaciones menguantes puede parecer un lujo insostenible.
Pero hay un coste oculto. En muchas zonas rurales, los hospitales no son solo proveedores de atención médica: son los mayores empleadores locales, anclan la economía y representan un símbolo de pertenencia comunitaria. Su desaparición no solo significa conducir horas para llegar a una sala de urgencias, sino también el éxodo de médicos, enfermeras y familias enteras que buscan servicios básicos.
El pueblo sufre con Trump
Medicaid y Medicare, diseñados como redes de seguridad, se han convertido en los pilares de la atención médica en las zonas rurales. Al erosionarlos, la política federal no solo redistribuye recursos: redistribuye geografía, oportunidad y esperanza.
Ahora habrá que ver si los votantes rurales de Trump van a aceptar un mapa sanitario en el que vivir a dos horas de una gran ciudad significa vivir con menos derechos básicos. La secta MAGA dice que sí. La realidad en el terreno dirá lo contrario: el pueblo sin hospital se convierte, poco a poco, en pueblo fantasma.